Las alas del enemigo IIII

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Cuando Tetra escucho que Ifrit traería una invitada con el, lo menos que pensó fue que esa chica fuera una simple costurera, en su vista desde el balcón podía ver que Ifrit la ayudaba a bajar con cuidado del carruaje.

La ropa que portabas te distinguiría fácilmente incluso entre la clase alta pero era notorio el miedo que tenias al bajar, lo que le hacia pensar, por que era necesario que vinieras? Acaso estabas en peligro? Cualquier costurero se las habría ingeniado para trabajar sin necesidad de tener a su cliente a un lado.

Pero… al ver que Ifrit te daba un pequeño golpe en tu frente con su dedo parecía entender un poco e incluso mas cuando lo golpeaste de vuelta y el soltó una risa tan jovial que hasta ella pudo escucharlo desde lo alto de su balcón.


Abal sinceramente, estaba cansado.


De que? Bien, su Príncipe aquel que había acompañado desde que logro hablar se encontraba arriesgando los lazos del pueblo solo por unos ojos bonitos (como si no lo hubiera hecho antes).

Al principio podía soportar la impulsiva decisión de convertirse en concubino, algo que no esperaba siendo Ifrit tan orgulloso que la mera sugerencia de la posición le parecería humillante.

Pero la sorpresa llego al estar en Arzabela y presenciar las constantes peleas de poder del Harem, que tan lejos podía llegar Ifrit? Fraudes?Muerte? Sabia que su estatus le permitiría hacer eso y mas.

Y como subordinado cumpliría las tareas que el Príncipe le pidiera sin importar que tan viscerales pudieran ser.

Pero al verlo en el Harem no podía evitar pensar lo mucho que se parecía a ese Ifrit al que recordaba en su niñez, aquel pequeño que constantemente buscaba impresionar a sus padres, creando desastres por todos lados, un “reemplazo” a si fue como se hizo llamar en algún momento ante la impotencia de no poder aportar nada a su hermano mayor.

Lo veía reflejado cada vez que volvían a su país natal, pues las miradas de los ancianos eran mas pesadas que nunca.





Inmediatamente al llegar ala zona te diste cuenta lo mucho que extrañabas el aire acondicionado.


Aunque la parte interior del castillo se mantenía fresca gracias a tantas plantas alrededor y un poco de magia por lo que entendías, no podías evitar desear esa sensación de tener una ventisca en tu rostro.


Y a pesar de que habías escogido ropa cómoda para el viaje, todo se sentía como si estuviera pegado a tu piel.

Ah… quiero bañarme ya…


—Por que estas caminando como pingüino?—


—No… te responderé…—Le dijiste entre jadeos mientras intentabas darte aire con tus manos y tu collar.

—Vas bien, te acostumbraras rápido, ten suerte que no fuiste de esas personas que se desmayan—


Las joyas de la princesa | La Costurera de la ConcubinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora