Capítulo 11: Juntos.

718 63 28
                                    

Julian se despertó con la luz del sol que entraba por la ventana. La cortina opaca de la habitación donde estaba acostado, solo estaba a medio subir, por lo que permitía que una gran cantidad de luz impactase contra los párpados del cordobés, que tenía los ojos entrecerrados.

Lo próximo que notó luego del sol, fue un brazo tatuado que lo rodeaba por la cintura. No conocía la habitación donde estaba. Se sobresaltó por un instante al ver el brazo de un chico en su cintura, pero rápidamente dedujo que se trataba de Enzo luego de analizar la tinta de sus tatuajes.

Enzo tenía uno de sus brazos debajo de la almohada y el otro en la cintura del cordobés, con sus piernas levemente flexionadas y su torso pegado contra la espalda del otro. Básicamente, cuchareandolo. Julian estiró levemente su cabeza sobre su hombro para ver al morocho dormir. El de pelo oscuro todavía dormía plácidamente, dejando oír un pequeño silbido que acompañaba su respiración.

El movimiento de Julián lo despertó, cesando con el sonido rítmico de su respiración que el cordobés llevaba unos minutos escuchando.

Enzo subió su mano hasta su pecho y lo abrazó con fuerza, dando un beso en su espalda.

—Buen día, Juli. — dijo con una voz ronca y con sus ojos apenas abiertos.

—Buen día.— respondió el otro también con voz de dormido, pero dejando notar además cierta confusión en su voz.

Culiado, no me acuerdo nada de anoche. ¿Es tu departamento este? No sé ni cómo llegué acá.— preguntó el cordobés mientras se giraba para quedar de frente a Enzo.

El morocho le acomodó el pelo al castaño, que caía sobre su frente.

—Estabas muy en pedo, así que te traje para acá. Querías que te deje en el medio de la calle. — explicó el otro.

Julian abrió sus ojos de la sorpresa.

«Uh, la puta madre, otra vez» pensó el cordobés.

—Perdón, otra vez te tuviste que hacer cargo de mí, qué vergüenza culiado. —dijo mientras enterraba su cabeza en la almohada blanca para evitar que Enzo vea su rostro de vergüenza.

Enzo rió y le acarició la espalda.

—No pasa nada boludo. No me molesta que te quedes.— explicó el morocho.

—¿Y cómo terminamos durmiendo juntos? —preguntó curioso el cordobés que asomaba la mitad de su cara desde debajo de la almohada.

Enzo volvió a reír.

—Vos me pediste que duerma acá, yo no te quería incomodar.— dijo Enzo.

Julián sacó su cabeza de abajo de la almohada y la volvió a colocar por encima, cruzando su mirada con los hermosos orbes negros que lo observaban.

—Perdón si te molestó que duerma acá.— dijo el otro después de unos segundos, para luego retirar su mano de la espalda del castaño.

Julián observó como el otro se alejaba unos centímetros, pero le agarró la mano debajo de la sábana, entrecruzando sus dedos. El cordobés se acercó un poco más al cuerpo del otro.

—No me molesta, al contrario.— dijo el cordobés con una sonrisa.

—Menos mal, porque no fue lo único que me pediste ayer.— dijo el morocho mientras se le dibujaba una sonrisa pícara en el rostro.

—¿Qué más te pedí?— preguntó Julián con una expresión de duda (y sin esperarse la respuesta que se venía)

—Que te coja.— dijo el otro entre risas.

Mis ganas de no quererte - JulienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora