Ruslana sintió un peso en su brazo izquierdo antes incluso de ser consciente de que se estaba despertando. O precisamente se estaba despertando por ello. Cuando abrió los ojos se encontró con la cara de Chiara durmiendo, afortunadamente, con su camiseta XXL puesta. El peso era ella.
Lo último que recordaba era estar viendo una película en el iPad con la chica de sus sueños abrazada a ella. Aunque sentía su brazo dormido, no quiso moverlo ni un milímetro para poder perderse un ratito en su cara.
Su pequeña nariz perfecta, su boca entreabierta, sus cejas ya despeinadas y sus lunares, que salpicaban su rostro como estrellas en el firmamento. Ruslana se había aprendido las coordenadas de todos ellos.
Mientras la miraba, le vinieron imágenes del día anterior. Rus sentía que algo había cambiado. No sabría decir el qué. Era algo que había estado flotando en el aire todo el día. Un ligero cambio en la dinámica entre ellas dos.
Si lo pensaba desde su lado más optimista, a veces tenía la sensación de que Chiara había coqueteado con ella. No sabría decirlo con certeza. Pero una corazonada le había empujado a tomar la decisión de dar el paso y confesarle hoy sus sentimientos. O al menos, que estaba empezando a tenerlos, porque no quería asustarla. Le parecía muy fuerte decirle que estaba enamorada.
Había estado practicando ese monólogo durante años.
Y no solo se lo iba a decir por la corazonada. Había llegado a la conclusión de que, postergando el momento, solo había logrado hacerse daño a ella, a las personas con las que intentaba suplantar lo que sentía y, tal vez, también, a su relación con Kiki. Tener esa parte escondida no le parecía justo.
Ruslana intentó desperezarse con cuidado pero lo único que logró fue darle una patada al iPad, que despertó a Chiara cuando cayó al suelo. Lo primero que vio la menorquina fue la cara de Rus con los ojos completamente abiertos y un brazo estirado hacia el techo, completamente inmóvil.
Chiara la miró con un ojo cerrado, todavía media dormida y desorientada, y se movió hacia Ruslana para abrazarla escondiendo su cara en el cuello de la pelirroja, que pensó que se iba a dormir otra vez.
-Buenos días-, refunfuñó
-Buenos días-, susurró Rus
-¿Qué vamos a hacer hoy?
-Hoy toca excursión por el centro de la isla-, comenzó a explicar Ruslana mientras le acariciaba el pelo-. Paramos a comer en un pueblo que empieza por Le, no me acuerdo del nombre, pero es muy típico. Y luego podemos tirar a cualquier playa un ratito antes de volver.
-Mola-, contestó Chiara bostezando mientras se estiraba en la cama.-¿Desayunamos?
Repitieron el desayuno del día anterior. Llegaron a la conclusión de que esa terraza era su lugar favorito del apartamento. Aunque eso cambiaría esa misma noche.
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El pueblo se llamaba Lefkes. Pequeño, rural, con callejones entre casitas blancas típicas de Grecia. Chiara y Ruslana pasearon de aquí para allá, mirando en el móvil los lugares que visitaban para conocer un poco su historia, subiendo la ladera para disfrutar del paisaje que rodeaba Lefkes, visitaron la iglesia ortodoxa, que tenía una cúpula color azul cielo, entrando en alguna tiendita... Y echándose alguna mirada furtiva la una a la otra, rozando sus manos mientras caminaban,...
En una de esas pequeñas tiendas, Ruslana recibió la llamada de Martin.
-Hola bigotes-, respondió la ucraniana
-Hola pelirroja-, contestó Martin
-¡Hola bestie!-, dijo divertida Chiara acercándose al teléfono, antes de ir a mirar unas camisetas.
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Que el tiempo se pare // RUSKI
Fiksi PenggemarUna historia que relata seis años a través de momentos clave. Esto es ficción. Una utopía. Por diversión y por probarme en la escritura. En twitter: @ficruski (voy avisando de las actualizaciones)