Capítulo 35: La Cuna del Invierno
El viento frío de invierno soplaba con fuerza fuera de la fortaleza, sacudiendo las ramas de los árboles cercanos y silbando entre las grietas de las paredes de piedra. A pesar del rigor del clima, la habitación en la que se encontraban Alexai y los bebés estaba cálida. Roderich había asegurado que todo estuviera en perfecto estado para ellos. Era un lugar de tranquilidad artificial, un refugio que contradecía la guerra y el sufrimiento que habían vivido.
Alexai ya no yacía en silencio como antes. Aunque su cuerpo aún se movía con pesadez, podía caminar por la habitación, hacer pequeños movimientos y, cuando pensaba que nadie lo veía, llevaba una mano temblorosa a su cuello. La marca. Esa marca que lo conectaba de manera irrevocable con Roderich. Cada vez que sus dedos rozaban esa cicatriz, Alexai sentía una mezcla confusa de emociones. Pero lo más extraño de todo era que, cuando la tocaba, lloraba. Y cada vez más.
A veces, en los momentos de soledad, Alexai se acercaba a la ventana. Con los bebés durmiendo en sus cunas, observaba el paisaje helado y pensaba en lo que vendría. No hablaba mucho, pero había encontrado su propia manera de expresarse. En sus horas de soledad, cuando Roderich no estaba cerca, Alexai se permitía cantar. Era una canción suave, una especie de cuna, una melodía nacida de la desesperación, pero también de la resistencia.
Era una canción para sus hijos. Para Einar y Elcek, los pequeños que ahora lo ataban a este mundo, que eran la prueba viviente de todo lo que había soportado. Era una canción que no hablaba directamente de dolor, sino de supervivencia, una melodía que llenaba la habitación de una calma que contrastaba con la tormenta que había pasado por su vida.
—Luna fría, cuida de ellos.
Guía sus pasos mientras duermen.
Entre sombras y recuerdos,
nacerán, crecerán, en el invierno.
Mis pequeños, mis estrellas,
no caerán bajo el viento cruel.
El campo les espera,
donde su risa romperá el silencio.Roderich, quien a menudo fingía estar demasiado ocupado para estar cerca, a veces se quedaba en la puerta, en silencio, escuchando la suave melodía que Alexai cantaba. Nunca se lo había dicho, pero cada vez que lo escuchaba, una sensación que no entendía lo atravesaba. Era como si, por un momento, el mundo fuera más simple, más soportable. Pero nunca se acercaba mientras Alexai cantaba. Era como si esa canción perteneciera a él y a los niños, algo que no debía interrumpir.
Habían pasado semanas desde la marca, y aunque Alexai no lo miraba con los mismos ojos que antes, algo en él había cambiado. Caminaba más, comía mejor, y aunque no era el mismo chico eldoriano que había sido capturado, parecía estar adaptándose, como si hubiera aceptado el peso de lo que ahora era y que ya no había vuelta atrás. A veces, Alexai murmuraba los nombres de los bebés, probando cómo sonaban en su boca. Si en algún punto les tuvo rencor, ahora parecía haber desaparecido.
Fue en una de esas tardes, mientras Roderich lo observaba en silencio desde la puerta, que finalmente decidió hablar con él sobre los nombres. Se acercó lentamente, tratando de no romper la calma que había en la habitación.
—Alexai, —dijo con una voz más suave de lo que acostumbraba—, he pensado en los nombres de los niños… si no te gustan, podemos cambiarlos. Einar y Elcek. Pero si prefieres otros, lo haremos.
Alexai lo miró, sorprendido por la oferta. No era común que Roderich mostrara tal consideración, y por un momento, Alexai no supo qué decir. Los nombres, esos nombres que había pronunciado en silencio tantas veces, ya le pertenecían. Pero el simple hecho de que Roderich le diera la opción lo desconcertaba.
—Están bien, —respondió finalmente, su voz apenas un susurro. No había fuerza en su tono, pero tampoco rechazo. Los nombres, al final, eran lo de menos en comparación con todo lo demás.
