Capítulo 22: En la Frontera de la Desesperación
Los días pasaron y Roderich no permitió su ayuda en las labores del hogar, aunque se escapaba con su cuerpo pequeño para no pensar en su "hijo".
Ahora Alexai estaba en los jardines de la mansión, perdido en un mundo de juegos infantiles que solo él podía ver. Con una pequeña rama en la mano, imitaba movimientos que le recordaban los cuentos de héroes que su madre le había contado cuando era niño.
Imaginaba que era un guerrero valiente, luchando contra enemigos invisibles para proteger a su pueblo, aunque su espada era solo una rama y su coraje, una ilusión frágil. Movía la rama de un lado a otro con torpeza, su mente tratando de escapar, aunque fuera por unos momentos, de la realidad que lo aplastaba cada día.
Pero la rama no podía protegerlo. No de los soldados que lo miraban con ojos llenos de desprecio o deseo, ni de la verdad que lentamente se estaba filtrando en su cuerpo, un cambio que no comprendía pero que sentía profundamente. En su corazón, Alexai aún era un niño, uno asustado y perdido, incapaz de entender el peso de la vida que crecía dentro de él.
Roderich lo observaba desde una distancia prudente, con los brazos cruzados y una expresión fría. Había algo en la inocencia de Alexai que le irritaba, esa manera infantil de aferrarse a lo que ya no existía, a los juegos y sueños que en Zephyria eran meras ilusiones.
El mundo no funcionaba así, y Alexai debía aprenderlo. Pero más allá de la irritación, había otra cosa en Roderich, una mezcla oscura de posesividad y desdén que no lograba comprender del todo.
—Alexai, ven aquí -ordenó Roderich con voz firme, rompiendo el frágil hechizo de los juegos del joven omega.
Alexai dejó caer la rama al suelo, como si de repente se diera cuenta de que nunca había sido una espada de verdad. Se acercó a Roderich con pasos vacilantes, sus ojos azules llenos de preguntas y miedos, todavía aferrándose a la inocencia de creer que todo esto podría ser solo un mal sueño del que despertaría.
Roderich no le dio tiempo a preguntar. Lo tomó del brazo, sin consideración, y lo arrastró hacia una parte del jardín donde un grupo de soldados zephyrianos vigilaban a varios omegas eldorianos, todos con vientres apenas abultados y otros visiblemente grandes por la vida que crecía dentro de ellos. Los omegas estaban alineados, sus rostros pálidos y llenos de terror, mientras los soldados los miraban con desprecio y algo más profundo, una ira que parecía surgir desde las entrañas.
—Mira bien, Alexai -dijo Roderich, forzando al joven omega a fijar la vista en la escena con una mano apretada alrededor de su brazo—. Esto es lo que hacemos con los omegas embarazados.
Alexai observó, su respiración se hizo más rápida y superficial, su pecho subiendo y bajando con un ritmo irregular. Un soldado empujó a un omega al suelo y, sin más, comenzó a patear su vientre con una brutalidad que resonó en el aire como un trueno de maldad.
Los gritos del omega eran desgarradores, un sonido de dolor puro que hizo que Alexai se tapara los oídos, aunque no podía alejarse. Los otros omegas miraban la escena con ojos desorbitados, sollozando suavemente, sus cuerpos temblando de miedo ante lo que veían, sabiendo que ese podría ser su destino también.
Roderich observaba la escena sin un rastro de compasión en su rostro. No había suavidad en sus ojos, solo la fría determinación de quien cree en lo que hace sin cuestionarse, sin remordimientos. Cada patada, cada grito, era solo un recordatorio de su poder, de su dominio absoluto sobre esos cuerpos y vidas que consideraba insignificantes.
—¡Por favor, detente! -gritó Alexai, su voz quebrándose mientras intentaba liberarse del agarre de Roderich, pero era inútil. No tenía la fuerza ni el coraje para hacer frente a esa realidad despiadada.—Por favor, no me h-haga verlo—Sus ojos se posaron en los de Roderich como cuchillas.
Pero Roderich lo sostuvo con más fuerza, sus dedos hundiéndose en la piel de Alexai mientras lo obligaba a mirar.
—No hay lugar para la debilidad aquí, Alexai. -Su voz era baja, cargada de una amenaza silenciosa—No podemos permitir que nazca un revolucionario con sangre sucia. Esto es necesario.
