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Capítulo 5: El peso del deber

La mansión seguía tan fría como siempre, con corrientes de aire que serpenteaban por los pasillos y se colaban por las grietas de las paredes. Alexai había perdido la cuenta de los días que llevaba trabajando sin descanso. Las jornadas se mezclaban unas con otras, y el ritmo constante de órdenes y tareas se volvía abrumador. Apenas dormía, apenas comía, y sus manos estaban siempre agrietadas y sucias por el trabajo pesado que no cesaba. Era como si los días nunca terminaban, un ciclo interminable de servidumbre y miedo.

A veces, mientras limpiaba las chimeneas o cargaba agua para los soldados, Alexai recordaba los días en Eldoria, donde su madre le contaba historias sobre la bondad de la Madre Luna y la promesa de un futuro lleno de amor. Pero aquí, esas historias se sentían tan distantes como un sueño olvidado. Su mundo se había reducido a un solo objetivo: sobrevivir. Y para sobrevivir, debía seguir las reglas de Roderich.

Esa noche, Roderich lo llamó a una de las salas menos dañadas de la mansión. Alexai llegó con la cabeza baja, su cuerpo tembloroso por el cansancio acumulado. La luz de la luna entraba por las ventanas cubiertas de polvo, creando sombras que bailaban sobre las paredes desnudas. Roderich estaba de pie junto a una mesa pequeña, sobre la cual descansaban dos vasos y una botella de licor oscuro.

—Acércate—ordenó Roderich, su voz resonando con una autoridad que no permitía discusión. Alexai obedeció, deteniéndose a un par de pasos de distancia.

Roderich llenó uno de los vasos y se lo ofreció a Alexai. El líquido oscuro y espeso reflejaba la luz de la luna, brillando tentadoramente. Alexai miró el vaso con cautela, sintiendo una punzada de miedo en el estómago. Nunca había probado el alcohol; su madre siempre le había dicho que era algo peligroso, especialmente para alguien tan joven. Pero ahora, en este lugar, frente a Roderich, negarse no era una opción.

"Si no lo hago, me castigará no quiero que me duela cuando lo beba" pensó Alexai, con el corazón latiéndole en el pecho como un tambor.

—Bebe—dijo Roderich con un tono de voz más bajo, pero no menos imperativo.

Alexai tomó el vaso con manos temblorosas y lo acercó a sus labios. El olor fuerte del licor le hizo fruncir el ceño, pero no se atrevió a vacilar. Cerró los ojos y dio un pequeño sorbo, sintiendo cómo el líquido quemaba su garganta mientras bajaba. Tosió un poco, su cuerpo reaccionando instintivamente al sabor amargo y desconocido.

Roderich lo observó, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios.

—Vamos, no es tan malo. Termina.

Alexai obedeció y se obligó a terminar el vaso, su rostro contorsionándose ante cada trago. Cuando finalmente terminó, dejó el vaso sobre la mesa y se llevó una mano al estómago, sintiendo el ardor persistente del alcohol. Se sentía mareado, una sensación extraña y desconcertante que no lograba comprender del todo.

—Así se hace—dijo Roderich mientras se servía a sí mismo—. Un buen soldado nunca rechaza una bebida con su superior.

Alexai no respondió. Sabía que no era un soldado, y mucho menos uno bueno. Era solo un niño atrapado en un mundo de adultos, un omega cuya única función era servir y obedecer. Roderich lo miró con esos ojos que siempre parecían evaluar, juzgar, y finalmente le hizo un gesto para que se acercara.

Alexai lo hizo, sus pasos lentos y titubeantes. Se sentía débil, como si sus piernas fueran de gelatina. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Roderich lo agarró del brazo y lo atrajo hacia sí, con una fuerza que no dejaba lugar a la resistencia.

—Debes aprender a adaptarte, mocoso. Este mundo no perdona a los débiles—susurró Roderich, sus palabras resonando en los oídos de Alexai como una sentencia.

Roderich lo empujó contra la mesa, sujetándolo con firmeza mientras sus manos recorrían su cuerpo con una urgencia que hacía que Alexai contuviera la respiración. La sensación era familiar, pero no menos aterradora. Alexai cerró los ojos, intentando refugiarse en su mente, pero el ardor del alcohol lo mantenía en el presente, en esa horrible realidad de la que no podía escapar.

Las manos de Roderich eran rudas, moviéndose con una mezcla de posesión y necesidad. Alexai intentó mantenerse en silencio, mordiéndose el labio para no dejar escapar ningún sonido, pero era imposible. Los movimientos se volvían más bruscos, y pronto, los sollozos comenzaron a brotar de su garganta, mezclándose con el ruido de la habitación y el crujir de la mesa.

Roderich no parecía inmutarse por las lágrimas de Alexai, como si sus emociones fueran completamente irrelevantes. Solo cuando terminó, se apartó de él con un suspiro satisfecho, dejando a Alexai temblando y roto sobre la mesa. Roderich lo observó por un momento, su mirada tan distante y fría como siempre.

—Levántate y vete a tu rincón. No quiero verte más por hoy—ordenó, su voz volviendo a ser ese tono autoritario que hacía que Alexai se moviera automáticamente.

Alexai se levantó con dificultad, su cuerpo adolorido y su mente nublada. Se tambaleó ligeramente mientras se dirigía a su pequeño espacio en la esquina de la habitación, donde solo había una manta vieja y una almohada sucia. Se dejó caer sobre el suelo duro, encogido sobre sí mismo, y se quedó allí, escuchando la respiración de Roderich que pronto se volvió regular y profunda.

Los pensamientos de Alexai estaban llenos de confusión y miedo. No entendía cómo había terminado así, viviendo como una sombra, sin nombre ni identidad propia. Pensó nuevamente en los cuentos de su madre sobre la bondad de la Madre Luna y se preguntó si algún día encontraría la paz que le habían prometido.

Pero esa noche, mientras el licor aún ardía en su interior y su cuerpo temblaba con el eco de lo sucedido, Alexai solo podía pensar en una cosa:
"La guerra nunca termina, y yo soy solo un prisionero en sus garras."

Y con esa certeza, se dejó caer en un sueño inquieto, lleno de sombras y gritos, donde la línea entre víctima y superviviente se volvía cada vez más borrosa.

El Lirio Y La Espada (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora