Capítulo 12: La mujer de los ojos de serpiente

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Me quedé muy quieta. ¿Cuál era mi relación con William e Isabel? No es como si fueran mis amigos de toda la vida. No. Ni siquiera podía decir que eran mis amigos. Eran simplemente dos hermanos con los que había estado hablando durante una media hora... Miento. No estábamos hablando. Eran dos hermanos con los que había estado al lado de ellos, sentada durante una media hora y de repente el pelinegro me metió en un coche, tuvimos un accidente y ahora estoy en el hospital. 


Y en vez de estar pensando en una buena excusa para la médica, mi mente decidió ponerse a pensar en el éxito que tendría una película con esa trama. Las preguntas eran:


¿Cómo seguiría y cómo acabarían los personajes? ¿Tendría un final feliz?


Porque, en realidad, los finales tenebrosos son los que más éxito tienen. Son los que más emoción causan.



No le respondí a la médica, que refunfuñó algo en voz baja en señal de desaprobación.


—Tengo que atender más pacientes. Recuerda que mañana ya te podrás ir a casa. Encima de la mesa tienes el móvil, que por alguna razón está intacto—informó.


Dicho esto salió de la sala, dejándome sola con mis pensamientos y mi mente hecha un lío.

Me levanté lentamente hasta sentarme en una silla que había al lado de la ventana. Desde allí me fijé que en el mismo lugar donde supuse que estaba mi móvil había un jarrón lleno de rosas rojas. Eran unas flores preciosas, de una calidad impecable y claramente compradas en una tienda extremadamente cara. Incluso unas flores podrían valer un pastizal. Pegada en el jarrón, había una nota amarilla fosforita que ponía: 



Esto es para que se lo entregues al 

querido director de tu corazón, 

el pelinegro cuyos ojos azules

han traspasado tu caparazón.


El mejor hermano del mundo, Iker.



Gruñí con enfado. Increíble. Se había puesto incluso poético. Realmente impresionante que hubiera gastado su única neurona en escribir un poema, por muy corto que fuese, solo para fastidiarme. Ese chico no sabía cómo mostrar cariño. Aunque el poema no era tan malo. Podía ser peor.



Miré por la ventana. El frío del otoño se comenzaba a extender por la ciudad de Madrid. Los altos edificios inundaban la ciudad, con las luces reluciendo, dándole un brillo mágico. Ya era de noche. Suspiré.



En otra habitación, otra persona suspiraba mirando por la ventana.


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La gente, los murmullos, la multitud. Todas las cosas que odiaba en un mismo lugar. Yo y mi hermana Isabel habíamos tenido que vivir durante un año en Nueva York. Allí había aprendido a superar todos mis miedos. Ese agobio de sentirse rodeado, ese dolor en el pecho al sentir tantas miradas. Ahora Madrid me parecía incluso tranquilo.

El chico salido de tu historiaWhere stories live. Discover now