Alexai sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. No entendía cómo podían ser tan crueles, cómo podían destruir vidas con tanta facilidad, con tanto desprecio. Era un terror que iba más allá de las palabras, una sensación de desesperanza absoluta que lo envolvía y lo sofocaba. Todo lo que había conocido, todo lo que su madre le había enseñado, se sentía lejano e irreal frente a la brutalidad que ahora dominaba su mundo.
—¿Y... y el nuestro? -logró preguntar Alexai, su voz apenas un susurro mientras miraba a Roderich con ojos llenos de lágrimas, buscando desesperadamente una respuesta que pudiera darle algo de consuelo.
Roderich lo miró fijamente, sus ojos oscuros y calculadores. Había una dureza en su expresión, una frialdad que no dejaba lugar para la esperanza.
—El nuestro tendrá un destino diferente, Alexai. Se inclinó hacia él, su tono cargado de autoridad y posesión—. Tendrá un privilegio más allá de estos, porque yo me encargaré personalmente de ello. No importa quién sea la madre; lo único que importa es que aprendas a cuidar tu cuerpo, porque ahora lleva algo que me pertenece.
Alexai sacudió la cabeza, incapaz de aceptar lo que estaba escuchando. Para él, la idea de un bebé era algo puro, un acto de amor que requería la bendición de la Madre Luna, no algo que naciera del dolor y la violencia. En su mente, aún tan inocente, no podía entender cómo algo tan terrible podía ser real.
—No... no puede ser... -balbuceó Alexai, sus lágrimas fluyendo libremente mientras miraba al suelo -. Seré madre, ¿verdad? Mi mamá... ella...
—Otra vez
Roderich soltó una carcajada seca, sin rastro de humor. Le dio una sacudida, no demasiado fuerte pero suficiente para que Alexai entendiera la seriedad de la situación.
—No necesitas rezarle a ninguna luna ni desearlo, Alexai. Esto es real, más real de lo que cualquier cuento que te hayan contado, veo que necesitas un escarmiento. —Roderich lo soltó bruscamente, dejando que el peso de sus palabras cayera sobre Alexai como una losa.
Alexai se quedó inmóvil, sus lágrimas cayendo sin control mientras trataba de procesar lo que estaba sucediendo. Sentía como si el mundo entero se derrumbara a su alrededor, y en su pecho, un dolor sordo que no sabía cómo aliviar. Todo en lo que había creído, todo lo que su madre le había enseñado, se sentía distante, una realidad que ya no existía en ese lugar dominado por la violencia y la desesperanza.
Los otros omegas miraban la escena con rostros pálidos y llenos de miedo, sus cuerpos rígidos y temblorosos. Algunos sollozaban silenciosamente, comprendiendo que Alexai estaba atrapado en algo de lo que no había salida fácil. Había una tristeza compartida, un reconocimiento silencioso de su propia impotencia.
Roderich, sin embargo, no compartía ni una pizca de esa compasión. Observaba a Alexai con una mezcla de desdén y algo que no se permitía reconocer como preocupación. Se inclinó hacia él una vez más y, en un gesto final de control, presionó sus labios contra la mejilla de Alexai, un beso frío y calculado, carente de cualquier calidez.
—Recuerda, Alexai —dijo en voz baja, sus palabras perforando la frágil calma de Alexai—. Este es tu lugar. Eres mío, y lo que llevas dentro también lo es. No hay lugar para las ilusiones aquí. Solo la realidad que yo dicto, podrías ser el omega más...
Alexai asintió, aunque su mente estaba lejos de comprenderlo. Se sentía atrapado, solo y pequeño en un mundo que no le ofrecía más que oscuridad.
Mientras Roderich se alejaba, Alexai se quedó mirando el suelo, su alma quebrada y sus sueños destrozados, aferrándose solo a los fragmentos de inocencia que aún quedaban en su corazón, sabiendo que cada día que pasaba, esa luz se desvanecía un poco más.
—P-perdón— Fue lo único que logró pronunciar al ver a aquellas madres a las cuales les habían quitado a sus bebés.
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El Lirio Y La Espada (Omegaverse)
Fanfiction-p-por favor no quiero- Nunca quise esto. -Solo s-soy un niño -Solo eres un esclavo, un botín de guerra que abre las piernas y trabaja cuando yo lo ordeno