Capítulo 8: Bajo el Yugo del Silencio
Los días se sucedían unos a otros, cada uno cargado con la misma rutina opresiva que Alexai había llegado a conocer demasiado bien. Había aprendido a anticipar las órdenes de Roderich, a prever sus necesidades antes de que fueran expresadas. El temor constante de cometer un error le había enseñado a observar, a escuchar y a moverse con la precisión de un soldado bien entrenado, aunque él no era ni lo uno ni lo otro.
El sol apenas se filtraba a través de las gruesas cortinas de la sala cuando Alexai se arrodilló en el suelo de mármol, un balde de agua a su lado y un trapo en la mano. Frotaba con fuerza, intentando borrar las manchas que solo él parecía ver. Era una tarea inútil, una rutina que realizaba más para calmarse que para satisfacer a Roderich, quien rara vez prestaba atención a la limpieza. Pero Alexai encontraba en esos momentos un respiro silencioso, un lugar donde sus pensamientos podían perderse en la monotonía del trabajo.
Roderich apareció sin previo aviso, su presencia llenando la habitación con una energía tensa y dominante. Sin decir palabra, observó a Alexai trabajar, sus ojos recorriendo el cuerpo del joven con una mezcla de propiedad y desaprobación.
-Levántate-ordenó finalmente, su voz cortante rompiendo la calma forzada.
Alexai dejó el trapo y se levantó rápidamente, manteniendo la cabeza baja. Podía sentir el peso de la mirada de Roderich sobre él, evaluándolo como si fuera un objeto defectuoso que necesitaba reparación.
-Vienes conmigo-dijo Roderich, girándose hacia la puerta sin esperar respuesta.
Alexai lo siguió en silencio, sus pasos ligeros y apresurados. Pasaron por los corredores llenos de soldados que apenas les prestaron atención. Algunos intercambiaron miradas cómplices, otras llenas de desdén, pero Alexai se esforzó por ignorarlas. Había aprendido que la indiferencia era su mejor escudo.
Roderich lo llevó hasta un patio trasero donde se realizaban los entrenamientos de los soldados. Era un lugar duro, de piedra y polvo, marcado por las cicatrices de innumerables ejercicios y combates simulados. En una esquina, algunos prisioneros estaban siendo instruidos en tareas básicas, un intento de forjar una utilidad de aquellos que habían sido capturados y sometidos.
-Mira-dijo Roderich, señalando a los prisioneros-. Así es como un país débil intenta volverse útil. Tristes intentos de resistencia, sin propósito ni dirección.
Alexai observó en silencio, sintiendo una mezcla de compasión y miedo. Aquellas figuras delgadas y malnutridas eran eldorianos como él, pero a diferencia de ellos, Alexai no tenía que soportar esos castigos físicos constantes... al menos no de la misma manera. Su sufrimiento era diferente, una tortura silenciosa y constante que no dejaba marcas visibles.
Roderich lo condujo hasta un rincón más apartado del patio, donde un pequeño grupo de soldados entrenaba con armas. El sonido de los golpes resonaba en el aire, acompañado de gritos y órdenes tajantes. Roderich se detuvo y, por primera vez, se dirigió a Alexai con un tono casi casual.
-Aprende algo, niño-murmuró, aunque no estaba claro si se refería a las técnicas de combate o a la brutalidad de la situación en general.
Alexai observó con atención. Los soldados se movían con precisión y fuerza, sus movimientos calculados para maximizar daño y eficiencia. Para Alexai, esas demostraciones de violencia organizada eran un recordatorio constante de la frágil línea que existía entre la vida y la muerte en este nuevo mundo. Y aunque él no tenía lugar en esa arena, no podía evitar sentir la amenaza implícita de cada golpe, cada grito de dolor.
Roderich, mientras tanto, se mantenía a su lado, observando con una mezcla de orgullo y desapego. Era evidente que este mundo de guerra y dominación era su hogar, su verdadero campo de juego, y que todo lo demás era solo un adorno. Alexai lo miró de reojo, tratando de entender qué lo impulsaba, qué lo mantenía en esta constante búsqueda de control y superioridad.
-¿Te asusta?-preguntó Roderich de repente, sin apartar la vista del entrenamiento.
Alexai tardó en responder. No sabía si debía mentir o decir la verdad, si Roderich buscaba una confesión de miedo o una muestra de coraje. Al final, optó por un simple asentimiento, un gesto leve que podría interpretarse de cualquier manera.
Roderich sonrió, una sonrisa sin alegría que solo enfatizaba la dureza de su rostro.
-Debería-murmuró, más para sí mismo que para Alexai-. El miedo mantiene a los débiles en su lugar.
El comentario quedó suspendido en el aire, resonando en la mente de Alexai. No era la primera vez que escuchaba esas palabras, pero hoy parecían tener un peso distinto, como si estuvieran destinadas a hacerle comprender algo que todavía escapaba a su entendimiento. Observó a los soldados continuar su entrenamiento, y por un breve instante, deseó tener la fuerza para pelear, para defenderse, para ser más que un simple espectador de su propia derrota.
El día continuó con la misma pesadez, y cuando finalmente regresaron a la mansión, Alexai estaba exhausto. Había algo en la constante vigilancia de Roderich que lo drenaba más que cualquier trabajo físico. Era como si siempre estuviera siendo examinado, medido y juzgado, y cualquier fallo podría desencadenar la furia de su captor.
Al llegar, Roderich lo soltó con un gesto brusco y se retiró a sus propios asuntos, dejando a Alexai solo en el salón. Alexai se sentó en un rincón, abrazando sus rodillas mientras trataba de calmar su mente. La mansión estaba silenciosa, pero para Alexai, ese silencio siempre estaba lleno de amenazas implícitas, de peligros invisibles que acechaban en cada sombra.
Sin embargo, lo que más lo perturbaba no era la presencia constante de Roderich ni el miedo que lo atenazaba cada vez que se encontraba cerca de él. Lo que realmente lo desgarraba era la sensación de estar perdiendo su propia identidad. Cada día que pasaba, Alexai sentía que una parte de él se desvanecía, reemplazada por un autómata que solo sabía obedecer, limpiar, y sobrevivir.
Sus pensamientos lo llevaron de regreso a Eldoria, a los recuerdos difusos de una vida que ahora parecía un sueño distante. Recordó las historias que su madre solía contarle, cuentos de amor y honor, de una vida en la que los valores importaban más que la fuerza bruta. Pero aquí, en esta mansión ocupada, esos ideales eran meras fantasías, irrelevantes en un mundo donde solo los fuertes sobrevivían y los débiles eran pisoteados.
Alexai cerró los ojos, intentando recordar el rostro de su madre, la calidez de su sonrisa. Pero incluso esos recuerdos comenzaban a desvanecerse, eclipsados por la realidad brutal de su situación actual. Se sintió pequeño y perdido, un niño en un mundo de gigantes que solo sabía destruir.
El ruido de pasos lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista para ver a Roderich regresar, con la misma expresión inescrutable de siempre.
-Levántate-ordenó, y Alexai obedeció sin protestar.
Roderich lo miró fijamente, como si buscara algo en sus ojos que Alexai no podía entender.
-No eres nada sin mí-dijo finalmente, su voz baja pero firme-. Recuerda eso, Alexai. No eres nada.
Alexai asintió, sintiendo el peso de esas palabras como una losa sobre su pecho. Y aunque quería creer que no era cierto, que todavía había algo de valor en él, la realidad lo empujaba constantemente hacia el abismo del que tanto temía nunca poder escapar.
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El Lirio Y La Espada (Omegaverse)
Fanfiction-p-por favor no quiero- Nunca quise esto. -Solo s-soy un niño -Solo eres un esclavo, un botín de guerra que abre las piernas y trabaja cuando yo lo ordeno