Capítulo 19

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—¿¡Cómo es posible que les hayan dejado escapar?!

El señor Brooks, furioso, golpeó su puño contra su escritorio. El general, dispuesto a dar la cara por todo su pelotón, le miraba de forma neutral, ni demasiado sumisa que pudiera poner en duda su autoridad, ni demasiado altivo que pudiera tomarse como falta de respeto.

—Se dirigían al Pandemonio, no tienen escapatoria —aseguró, aunque su discurso no le resultó en absoluto convincente.

—Eso es irrelevante, ¿sabe usted, general, en qué posición nos deja esto? —inquirió, pero no deseaba ninguna respuesta—. Si intervenimos, los altos cargos sabrán sobre esto, sabrán que unos simples reclutas han sabido burlar nuestro perfecto sistema.

—Me temo que es algo más complicado, señor.

El rostro del señor Brooks era un torbellino de furia y confusión, casi no era capaz de articular palabras completas sin que estas fuesen interrumpidas por sus propios tartamudeos.

—¿Qué quiere decir con eso, general? —su voz resultaba tan intimidante y agresiva que provocó que el propio general, un hombre hecho y derecho, probablemente mayor que él, fornido y canoso, tragase saliva, ligeramente atemorizado.

—No sólo han escapado unos reclutas. Xander Madden también.

Brooks arrugó el rostro en pura confusión.

—Usted dio la orden de liberarle, señor —reiteró, al general se le contagió su desconcierto. Se creía que había sido él quien había dado la orden de liberar a Xander a través de Ethan, mientras el general se preguntaba por qué habría de sorprenderle, empezaba a comprenderlo todo.

—¿Por qué iba yo a... —se detuvo a mitad de la pregunta, dándose cuenta de lo obvia que resultaba su pregunta, soltó un bufido sonoro y de nuevo apretó el puño sobre la mesa—. Maldito bastardo...

No era necesaria ninguna explicación para que el general supiera que Ethan era el responsable. Sabía que había estado en el cuartel, después de transmitir la supuesta orden de su padre, pues no podría haberlo averiguado de otra forma, no había sido visto durante su inútil intento de atraparlos pues, siguiendo las instrucciones de Xander, Ethan se quedó dentro del coche.

—¿Qué sugiere qué hagamos? —inquirió con voz y postura solemnes.

Brooks repiqueteaba los dedos sobre la mesa al mismo tiempo que ideaba un plan, pensaba y descartaba ideas a cada toque sobre esta. Se dirigió hacia la puerta y abrió esta con cierto desdén.

—¡Plant! —le gritó a la que se encontraba fuera del despacho—. Quiero que emita un comunicado al Alcázar: dígales que sospechamos de una posible revolución en el Pandemonio y, con el fin de confirmar si esto es cierto, mandaremos a un puñado de reclutas. Sus vidas no importan tanto como la de los soldados.

El general tardó unos instantes en entender su razonamiento. No deseaba hacerle saber a los altos mandatarios del Gobierno que el todavía tierno sistema de reclutamiento forzoso de jóvenes había fallado, por lo que le echó la culpa a los ciudadanos de clase obrera, demasiado débiles para darse cuenta de su argucia. Tampoco Tenebra gastaría energías en reclutar soldados ni en conocer los detalles detrás de este insignificante motín, pues resultaría insignificante a ojos ajenos si los refuerzos utilizados son solo reclutas.

Se oyó a Plant a lo lejos, marcando las teclas del teléfono que reposaba sobre su diminuto escritorio. Sin embargo, de nuevo había un vacío en ese plan, y el general fue el primero en darse cuenta, o al menos el primero en cuestionarlo en voz alta. Volvió su cabeza para mirar de nuevo a Brooks.

El Renacer de Los RebeldesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora