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Capítulo 3: Entre Sombras y Cadenas

La cabaña quedó atrás, pero para Alexai, la pesadilla apenas comenzaba. Roderich lo había sacado de ese lugar oscuro y lleno de lamentos, llevándolo hacia lo que ahora sería su nueva prisión: una mansión eldoriana que los zephyrianos habían tomado como botín de guerra. El lujo y la belleza de la casa eran evidentes, incluso bajo el descuido y la suciedad de la ocupación militar. Las paredes de mármol blanco, las altas ventanas con vitrales de colores y los candelabros dorados hablaban de una vida de comodidad y refinamiento que ahora parecía una cruel burla ante el dolor que llenaba cada rincón.

Roderich lo arrastraba sin esfuerzo por los pasillos amplios y resonantes, y Alexai apenas podía mantener el paso. Cada paso retumbaba en el suelo de mármol, y las miradas de los soldados zephyrianos que patrullaban la mansión lo hacían encogerse aún más; sus ojos fríos no mostraban piedad, solo una satisfacción morbosa de ver a un eldoriano reducido a un estado tan humillante. Las pinturas en las paredes mostraban rostros de eldorianos sonrientes y serenos, pero ahora esos mismos rostros parecían observar a Alexai con un mudo reproche.

Roderich lo llevó hasta una sala amplia con una chimenea imponente y tapices que contaban historias de tiempos más felices. Empujó a Alexai sin ceremonia hacia un sillón de terciopelo desgastado, y luego se giró para cerrar las puertas con un golpe que resonó como un trueno. Alexai, arrodillado en el suelo, no se atrevía a levantar la mirada. Su cuerpo todavía temblaba, y su mente no podía dejar de reproducir lo que acababa de sucederle. La figura imponente de Roderich llenaba el espacio con una presencia abrumadora, y Alexai, por primera vez, se permitió mirarlo realmente.

-Escucha bien- la voz de Roderich rompió el silencio, resonando con una autoridad que no admitía réplica-. Eres mío ahora. Te quedarás aquí y seguirás mis órdenes sin cuestionarlas. Si intentas escapar o desobedecerme, lo lamentarás.

Alexai asintió rápidamente, sus movimientos eran torpes y nerviosos. No sabía qué esperar, pero la amenaza implícita en las palabras de Roderich lo dejó helado. No se atrevía a hablar, y aun si lo intentara, las palabras se le atoraban en la garganta. Desde aquella noche en la cabaña, había perdido más que su inocencia; había perdido su voz. El miedo había sellado sus labios, y cada intento de articular siquiera un susurro se desvanecía en un mar de lágrimas y sollozos silenciosos.

Roderich lo observó en silencio, sus ojos recorriendo el frágil cuerpo del omega. Había algo en Alexai que lo intrigaba, algo más allá del simple hecho de haberlo reclamado. Tal vez era la vulnerabilidad que desprendía, o la forma en que su miedo lo envolvía como una segunda piel. Roderich no estaba acostumbrado a ver tanta fragilidad; para él, el mundo siempre había sido de fuerza y conquista. La debilidad no tenía lugar en su vida, y sin embargo, ahí estaba Alexai, encogido y roto, con cada fibra de su ser gritando desesperación.

Roderich se acercó lentamente y, con un gesto sorprendentemente suave, levantó el rostro de Alexai con una mano. Los ojos de Alexai, llenos de lágrimas y terror, se encontraron con los de Roderich. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Alexai no podía comprender qué veía Roderich en él, y Roderich, a su vez, no estaba seguro de qué buscaba en ese joven omega que tenía frente a él. No era compasión lo que sentía, ni tampoco remordimiento. Era algo más primitivo, algo que le decía que Alexai le pertenecía en cuerpo y alma.

-Te alimentarás cuando yo diga- continuó Roderich, soltando a Alexai y retrocediendo un paso-. Dormirás cuando yo lo ordene. Todo lo que hagas será porque yo lo permito, y no quiero escuchar ni un solo quejido.

Alexai bajó la mirada de nuevo, tragando saliva con dificultad. Sentía que su mundo se hacía cada vez más pequeño, y aunque intentaba mantenerse fuerte, la verdad era que cada palabra de Roderich lo empujaba más hacia la desesperación. Estaba atrapado, y no había escapatoria de ese destino cruel que se cernía sobre él. En la penumbra de la sala, rodeado por la presencia opresiva de su captor, Alexai comenzó a llorar en silencio. Sus lágrimas caían lentamente, mezclándose con la alfombra de terciopelo bajo él, y cada sollozo ahogado era un grito de ayuda que nadie respondería.

Roderich observó esas lágrimas con una mezcla de desdén y curiosidad. Para él, Alexai era solo una más de sus muchas conquistas, una representación física de su poder. Sin embargo, había algo en la fragilidad de ese omega que lo perturbaba, aunque no lo suficiente como para cambiar su actitud. Era dueño de Alexai, y eso era lo único que importaba. Al ver al joven acurrucado y tembloroso, una parte de Roderich sintió un pequeño destello de satisfacción; había quebrado a un eldoriano más, y con ello, se había asegurado de que su nombre fuera recordado no solo como un guerrero implacable, sino también como alguien que no dejaba nada sin reclamar.

La guerra había terminado, pero para Alexai, la verdadera batalla apenas comenzaba. Estaba atrapado en un mundo de sombras y cadenas, sin saber si algún día podría volver a ver la luz. Las historias de amor que su madre le había contado eran ahora fantasías distantes, sueños que se desvanecían en el cruel resplandor de la realidad. Mientras Roderich se alejaba, dejándolo solo en aquella sala llena de recuerdos de un pasado perdido, Alexai cerró los ojos y se permitió un último pensamiento de esperanza, una oración silenciosa a la Madre Luna para que lo rescatara de aquella oscuridad.

Pero la luna, oculta tras las nubes de la guerra, no respondió. Y en ese silencio ensordecedor, Alexai comprendió que estaba solo, verdaderamente solo, en un mundo que no perdonaba la debilidad ni la inocencia.

El Lirio Y La Espada (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora