Refunfuñé y me hice la sorda durante media hora mientras el pesado de mi hermano pequeño llamaba sin cansarse a mi teléfono. Con un suspiro de resignación, apagué la serie que estaba viendo. Ni siquiera me parecía interesante, solo estaba allí tirada, esperando a que el tiempo pasase y soñando despierta a que de una vez por todas consiguiera que mi libro fuese pasado al guión y pudiese sentarme en el sofá, toda orgullosa de mí misma, viendo mi propia obra.
Agarré el móvil y lo alejé todo lo posible antes de coger la llamada, porque sabía el chillido que pegaría ese impaciente por haber estado ignorándolo. No me equivoqué.
—¡Se puede saber por qué cojones no me contestas! —exclamó Iker—.Hay que darse prisa o vamos a llegar tarde.
Rodé los ojos, aunque sabía que mi hermano no lo podía ver.
—Y te he dicho que no voy a ir —respondí.
Por desgracia para mí, Iker me conocía demasiado bien y sabía cuáles eran mis puntos débiles.
—No estarás celosa porque yo tengo más éxito que tú, ¿Verdad? —comentó con ese asqueroso tono de querer guerra.
No hay nada que me moleste más en el mundo que la gente se considere mejor que yo. La competitividad me bombea en la sangre, y más con mis dos hermanos pequeños. Bueno, eso es mentira. Yo soy competitiva hasta el límite con todo el mundo. La diferencia era que mis hermanos sabían cómo provocarme.
—Está bien. Voy a ir. Pasa a recogerme en cinco minutos —contesté y colgué antes de que mi hermano pudiera burlarse más de mí.
Yo era el tipo de mujeres que cuando decía que iba a tardar cinco minutos no tardaba ni un segundo más. Agarré el primer vestido de mi armario, que mi otra hermana había dejado allí y me lo puse. Era un vestido brillante, azul, largo pero con una pierna al descubierto y un escote demasiado abierto para mí. Que ganas de joder tenía mi hermana.
Cepillé un poco el pelo y me hice un moño rápido. No tenía ningunos zapatos elegantes en casa, así que me puse los menos deportivos que encontré.
Me miré al espejo. Yo era una chica bastante alta, y no precisamente el modelo de mujer ideal. No tenía nada de especial. Era de lo más común: pelo castaño claro ondulado en las puntas (en algún momento de su vida lo había tenido rizado), ojos marrones oscuros y labios finos. Por lo menos era lo suficientemente deportista como para tener un cuerpo realmente admirable. No me dio tiempo a mirarse mucho más, porque escuchó el inconfundible pitido del caro coche de su hermano.
—¡Vamos! No tengo todo el día —lo escuché gritar.
Cogí las llaves de mi casa (la última vez las había dejado dentro y había sido todo un desastre) y me subí al asiento del copiloto del coche de mi hermano. Él se sacó sus estúpidas gafas de sol y me miró de arriba a abajo alzando las cejas.
—Ya lo sabía yo —dijo mientras abría un cajón debajo de su asiento y me pasaba un objeto.
Miré con el ceño fruncido y mirada de asesina la colonia que Iker me tendía.
—¿A qué esperas? Debe de haber una semana que no te duchas.
Le arranqué la colonia de las manos y me la puse mientras él sacaba otra cosa.
—Ponte también esto —ordenó dándome unos tacones del mismo color que mi vestido.
—¿Cómo sabías de que color era mi vestido? Bueno, en realidad me da igual. No me los voy a poner. Solo haría el ridículo tropezando con ellos —me quejé.
—En cuanto a la primera pregunta; yo lo sé todo, cariño. En cuanto a la segunda; me da exactamente igual. Te los vas a poner y punto. Nuestra hermana camina con ellos como si fuese modelo —respondió.
Gruñí, pero me los puse. Iker puso la radio a máximo volumen y me quedé pensando mientras miraba por la ventanilla.
Yo era una escritora. Desde pequeña había soñado con esto, pero no era como me lo esperaba. A pesar de que mis historias eran bastante vendidas, el dinero que obtenía no era mucho, de hecho en verano tenía que trabajar en una cafetería. Nadie me reconocía. Lo único famoso de mí, eram mi pseudónimo, muy conocido. La del colmillo afilado era una autora con muchos fans, ero no verdaderamente reconocida. No como me lo merecía, después de tanto esfuerzo escribiendo eses libros para que la gente pudiese disfrutarlos.
Recordaba cuando era una adolescente de trece años y me sentaba con mi hermano encima de mi cama y le contaba que algún día sería una escritora famosa y millonaria. Él me miraba con admiración y me aplaudía. Yo y mi hermana menor siempre habíamos sido las listas de la familia, y mi madre confiaba en que las dos tendríamos mucho éxito.
No fue exactamente así.
Años después, mi hermano, que no aprobaba una y que había superado el instituto de milagro, conoció por casualidad a un tipo en un bar y juntos fundaron una empresa que llegó al éxito mundial. Una empresa de móviles y ordenadores.
Mi hermana, al contrario que yo, tuvo la inteligencia de seguir estudiando y acabó siendo matrona. Yo, sin embargo, había escogido mal y tuve la mala idea de dedicarse exclusivamente al mundo de los libros. La peor decisión.
Ahora estaba montada en el auto de lujo de mi hermano camino a una fiesta en la que él iba a anunciar el estreno de un nuevo modelo de teléfono y a la que acudirían las personas más ricas del país. Y yo, por ser su hermana tendría que estar allí apoyando a Iker y aguantando a la tocapelotas de mi hermana y el gilipollas de su nuevo novio.
Yo odiaba las fiestas. Odiaba socializar. Lo que a mí me gustaba era estar en mi casa, viendo una buena serie y tomando pizza y palomitas. Y no en un sitio lleno de personas, con la cabeza a mil intentando encontrar una buena respuesta para responderle al borracho que se sentaría a mí lado en la mesa, o peor aún, al tipo más forrado del planeta.
—¡Hemos llegado! —anunció con alegría mi hermano, sacándome de mis pensamientos.
Bajé con cuidado del coche para no matarme contra el suelo por culpa de los malditos tacones. Me gustaba demasiado mi sonrisa como para quedarme sin dientes. Aunque la verdad era que no sonreía mucho.
Mi hermano me agarró del brazo y me guió hacia dentro de la estancia en la que se daría lugar el evento. Al principio lo agradecía, porque era más fácil caminar. Pero enseguida lo odié. Todas las miradas estaban puestas en nosotros. Las mujeres cuchicheaban a nuestros alrededor. Iker se parecía bastante a mí, con el pelo marrón rizado y los labios finos. Pero por suerte para él, Iker había tenido la fortuna de heredar los ojos verdes de mi abuela, que lo hacían ver bastante atractivo.
—¡Hola! Cuánto tiempo sin verte cuñadita. ¿Cómo estás?
Cogí aire antes de enfrentarme al novio de Valeria, mi hermana.
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El chico salido de tu historia
RomanceDafne es una escritora que no gana mucho dinero, pero un día, en un evento organizado por su hermano, conoce a alguien que puede cambiar todo. ¿Pero una chica antisocial como ella conseguirá enamorarlo? Y... ¿Podrá descubrir todos los oscuros secre...