Capítulo 6

5 0 0
                                    

El ambiente era ligeramente pesado, casi abrumante, como si el propio clima hubiese predicho que algo se avecinaba. Las noches cada vez le resultaban más largas a Dana, quien ya había memorizado cada patrón de pintura desconchada y la forma de las manchas de óxido de su incómoda litera a base de mantener sus ojos abiertos durante la noche.

Oía a las mismas chicas llorar y aguantarse las ganas de hacerlo, dejando salir ligeros sollozos, también oía a otras susurrar, tratando de consolarse sin alertar a los soldados. Y otras, al igual que ella, pasaban la noche en vela, consumidas por el miedo y la angustia.

Los oídos le pitaban y su visión se nublaba de vez en cuando, vencida por el cansancio. Incluso cuando la habitación estaba completamente en silencio, su mente suponía un ruido incesante. Su cabeza le ardía cada vez que trataba de recordar algo sobre sí misma, pero si optaba por cerrar los ojos e intentar dormir, sus propios pensamientos le acosaban hasta el punto de cubrirse con la manta hasta arriba y tomar ambos extremos de su almohada y hacer presión contra sus orejas, en un inútil intento de aislar esos ruidos internos.

—Dana, Dana, despierta.

No fue la sirena quien la despertó esta vez sino Grace, quien tomó a Dana por los hombros y comenzó a zarandearle, hasta el punto en el que ella abrió sus cansados ojos cubiertos por legañas. Ella se incorporó y frotó estos hasta que dejó de tener una visión doble y borrosa de la melena rubia de Grace y pudo enfocarla.

—¿Qué ocurre?

—¡Nada menos que mi peor pesadilla!

Dana arqueó una ceja. Su "peor pesadilla", como decía Grace, era nada más y nada menos que unas simples clases. Unas clases que habían empezado a tomar desde que recibieron su rango. La desmesurada y dramática reacción de Grace indicaba que tocaba la clase que menos le agradaba: gimnasia. Aunque este nombre era un mero eufemismo, no era más que una excusa para volver a los reclutas obsesivos, competitivos, y crear rivalidades entre sí.

Esta clase, al igual que el resto, dividía a los reclutas —ahora recién nombrados estudiantes— por rangos, por lo que no verían a Brea hasta que se finalizasen estas. Regresaron de nuevo al patio donde se dio la primera prueba, la cual había tenido lugar hace apenas unas semanas, lo cual le hizo a reflexionar a Dana sobre cómo podía el tiempo pasar tan rápido y a la vez tan despacio: cada minuto se le hacía una eternidad, sin embargo, el tiempo no era más que una simple ilusión hasta el punto que Dana no se había dado cuenta de que llevaba un mes ahí. Eso, entre otras cosas, le recordó que debía apurarse y escapar o perdería las esperanzas y la energía.

El sol ya estaba en lo más alto, y el instructor se encontraba en medio del patio, con los brazos detrás de su cintura. Era un hombre alto pero robusto, de cara redonda, pelo castaño y barba de días. Llevaba puesto un chándal color turquesa sobre el cual colgaba un silbato. Tenía una forma de hablar y modales sencillos por no decir aldeanos, pero no parecía ser un mal hombre.

Una vez dividió la clase en dos equipos, se dispuso a explicar las normas del "juego" que tenían que realizar con un tono de voz alzado, todos pudieron oírle a la perfección a pesar de la mala acústica del lugar.

—Bien, las reglas son simples, ¿veis ese banderín?

Señaló con el dedo índice un banderín rojo que ondeaba sobre un poste de cierta altura, el cual poseía ligeros salientes, Dana pudo deducir que ese banderín era el objetivo del juego, y que esos salientes serían una ayuda para alcanzar este.

—Cada equipo elegirá a un "protegido", es el "protegido" quien debe agarrar el banderín, el papel del resto del equipo es precisamente protegerle mientras los miembros del otro equipo tratan de atraparlo. Quien agarre el banderín primero gana, si el otro equipo atrapa a vuestro "protegido" perdéis de forma automática. ¿Entendido?

EL RENACER DE LOS REBELDESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora