CAPÍTULO IV

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Cuando la puerta se abrió vi a un hombre, supuse que era el padre, era un hombre de unos cincuenta años, un poco más bajito que yo

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Cuando la puerta se abrió vi a un hombre, supuse que era el padre, era un hombre de unos cincuenta años, un poco más bajito que yo. Me incliné ante él mostrando respeto.

–Buenas tardes, usted debe ser el señor Shima –mi voz sonó firme.

–Está en lo cierto, es un gusto tenerlo hoy aquí –vi como el señor se inclinaba saludándome.

–El gusto es mío –hice una pausa recordando el regalo en mis manos–esto es para usted –le entregué la botella y él la recibió gustoso.

–Muchas gracias, es muy considerado de su parte...adelante, pasé, está en su casa –él se hizo a un lado dándome vía libre para entrar y así lo hice.

El me guío hasta un salón, tomé asiento en uno de los cojines sobre el tatami, enfrente de una mesa con té, sentado estaba un muchacho, se veía menor que yo, tal vez unos veinte años.

–Usted debe ser el señor Rengoku –se inclinó ante mí, ante eso corroboré que era menor que yo.

–Así es ¿Y tú eres...? –no tenía por qué tratarlo de usted, después de todo era menor a él.

–Yo soy el hijo mayor de la familia, Shuko Shima.

–Entiendo...es un placer conocerle –estiré mi mano para saludarle.

–El gusto es mío, señor –correspondió mi saludo y estrechamos las manos.

–Te ves joven ¿Qué edad- –me vi interrumpido por una suave voz.

–Papá –por reflejo volteé a ver, era una niña de seguramente dos años.

–Ori, cariño ¿Qué haces aquí? –volteó a verme– disculpe, es mi hija –el joven se levantó y le susurró algo a la niña, vi como ella asintió y salió. Mientras el chico se volvía a sentar el señor Shima me sirvió algo de té, lo tomé con las dos manos y bebí, el sabor era reconfortante. La puerta volvió a abrirse, está vez entró una mujer, tenía alguna que otra arruga en la cara, supuse que era la madre.

–Señor Rengoku, ella es mi esposa, la señora Hainako Shima –yo me levanté para inclinarme.

–Es un placer conocerla –extendí el ramo en mis manos– esto es para usted.

–Pero qué joven tan agradable, es un placer, venía a dejarles estás galletas para el té –dejó unas galletas en la mesa para luego salir no sin antes inclinarse, volví a sentarme y tomé una galleta, no comía una hace mucho y sería de mala educación despreciarla, la acerqué a mi nariz, olía muy bien, al probarla no pude evitar tomar otra. El señor Shima rió entre dientes, yo no pude evitar sonrojarme levemente.

–Disculpe, hace mucho no como algo tan bueno.

–Descuide, no es molestia, por el contrario, me alegro de que le gusten.

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