Capítulo siete

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El molesto despertador no paraba de sonar, pero a Leandro nunca le había costado tanto abrir los ojos.

Soltando un fuerte suspiro estiró su mano para apagarlo y se quedó un momento más tirado en su cama mirando el techo.

Se sentía fatal, el dolor de cabeza era insoportable y eso que no había tomado tanto. Su malestar se debía a otra cosa.

Finalmente se puso de pie, tomando fuerzas de quien sabe dónde y se dirigió al baño para darse una ducha, buscando sentirse mejor.

El agua fría lo alivia un poco, sin embargo no es suficiente para hacer desaparecer su mal humor.

Sale de su baño envuelto en la toalla y comienza a buscar ropa que ponerse pero en eso escucha su teléfono sonar arriba de la mesa de noche.

Entonces se da cuenta de algo.

Maldiciendo corre hasta el teléfono y efectivamente cuando lo prende se da cuenta de que sus amigos le han dejado montones de llamadas y mensajes, preguntándole si estaba bien, que por qué los había dejado así la noche anterior, que estaban preocupados por el.

Leandro se siente un poco mal por no haberles dado ninguna explicación pero la verdad era en lo que menos había pensado luego de todos los sucesos.

A pesar de que todos le escribieron por separado el decide contestar en el chat grupal para tener que escribir una única vez.

Leandro: estoy bien, nos vemos en la uni y les cuento.

Envía el mensaje y vuelve a dejar su teléfono.

Se acerca a su espejo para acomodarse el cabello, se lo mueve hacia atrás para luego ponerse un pañuelo, una vez listo solo me queda tomar su mochila, su móvil y salir de la habitación.

Baja las escaleras hasta el primer piso, dónde cuando va llegando abajo puede escuchar las voces desde la cocina.

— que los pankeiks no se hacen así menso.— dice una voz chillona en forma de regaño.— los rompes todos y no quedan bonitos.

— amor... Se te van a deshacer en la boca, ¿Que importa la forma?

— que excusa más tonta para justificar que no sabes dar vuelta unos tontos pankeiks.— suelta una risita.

Leandro no pudo evitar sonreír, caminó hasta la entrada de la cocina y desde allí pudo ver a los dos hombres en la cocina, los cuales discutían en forma de broma por cualquier tontería, mientras intentaban cocinar, o bueno... Uno intentaba enseñar a cocinar al otro.

Eran sus padres.

Los observó durante unos minutos más y podría haberse quedado ahí todo el día mirándolos conversar, reír y pelear. Los adoraba.

Pero entonces el delicioso olor a tocino lo invadió y se dió cuenta que no tenía mucho tiempo para desayunar o llegaría tarde a la universidad.

— Buenos días.— saludó terminando de entrar en la cocina.

Ambos hombres se voltearon hacia el recién llegado y sonrieron apenas lo vieron.

El de cabello rubio, que traía un delantal de cocina fue quien se acercó primero con una sonrisa.

— oh mi bebé.— llegó hasta su hijo para tomarlo de las mejillas y llenarlo de besos en la frente y las mejillas.— buenos días pequeño.

Inocente (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora