Capítulo 2

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Un pequeño rayo de sol se introducía a través de un ventanuco aún más pequeño recubierto con una superficie translúcida y vidriosa. Golpeó en los ojos de Dana, quien por fin dormía plácidamente tras una larga noche de insomnio.

Abrió los ojos, acompañado de un gruñido de molestia y observó cómo sus compañeras aún dormían. Se levantó de la litera y pisó con cuidado para no alertar a nadie, y poco a poco fue caminando hacia un amplio cuarto de baño contiguo a la habitación, el cual resultó ser increíblemente limpio en comparación a esas literas oxidadas y ventanas opacadas por el polvo.

Con el cepillo de pelo que le había asignado en mano, comenzó a desenredar su largo cabello hasta quedar recogido en una coleta, dejando libre el flequillo.

Se lavó la cara y contempló por unos segundos su reflejo, mientras las gotas de agua recorrían su pálido rostro. Se sentía perdida y profundamente frustrada, consideró rebelarse, huir, pero sería un esfuerzo en vano, no recordaba nada, no sabría hacia dónde huir. La impotencia recorría como la sangre cada recoveco de su cuerpo.

Volvió hacia la habitación una vez se había aseado, y para su sorpresa, se encontró con la chica a la que consoló durante la asamblea el día anterior, quien lucía más descansada que Dana y con una actitud más relajada.

—Buenos días, Dana —le saludó gentilmente la chica con voz dulce.

—Buenas, ¿te encuentras mejor? —preguntó respecto a su primer encuentro. La muchacha se veía algo cohibida debido a la frialdad de Dana, pero le resultó reconfortante observar cómo esta se interesó por conocer su estado.

—Sí, bueno, todo lo bien que puedes estar en esta situación —sonrío algo apenada, Dana sólo relajó su expresión.

—Lo entiendo, a nadie le emocionaría.

Ambas se quedaron en silencio unos instantes, aquella muchacha parecía querer dejar salir las palabras que ambas estaban pensando, pero el miedo retenía dichas palabras en su interior, revolviendo su estómago y formando un nudo en este, como si fueran una comida en mal estado.

—Por cierto —la chica pareció recuperar la luz en su rostro y le sonrió—, ahora que por fin sé mi nombre puedo presentarme de manera adecuada, soy Brea.

Ambas se fundieron en un apretón de manos. Brea era una chica menuda, pero con unas caderas ligeramente prominentes, tenía la tez morena y ojos color café, pelo corto y rizado, aún más que el de Grace, con quién compartía una altura similar. Además poseía una nariz respingona y pequeña, haciendo que su rostro luciera incluso más inocente. Era algo más tímida que Grace, pero había rasgos en su personalidad que a Dana le hacía recordar a la ya mencionada.

Ambas caminaban lentamente y con cautela por el pasillo que quedaba entre las dos hileras de literas, con la intención de regresar a sus respectivas camas. Brea, al contrario que Dana, parecía ansiosa.

—Todo esto está mal, no deberían retenernos así —soltó de forma abrupta. Dana se sorprendió ligeramente, quizá después de todo no era tan ingenua como había juzgado a priori.

Esta iba a contestarle, pero una sirena de ruido ensordecedor rompió por completo su silencio. Ambas se sobresaltaron, pero apenas hubo cabida a otra reacción, pues las que poseían ropas coloridas se levantaron de forma automática de las camas y comenzaron a realizar lo que parecía una rutina. Por otro lado, las recién llegadas se sentían igual de confundidas que Brea y Dana.

Dana atisbó a Grace dirigiéndose hacia el baño, así que optó por seguirla acompañada de Brea para descubrir qué estaba detrás de todo aquello.

—¿Qué ocurre? —inquirió, Grace parecía apurada, había sido la última en despertarse y debía asearse a toda velocidad.

EL RENACER DE LOS REBELDESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora