Epílogo

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Cómo los rayos de sol intercedían entre los árboles, golpeando el rostro de los rebeldes, haciéndoles gruñir con molestia, cómo saltaron del tren uno por uno de forma torpe, rodando sobre la increíblemente fresca y húmeda hierba del bosque, que junto al musgo y a las distintas especies de flores y setas creaban un majestuoso tapiz que se extendía por todo el lugar, cómo atravesaron el bosque y fueron recibidos con gran hospitalidad de los fugitivos, cuyo poblado era austero pero acogedor. Se extendía por un pequeño valle escondido pero siempre luminoso, denominado Luminia, en el que podrían vivir en paz sin preocuparse de los posibles ataques de Tenebra, «Sentiros bienvenidos, guerreros arkanos», decían, casi como una tribu primitiva: vestían con trajes sencillos, hechos con telas a base de un material vegetal o de piel de animal en los meses fríos, eran gentes pensadoras y tranquila, de piel pálida y ojos ligeramente rasgados, o bien de piel morena, curtida bajo el acuciante sol que golpeaba el valle.

En todo eso pensaba Dana al observar los rayos del sol pedir permiso a las montañas para atravesar estas, sentada bajo la sombra de un árbol, reflexiva con sus brazos apoyados sobre sus rodillas.

—¿Te encuentras bien?

Dana dirigió su mirada hacia Grace, que se acercaba a ella con gesto gentil y una leve sonrisa. Asintió lentamente, parecía que desde que habían escapado de aquel control sofocante se la veía más relajada y expresiva, sin embargo, la tristeza inundaba sus pensamientos de vez en cuando; ese era el lado que odiaba de permitirse a sí misma sentir.

Grace se sentó junto a ella, sólo se oía el silbar de las hojas del árbol, acariciadas por la brisa mañanera.

—Hoy hace un año desde que huimos —murmuró, mirando al frente, dejando que la brisa empujara mechón a mechón su pelo, que quedaba recogido en una coleta. Grace asintió, sin apartar la vista de ella.

—Sí, el tiempo pasa rápido cuando no tienes un arma pegado al cuerpo —bromeó, arrancando a Dana una pequeña mueca, las comisuras de sus labios se curvaron, casi como si sonriera, Grace también miró al frente, tomándose un momento para apreciar el paisaje—. A Ethan le hubiese gustado esto.

Dana asintió, casi como si le leyese la mente. Sabe que a Ethan le hubiese encantado estar ahí, junto a ella, lo sabe porque ella lo sentía así, la sensación de libertad era tan gratificante que podría llegar a abrumar, pues no sabía cómo gestionarlo. No obstante, prefería esta sensación al torbellino de emociones que le estuvo invadiendo durante tanto tiempo.

—Sí.

—Le echas de menos, ¿verdad? —se atrevió a mascullar. El nombre de Ethan no había vuelto a ser mencionado en voz alta desde que estuvieron en el tren, al menos no en presencia de Dana. Pensaban en si le podrían haber salvado, en que merecía una despedida digna, y no que su cuerpo se descompusiera entre las ruinas del mercado de abastos, pensaban en lo valiente que fue, fue un guerrero más leal que cualquier otro obrero del Pandemonio, que no dudó en darles la espalda durante la revolución.

—Podría haberle salvado —murmuró, jugando con una hierba más larga que el resto, arrancando sus granos uno a uno—, o al menos haber hablado con él.

—Lo sé, Dana, todos lo sabemos, y estoy segura de que él también —dijo, tratando de consolarle—. Pero debes entender que no podías salvar a todo el mundo, suena egoísta, pero es la verdad.

Dana se quedó en silencio, pero sabía que tenía razón. Sabía que alguien iba a perecer, ya fuera Ethan, su padre, personas del bando contrario, e incluso ella misma. Habían arriesgado mucho tratando de salir de la base y consiguiéndolo, y más enfrentándose al Gobierno de tal manera, era imposible que todo resultase perfecto.

Grace sonrió al ver a Dana reflexionar, casi podía leer en sus ojos cada una de las escenas que se repetían en su mente. Se levantó del suelo y le extendió la mano a Dana.

EL RENACER DE LOS REBELDESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora