El secuestrado

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Solamente caminar me resulta agotador y ni hablar de mi respiración; desde que recibí esa llamada, un pálpito incesante me acompaña y no me deja en paz.

Llegamos hace minutos a la casa blanca y he visto a ministros, agentes, senadores e incluso están todos los agentes de la Élite junto con sus familias, pero para mi sorpresa, mi papá es el único que falta.

– Emily, tú vas aquí — Nicholas hace el breve intento de agarrarme la mano, pero en cuanto entra en razón solo me señala el asiento de cuero.

«Aurora Campbell» es A mi lado, el gafete que dice el nombre de mi abuela me acompaña por minutos de incesante presión.

Aurora no es una mujer que visita a su familia porque quiere. Si vino hay una razón lo suficientemente perjudicial para todos.

Todos nos levantamos cuando entra Steve, seguido de Carolina, y junto a ella viene Aurora.

No la veo desde hace mucho, pero cada vez que lo hago me recuerda a mi mamá. Sus ojos color miel combinados con esos rasgos perfilados y aquel pelo azabache que nos une siempre me darán nostalgia, pero hoy no digo lo mismo.

– Hoy, no tengo el honor de dar buenas noticias —empieza Steve —. Con el reloj marcando las seis de la mañana, anunciamos en EE. UU. el estado de guerra pronunciado por las mafias.

«Por favor, no». Más muertos no.

– La guerra ha sido oficializada de la manera más cruel e injusta — Mi abuela toma el mando —. A horas de la madrugada recibimos las pruebas que nos confirman que el oficial Edgar Blake ha sido raptado por la mafia italiana e irlandesa en obvia respuesta ante los golpes dados en combate.

De la nada, mi mundo se termina de venir abajo con todas las imágenes que están en la pantalla y que inundan mi cerebro.

De aquel hombre fuerte, carismático y fortachón que conozco no queda ni la sombra. Está sucio, amarrado, y esos ojos que tantas veces se han desbordado de alegría, hoy solo reflejan dolor y lástima, mandándome una punzada directa al estómago.

Sin darme cuenta, las lágrimas empiezan a correr silenciosamente y mi respiración es nula. Intento callarme, pero no puedo, así que me levanto llamando la atención de todos.

– ¿Qué procede? — Estoy en un ambiente político, no puedo demostrar debilidad y, al parecer lo logré, ya que Aurora y Steve me ven con orgullo.

– A mediodía, tendremos comunicación directa con ambos jefes de la mafia —dice—. Mientras tanto, solicitamos a toda la élite para una reunión privada en diez minutos; en el transcurso de la tarde los convocamos para la resolución definitiva.

Enumerar las consecuencias que traerá esto es imposible. Dylan quiere a Nicholas y Thomas me quiere a mí. En estos momentos ya no solo está en juego mi vida sino la de muchísimas personas.

– Emily reacciona — Escucho voces lejanas y hasta ahora me doy cuenta de que me clavé las uñas hasta el punto de hacerme sangrar.

Por un momento imagino que Nicholas es el que me está agarrando, pero no. Cuando caigo en conciencia, son los ojos de Paul los que veo.

– ¿Estás bien?

– Sí — Cuando me levanto, varias miradas preocupadas caen sobre mí, a excepción de dos que ven mis manos con asco.

– Si así pretendes ser ministra, esta nación se irá al carajo —dice Olivia Collins y su esposo asiente.

– Vámonos, Paul —dice su padre.

– Lo siento.

—¿En serio, Paul? — Su mamá me da una última mirada victoriosa y camina con Paul siguiéndole el paso.

En ruinas (borrador) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora