Capítulo 20: En las Sombras de la Ignorancia
Alexai se movía lentamente por la mansión, con la cabeza baja y los pasos inseguros. En los últimos días, ese persistente sentido de malestar constante que no desaparecía de su ser. Lo había asustado y más por su cuerpo, delgado y frágil, parecía estar en su "ultimos" días. Se había mareado más de una vez mientras trabajaba, y su estómago se revolvía con una mezcla de hambre y náuseas. Los otros sirvientes lo miraban con preocupación velada, especialmente las omegas que ya intuían lo que pasaba, pero él seguía en la oscuridad, temiendo lo peor.
Aquella tarde, mientras limpiaba el gran salón, un grupo de soldados pasaba cerca, hablando en susurros que Alexai no pudo evitar escuchar.
Hablaban de las enfermedades que azotaban los campamentos, de los cuerpos que eran abandonados cuando ya no podían servir. Cada palabra era una flecha que se clavaba en su mente, llenándola de imágenes aterradoras. "¿Será eso lo que me está pasando?" pensaba, sus dedos aferrándose a la escoba con una fuerza que apenas reconocía.
Alexai no se atrevía a hablar con nadie sobre lo que sentía; no sabía cómo expresar el miedo que lo devoraba desde adentro. Temía que si mencionaba sus síntomas, lo apartarían, lo considerarían inútil, una carga más en medio del conflicto. Cada vez que sentía una punzada en su vientre, se encogía, apretando los dientes y esperando que el dolor desapareciera. En su mente de niño, creía que estaba pagando por todo lo que hizo en la guerra, quizás también por haber sobrevivido cuando tantos otros no lo habían hecho.
Los sirvientes más viejos lo miraban de reojo, susurrando entre ellos con miradas llenas de lástima. Sabían lo que estaba pasando, lo veían en el pequeño bulto que comenzaba a formarse en su abdomen, en la forma en que se llevaba las manos al vientre como si intentara calmar un dolor invisible. Pero Alexai no entendía, en su mente las palabras de su madre resonaban claras, pero no sabía porque recordaba eso: "Un bebé solo puede venir si ambos lo desean y rezan juntos a la Madre Luna." Y él y Roderich, su captor y verdugo, nunca habían hecho algo tan sagrado, así que, para él, la idea era simplemente imposible y su destino seguramente era la muerte por la enfermedad que lo consumía.
Roderich, mientras tanto, observaba a Alexai con una mezcla de irritación y sospecha. Había notado los cambios en el chico, las pequeñas señales que traicionaban la verdad que él, con su brutalidad habitual, no estaba dispuesto a ignorar. Sabía lo que significaban esos síntomas, las feromonas dulces que impregnaban el aire cada vez que Alexai entraba en una habitación. Era un signo inconfundible de embarazo, uno que no podía pasar desapercibido en una sociedad donde los omegas eran tan vigilados como el botín más valioso.
Una tarde, después de regresar de una reunión con los oficiales, Roderich entró a la mansión con una expresión endurecida. Los sirvientes se apartaron rápidamente de su camino, conscientes del mal humor que irradiaba. Roderich atravesó el pasillo principal con grandes zancadas y encontró a Alexai limpiando uno de los ventanales, su figura delicada recortada contra la luz del atardecer. Sin previo aviso, Roderich lo tomó bruscamente del brazo, apretando con fuerza suficiente para dejar marcas.
—Ven conmigo, —ordenó, arrastrándolo sin dar explicaciones.
Alexai tropezó, tratando de mantener el equilibrio mientras era llevado a la fuerza. Su mente se llenó de una confusión aún mayor; no entendía por qué Roderich lo trataba así, ni qué había hecho mal esta vez. Cuando llegaron a la habitación, Roderich cerró la puerta de un golpe, volviendo a mirarlo con una intensidad que hizo que Alexai retrocediera instintivamente.
—Sé lo que está pasando, —dijo Roderich con una voz fría—. No intentes negarlo, tus feromonas te delatan. Estás gestando.
Alexai lo miró con los ojos muy abiertos, sin comprender las palabras de su captor. No sabía qué quería decir con eso de "feromonas" ni cómo su cuerpo podía traicionarlo de esa manera. En su mente infantil, al escuchar aquello llegó de nuevo lo que le dijo su madre, seguía aferrado a la creencia de que para que un bebé naciera, se necesitaba el deseo mutuo y las bendiciones de la Madre Luna, nada de lo cual encajaba con su situación actual.
—Eso... eso no es posible —balbuceó, las lágrimas asomando en sus ojos mientras se aferraba a su camisa como un niño aferrado a su manta de seguridad—. Para que nazca un bebé... los dos deben rezar juntos... y nosotros... no lo hicimos...
Roderich, lleno de frustración y cansado de la ignorancia de Alexai, lo golpeó con un bofetón tan fuerte que el sonido resonó en la habitación. Alexai se tambaleó, llevándose una mano a la mejilla adolorida mientras lo miraba con una mezcla de miedo y desconcierto.
—¡No es así como funciona! —gritó Roderich, su paciencia agotada—. Los bebés no nacen de rezos o deseos. Esto es resultado de lo que hacemos, quieras o no. Tu cuerpo me perteneces a mí, y ahora nos ha traicionado.
Alexai se encogió, sus ojos llenos de lágrimas mientras trataba de procesar las palabras de Roderich. Para él, todo seguía siendo incomprensible, un caos de términos y conceptos que no encajaban con su percepción del mundo. En su mente, la idea de estar "embarazado" no tenía sentido; solo podía pensar que estaba enfermo, que su cuerpo estaba fallando y que pronto, muy pronto, podría morir.
Roderich, enfadado por la resistencia de Alexai a entender, lo empujó sobre la cama, su agarre firme mientras desgarraba la camisa del joven para dejar al descubierto su abdomen. Ahí, apenas perceptible, estaba la evidencia de lo que Roderich ya sabía: un ligero abultamiento que confirmaba sus sospechas.
—Mira, —dijo Roderich, presionando su mano sobre el vientre de Alexai con fuerza—. Esto es lo que eres ahora. No hay escapatoria, ni rezos que te salven.
Alexai rompió a llorar, cubriéndose el rostro con las manos mientras sollozaba con una desesperación que partía el alma. En su mente, todo estaba mal, y no había consuelo ni comprensión para lo que sentía. Cada palabra de Roderich era como un golpe más, una prueba irrefutable de que estaba solo, perdido en un mundo que no lograba entender. Y ahora cargando la semilla que el verdugo había depositado en su interior.
Roderich lo dejó ahí, temblando y envuelto en sus propios miedos, antes de salir de la habitación con una mirada de desdén. Para él, Alexai era solo una propiedad que debía aprender su lugar, sin importar cuán crueles fueran las lecciones. Mientras cerraba la puerta, Roderich dejó escapar un suspiro de frustración; la guerra, la conquista y el dominio eran su vida, y no tenía tiempo ni paciencia para las debilidades de un niño omega que no sabía dónde estaba parado.
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El Lirio Y La Espada (Omegaverse)
Fanfic-p-por favor no quiero- Nunca quise esto. -Solo s-soy un niño -Solo eres un esclavo, un botín de guerra que abre las piernas y trabaja cuando yo lo ordeno