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ℭ𝔞𝔭í𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔇𝔢𝔠𝔦𝔪𝔬𝔠𝔲𝔞𝔯𝔱𝔬
"La unión prohibida"

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Prontamente anocheció, la ansiedad y los nervios eran un sentimiento que crecía constantemente y sin intenciones de cesar. Una pareja inusual iba de la mano, escabulléndose fuera del castillo y adentrándose al bosque que ya conocían muy bien.

A la distancia, luego de caminar unos diez minutos, se reveló la casita a la que llamaban destino. Sus paredes de madera cubiertas con musgo, viéndose amarillento gracias a las linternas que colgaban por encima de las ventanas redondas en el frente. Los grillos escondidos en todo alrededor cantaban fuertemente su balada nocturna, ya fuera porque su naturaleza así lo dictaba, o porque secretamente amaban bendecir a los demás con su música.

________ se acercó a la puerta, no molestándose en tocar, y abrió sin mucho esfuerzo. Asomó su cabeza, algo extrañada ante la oscuridad que la recibió en el interior de la casa.

-¿Nana?- cuestionó al aire, su voz oyéndose como algo brusco en medio de tanto silencio -¿Estás despierta?

-Aún es temprano- murmuró Legolas, entrando también en la casa una vez _______ lo hubo invitado a pasar.

-Tenemos una visita, mamá, él... nosotros tenemos muchas ganas de hablar contigo- continuó la mortal, encendiendo un cerillo e iluminando cada lámpara y vela alrededor de la casa. Luego de un rato más de no recibir respuesta, se giró al príncipe -Legolas, iré al cuarto para revisar, puede que haya salido, pero lo mejor es que me fije.

-Claro, aquí te espero.

________ se fue, conservando un aura nerviosa alrededor de ella. Legolas esperó en la sala, dándose la libertad de pasearse por allí y examinar las pequeñas reliquias que residían en el estante sobre la chimenea. Había dos o tres artefactos de hechura humana, objetos que el príncipe elfo no reconoció. Uno era una pequeña rueda de metal, un vidrio fino cubría un fondo lleno de flechas, una para cada orientación; y había una en particular, de un color rojo como para resaltar su importancia, que apuntaba al norte sin importar que tanto moviera aquella cosa. Legolas frunció el ceño, ¿para qué un humano necesitaría saber dónde está el norte, si tiene las estrellas y sol para ello? Suspiró, examinando el siguiente objeto: un par de vidrios encapsulados en aros de metal, la distancia entre ellos era parecida a esa entre los ojos. Legolas alzó el objeto con curiosidad h se lo llevó a la altura de los ojos, entrecerrando sus párpados casi de inmediato al ver el mundo mucho más borroso de la nada.

Dejó aquel artefacto sobre la repisa, comenzando a admirar el retrato de una niña humana, su cabello acomodado en trencitas que colgaban a cada lado de su cabeza. Pero mientras sonreía tiernamente sabiendo de quién se trataba, un grito resonó desde la habitación. El príncipe soltó de repente lo que tenía en sus manos y corrió hacia la raíz del sonido, en aquel momento no pensando en que estaba invadiendo el cuarto de su futura suegra, simplemente entró.

Allí, encontró a su ________ desesperada, agitando y zarandeando el cuerpo de una débil elfa que abrazaba el retrato de un hombre mortal. Se le veía más pálida, delgada y ojerosa que nunca, con sus ojos hundidos dentro de sus cuencas y cada hueso de su cuerpo visible.

-¿Qué te pasa, nana?- suplicaba la chica, todo mientras su madre alzaba una débil mano para acariciar los cabellos de su hija.

-Discúlpame, querida, no debías enterarte de esta manera...- admitió la elfa, su voz apenas un murmullo comparable al chillido de un ratón.

 𝙏𝙝𝙚 𝙋𝙧𝙞𝙣𝙘𝙚 𝙒𝙝𝙤 𝙇𝙤𝙫𝙚𝙙 𝙈𝙚 || ᴸᵉᵍᵒˡᵃˢ ᴳʳᵉᵉⁿˡᵉᵃᶠDonde viven las historias. Descúbrelo ahora