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Capítulo 14: Tierras Tomadas

Los días en la mansión pasaban con una tensión constante, pero un cambio inminente comenzaba a tomar forma. Se había anunciado oficialmente que las tierras donde se ubicaba la mansión, una joya de Eldoria, le habían sido concedidas a Roderich como parte de sus recompensas de guerra, aunque no estaba todo ganado solo tenían que deshacerse de unas cuantas hormigas y luego comenzar una nueva conquista. Su dominio sobre la propiedad era ahora total, y su autoridad no solo se extendía sobre las vidas de los sirvientes y los prisioneros que habitaban la mansión, sino también sobre las tierras mismas que rodeaban el lugar.

El anuncio fue recibido con una mezcla de orgullo y expectativa por los alfas zephyrianos. Para ellos, esta concesión no era solo un regalo; era un símbolo de su poder, un recordatorio de su supremacía sobre los eldorianos. El terreno fértil y la mansión eran un trofeo visible de su victoria, y con el nuevo privilegio otorgado a Roderich, se empezaron a trazar planes para expandir su dominio.

Roderich se movía por los pasillos de la mansión con una nueva determinación. Sabía que en unos días llegarían más betas y otros prisioneros de guerra, esclavos capturados durante la expansión de Zephyria. Su misión sería construir todo lo que él ordenara, levantando nuevas estructuras que consolidarían aún más su control sobre las tierras. Entre las construcciones planeadas estaban las barracas para alojar a los esclavos, un lugar sombrío y precario que se erigiría en las afueras de la mansión. Sin embargo, Alexai, su compañero de cama y sirviente personal, seguiría compartiendo sus aposentos, un privilegio que solo le pertenecía a él.

En los días previos a la llegada de los nuevos esclavos, la brutalidad se intensificó. Los alfas zephyrianos no se contenían, mostrando una despiadada falta de misericordia hacia los omegas eldorianos que estaban a su servicio. La violencia se desbordaba en cada rincón de la mansión; era común escuchar los gritos y sollozos apagados de los omegas, sometidos a un sinfín de su fuerza y dominio sobre sus presas, sin ningún tipo de remordimiento o consideración. Para ellos, los omegas no eran más que cuerpos que servían a sus necesidades, y cualquier signo de resistencia era rápidamente aplastado.

En una ocasión, Alexai fue testigo de una escena particularmente brutal. Un joven omega, apenas mayor que él, había cometido el error de tropezar mientras servía vino a uno de los alfas. El líquido carmesí manchó el suelo, y en un abrir y cerrar de ojos, el alfa reaccionó con una crueldad desmedida, golpeando al omega con una furia que hacía temblar las paredes. Cada golpe resonaba en los pasillos como un macabro recordatorio del destino de aquellos que osaban equivocarse o desafiar el orden impuesto. Alexai, desde un rincón, observaba con los ojos bien abiertos y el corazón latiendo desenfrenado, sintiendo cómo el miedo se arraigaba aún más en su ser.

Roderich, al ver la escena, no hizo nada por detenerla. Para él, esto no era más que una reafirmación de la jerarquía que se debía mantener. Los alfas eran los conquistadores, y los omegas, los conquistados. Este tipo de lecciones eran necesarias para mantener el orden en la mansión y en las nuevas tierras que había reclamado. Sin embargo, notó la forma en que Alexai miraba, cómo sus ojos reflejaban no solo el miedo, sino también una profunda tristeza y desesperación. Se acercó a él, colocando una mano firme sobre su hombro, no como un gesto de consuelo, sino como una advertencia silenciosa: así es como las cosas deben ser.

Las jornadas de trabajo para los esclavos eran extenuantes, y los alfas no se molestaban en ocultar su desprecio por aquellos a quienes ahora dominaban. Compartir recursos, tiempo o cualquier tipo de atención era algo que solo sucedía bajo sus propios términos. Los omegas no eran más que posesiones; compartir era una muestra de debilidad, y debilidad era lo último que un alfa zephyriano podía permitirse. La brutalidad se extendía como una plaga, afectando a todos los que vivían bajo el yugo de la ocupación.

A medida que los días avanzaban, la construcción de las barracas progresaba lentamente. Los esclavos trabajaban hasta el límite de sus fuerzas, empujados más allá de la fatiga por la constante amenaza de castigos. Las barracas eran poco más que chozas frías y desnudas, construidas para ser funcionales, no para ofrecer comodidad. Sin embargo, los esclavos no tenían voz en este proceso; sus opiniones, deseos o necesidades eran tan insignificantes como el polvo bajo sus pies. Para ellos, cada día era una lucha por la mera supervivencia, una batalla silenciosa contra un destino que parecía decidido a aplastarlos.

Roderich, por su parte, se mantenía firme en sus decisiones. Los omegas, incluidos los que ahora servían dentro y fuera de la mansión, eran simples recursos en su mente. La idea de que los esclavos pudieran desarrollar cualquier forma de rebelión o resistencia era inconcebible para él; habían sido quebrados demasiado a fondo, y él mismo se aseguraba de que cualquier chispa de esperanza fuera sofocada rápidamente. Para él, la brutalidad no era solo una herramienta; era una necesidad estratégica, un método para garantizar que su poder permaneciera incuestionable.

Mientras tanto, Alexai seguía desempeñando su rol en silencio, cada día sintiéndose más atrapado en una red de violencia y sumisión.

Aunque su carga de trabajo había disminuido, la presión psicológica solo aumentaba. Sabía que, al igual que los otros omegas, estaba a merced del capricho de los alfas, y Roderich, a pesar de cualquier muestra de amabilidad ocasional, no era una excepción a esa regla. Los momentos en los que Roderich mostraba una falsa ternura eran a menudo seguidos por demostraciones de control, recordándole constantemente su posición.

Alexai había aprendido a no esperar nada de aquellos que lo rodeaban, a no confiar en las sonrisas ni en los gestos que parecían amables. Cada paso que daba estaba calculado para evitar despertar la ira de su amo, y cada palabra que pronunciaba era cuidadosamente medida. La mansión, con todos sus lujos y comodidades, no era más que una cárcel disfrazada de hogar, y aunque Alexai pudiera dormir bajo su techo, siempre lo hacía con un ojo abierto, consciente de que en cualquier momento, la pesadilla podía intensificarse.

En esos días, mientras la mansión se preparaba para recibir a los nuevos esclavos y expandir su dominio, Alexai se encontraba en el centro de una tormenta que no podía controlar. Era un prisionero, un botín de guerra cuya belleza y juventud no lo protegían del dolor ni del miedo. Cada vez que escuchaba los pasos de Roderich acercándose, su corazón se aceleraba, y aunque se mantenía en calma, la sombra de la maldad que lo rodeaba siempre lo alcanzaba.

En esos días, mientras la mansión se preparaba para recibir a los nuevos esclavos y expandir su dominio, Alexai se encontraba en el centro de una tormenta que no podía controlar. Era un prisionero, un botín de guerra cuya belleza y juventud no lo protegían del dolor ni del miedo. Cada vez que escuchaba los pasos de Roderich acercándose, su corazón se aceleraba, y aunque intentaba mantener la calma, la sombra de la brutalidad que lo rodeaba siempre lo alcanzaba, recordándole que, en este mundo de alfas y omegas, solo los más fuertes sobrevivían.

El Lirio Y La Espada (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora