Capítulo 7: La llamada

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Observé como William  juntaba las manos, como si se estuviera debatiendo en la decisión más importante de su vida. Tenía las cejas fruncidas y la mirada perdida. 

Por un memento me recordó a mi padre. La copa de vino en frente de William me trajo recuerdos. La gran diferencia era que mi padre no se ponía a pensar vestido de traje en una fiesta, sino en pijama, en el sofá de mi casa viendo un partido de fútbol. Sí, un puñetero partido de fútbol. Era como si cada gol, cada movimiento del balón en el partido, fuese a impactar como una bomba.

Yo no digo nada, cada loco con sus locuras, porque cuando moría mi personaje favorito....

—Voy a negociar algo importante. Voy a tardar. No hagáis nada interesante sin mí —dijo Isabel guiñando un ojo.

William arqueó una ceja, sonriendo. Y antes de que yo pudiera decir algo o replicar, su móvil sonó, vibrando como un loco.

El móvil estaba boca arriba encima de la mesa, al lado del vino, por lo que pude ver claramente que era un número desconocido. 

Levanté la vista para mirarlo a la cara. Casi me caigo de mi asiento del susto. Su cara, al mirar el teléfono, había cambiado repentina y totalmente. Antes era seria, fría, pero tranquila, como si nada le importase. Ahora era sombría, como si una sombra lo cubriese y sus ojos ardiesen de furia. Tenía las cejas fruncidas y la mano, que sostenía un vaso lleno de licor, amenazaba con romper el vaso en mil pedazos por lo apretado que lo tenía. Podía notar sus venas de su mano, y la tensión que flotaba en el aire, como un peligro que amenaza antes de llegar, una burla del viento, contándonos algo que no podríamos parar.


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Sonreí un poco sin querer cuando mi hermana soltó un comentario que contenía claramente una indirecta (más bien directa). Miré a Dafne, que parecía que iba a ponerse a resumir media enciclopedia y a dar mil argumentos en contra del comentario.

Pero fue interrumpida por el sonido de mi estúpido móvil. Lo miré sin preocupación, con indiferencia, pensando que sería alguien intentando venderme un producto más caro que mi coche. Y eso que era un coche de marca, muy muy caro.

Pero me equivoqué. 

Por un momento mi corazón se paró y todos mis sentidos empezaron a nublarse.

El número que marcaba sí aparecía como desconocido.

Pero yo lo conocía muy bien.

Demasiado bien.

Estaba empezando a marearme. De repente solté el vaso y este se estampó contra el suelo, rompiéndolo en mil pedazos y esparciendo todo el líquido que había dentro sobre el piso.

Dafne me miró asustada, sorprendida por el repentino vaso roto.

—Voy un momento a fuera —me excusé mientras agarraba mi móvil y me levantaba muy despacio.

Ignoré el vaso y caminé entre la gente, que me hacía paso, alertada por el ruido de los cristales, rompiéndose con fuerza contra el suelo.


El asqueroso hermano de Dafne, Alejandro Ethier observaba la interesante escena desde lo alto, mirando desde una especie de balcón interior, creado para dar las conferencias importantes y que se oyesen bien.

Estaba sonriendo.

—¿Oye, cómo crees que serán mis sobrinos si son hijos de ese colibrí con cara de tigre? —le preguntó Alejandro a su asistente, que estaba a su lado.

El asistente lo miró mal.


En el fondo de mi corazón me sentí un poco mal por haber dejado a Dafne allí colgada, pero no podía hacer otra cosa. Seguramente se hubiese avergonzado por las miradas curiosas y se hubiera ido, cabreada conmigo. Apreté el puño alrededor de la manga de mi camisa. Hacía mucho que no sentía esa tristeza. Era director de cine. Estaba acostumbrado a ver llorar a personas miles de veces a diario en frente de la cámara, y era algo normalizado para mí.

 Era un sentimiento raro.


El número no paró de llamar. Apreté el teléfono contra mi pecho. Solo escuchaba los latidos de mi corazón.

Salí al exterior por una puerta trasera que daba directamente a un callejón, donde por suerte no había nadie. Me senté con la espalda apoyada contra la pared y tomé aire intentando relajarme, antes de encender el móvil y contestar a la llamada.

—Hola, querido Will. Tanto tiempo que no hablamos, ¿Verdad, cariño mío?—dijo una voz aguda y tranquila, claramente de mujer.

Me quedé congelado. Ya sabía lo que hacía cogiendo al teléfono, pero la sola idea de volver a escucharla llamarme Will me daba escalofríos.

—Sí, ha pasado mucho tiempo—respondí en voz muy baja y grave.

Por primera vez en muchos años, estaba asustado. Esa llamada sólo podía significar algo muy malo. Algo realmente malo.

—Supongo que no tienes ni idea del motivo de mi llamada —respondió la mujer.

No respondí. Tenía la respiración entrecortada y no era capaz de pensar con claridad.

Estuvimos unos minutos en silencio.


Sin embargo, pude sentir como la chica que estaba al otro lado del teléfono sonreía maliciosamente.


Y en mis películas, los villanos solo sonreían si tenían un plan. Un buen plan. 


Un plan que podría acabar con su oponente.

Es decir, conmigo.




—En primer lugar debo felicitarte por tus logros. ¿No estás feliz, ahora que eres el director de cine más famoso del mundo, todo esto "sin ayuda" —dijo elevando el tono y enfatizando en "sin ayuda".

Otra vez silencio.

—No estés tan tenso, mi pequeño Will. Solo vengo para avisarte. 


Tragué saliva.


—¿Avisarme de qué? —pregunté. Me temblaba la voz y la mano que sujetaba el teléfono.


La chica se rió. Era una risa no sólo cruel. Era una risa amarga.

—Ay, Will, en realidad tan inocente...No sé cómo pudiste hacer eso...La fama consume, sin duda —dijo en tono sarcástico.

La chica no esperó una respuesta.

—No pensaste realmente lo que estábamos haciendo ese día, ¿Verdad?

No entendía nada. Había repasado el plan millones de veces en mi cabeza, la coartada perfecta. No podía haber ningún error.

—¿Sabes una cosa? Antes de que te hicieras tan famoso también ensayamos en casa, divirtiéndonos.

No sabía por dónde iban los tiros.

—Y grabamos todo con aquella cámara gris, ¿Recuerdas?

Mierda. Imposible. Siempre había planeado cómo hacerlo, cómo ocultarlo, pero nunca en lo anterior, nunca en esos recuerdos felices. Un simple fallo que podría arruinarme la vida.Sentí que el corazón iba a salir de mi pecho.

—Ahora vamos a tomar venganza.

Y colgó el teléfono.

El chico salido de tu historiaWhere stories live. Discover now