El chico salido de tu historia

Capítulo 18: Capaz de invisibilidad

Mi rostro enrojeció todavía más. William se quedó impactado ante la pregunta.

—¿Perdón? —dijo. No parecía ofendido, más bien parecía una pregunta de: "¿He escuchado bien o ha sido producto de mi imaginación?"

Óscar tosió y movió la camiseta, haciendo la actuación de persona importante que tenía que ajustarse la corbata y aclararse la voz.

—Tienes razón. Lo vuelvo a decir correctamente —. Alzó la cabeza para continuar —.¿Por qué no invitas a Dafne a tu impresionante mansión? 

—No es para tanto —respondió, aunque no parecía muy convencido.

Óscar chasqueó la lengua.

—No es mucho para ti, William, el todopoderoso, pero para estos pobres mortales es un puñetero castillo.

William gruñó.

—¡No es necesario! Llamaré a mi hermana para que venga a recogerme —dije rápidamente. 

Ya era lo suficiente incómodo esa situación como para ir a casa de William después de casi besarme con él. Aunque, la verdad tenía curiosidad de como sería la casa de uno de los directores de cine más famoso del mundo. Obviamente, había estado en casa de mi hermano, que tampoco tenía la cuenta bancaria precisamente vacía, pero comparado con William...

Y la curiosidad mata al gato.

Óscar miró al pelinegro como diciéndole: "¡Vamos, William, apúrate a responder tú, que yo ya quedé demasiado bien!"

—Puedes venir si quieres —contestó William mirando hacia al techo.

Óscar no le dio tiempo a cambiar de opinión ni a que yo me negase, porque salió a junto al otro chico, aunque no por mucho tiempo.

—¿Alguien sabe donde está Mateo? —preguntó volviendo a entrar.

No hubo respuesta.

Óscar le lanzó unas llaves de coche a William.

—Tu coche está un poco destrozado. Vete entrando en el mío. Ya puedes salir del hospital. Y... —. Se sacó de los hombros una mochila azul oscura que ni siquiera me había dado cuenta de que tenía y la dejó en el suelo—. Tal vez queráis vestiros. Hay ropa en la mochila.

William asintió con la cabeza.

—Ah, Dafne. También hay ropa para ti. Es de la hermana de Mateo —añadió mirándome.

Yo fruncí las cejas.