Roderich asintió, como si hubiera esperado esa respuesta. Sabía que, en algún lugar profundo, Alexai estaba luchando por encontrar su lugar en todo esto, pero también sabía que no podía forzar su sanación.
—Cuando llegue la primavera… —continuó Roderich, sentándose junto a él—, iremos a Zephyria. He escuchado de un lugar en el campo que es bueno para criar a los bebés. Un lugar donde el aire es limpio y las flores crecen en abundancia. Será un buen lugar para ellos, y para ti también.
Alexai lo escuchaba en silencio, sus ojos fijos en un punto distante, como si las palabras de Roderich fueran algo ajeno, algo que no terminaba de procesar. El campo. Zephyria. Regresar. Todo sonaba tan lejano, tan imposible. ¿Cómo podía pensar en un futuro cuando su presente estaba tan roto?
Fue entonces cuando Alexai, incapaz de contener más sus emociones, rompió en llanto. No eran lágrimas desesperadas, no era el llanto de alguien derrotado, sino algo mucho más profundo, como si todo el peso de lo vivido cayera sobre él en ese momento.
—Lo siento... —murmuró, su voz entrecortada—, lo siento por todo... pero no puedo olvidarlo, no puedo olvidar el dolor. No lo haré...
Sus palabras eran una confesión cruda, honesta, cargada de miedo y sufrimiento acumulado. —Tengo miedo, Roderich. Te tengo miedo. Miedo de ir a Zephyria, miedo de tu gente, de lo que me pueda pasar allí... no quiero ser golpeado otra vez, no quiero ser usado como lo fui antes...
Roderich, sorprendido por esa súplica, se arrodilló frente a él, tomando su rostro entre sus manos. Alexai nunca lo había visto así, tan imponente y a la vez tan humano. Alexai era el sobreviviente, el omega que había dado a luz a sus hijos, pero en ese momento, no era más que un chico perdido pidiendo perdón por algo que ni siquiera era su culpa. Su voz temblaba al confesar todo lo que su corazón cargaba, y su miedo no podía ser más palpable.
—No tienes nada que sentir... —murmuró Roderich, sus palabras cargadas de una sinceridad que rara vez mostraba. Y entonces, haciendo algo que ni él mismo esperaba, besó suavemente la frente de Alexai, como si ese gesto pudiera aliviar una fracción de su dolor. Luego, uno por uno, depositó pequeños besos en la frente de Einar y Elcek, quienes dormían ajenos a todo.
Por un momento, el tiempo pareció detenerse. No había guerra, no había cadenas, solo ellos cuatro, y aunque no todo estaba bien, había un respiro en medio del caos.
Roderich sabía que no podía cambiar el pasado. Sabía que, en su mundo, los omegas como Alexai no deberían haber tenido una oportunidad, que muchos de ellos mismos habían sido obligados a abortar, a borrar cualquier rastro de una vida que no debía existir. Él mismo había creído que esa era la mejor opción, y aunque ahora Alexai y sus hijos eran la excepción, no podía negar que, en el fondo, seguía creyendo en esa brutal lógica.
Pero Alexai no era como los demás. Y aunque nunca se lo diría, sabía que esa creencia fría y calculadora no aplicaba en este caso. No para él. No para sus hijos.
—La primavera vendrá pronto, —dijo Roderich, volviendo a mirarlo a los ojos—, y cuando lo haga, estaremos listos. Los cuatro.
Alexai, aún con lágrimas en los ojos, asintió débilmente, incapaz de decir más. Y aunque sabía que el futuro era incierto, en ese momento, en esa habitación cálida, había algo que lo mantenía en pie. Algo más que dolor, algo más que la marca. Sus hijos.
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El Lirio Y La Espada (Omegaverse)
Fiksi Penggemar-p-por favor no quiero- Nunca quise esto. -Solo s-soy un niño -Solo eres un esclavo, un botín de guerra que abre las piernas y trabaja cuando yo lo ordeno