19 .

1.5K 113 17
                                    

Capítulo 19: El Peso de la Realidad

Desde que la guerra había arrancado su vida de raíz, Alexai había vivido en una neblina de miedo y desorientación. Había visto arder su hogar, había escuchado los gritos de su gente mientras los soldados de Zephyria tomaban todo lo que querían. En sus sueños, a menudo revivía aquellos momentos, viéndose a sí mismo como un niño pequeño escondido tras los escombros, temblando mientras todo lo que conocía se desmoronaba a su alrededor. Pero lo que más lo aterrorizaba no eran los recuerdos de la guerra, sino lo que sucedía ahora, en el silencio de sus propios pensamientos, donde la realidad parecía más confusa y aterradora.

En los últimos días, Alexai había notado cambios en su cuerpo que no comprendía. Se sentía cansado todo el tiempo, incluso cuando no había hecho mucho esfuerzo. Su estómago estaba revuelto, una mezcla de hambre insaciable y náuseas constantes, como si algo en su interior estuviera en conflicto. A veces, sentía una punzada aguda que lo dejaba sin aliento, y en esos momentos, el miedo lo envolvía como una manta fría. Se preguntaba si todo lo que había sufrido estaba finalmente cobrando su precio, si su cuerpo, después de tanto maltrato y escasez, finalmente había decidido rendirse.

Esa tarde, mientras intentaba cumplir con las tareas asignadas, se tambaleó, sintiendo que el suelo se le escapaba bajo los pies. Los otros omegas lo vieron apoyarse en la pared, con el rostro pálido y una expresión de pánico que reflejaba la confusión interna que sentía. Alexai se deslizó lentamente hasta el suelo, incapaz de soportar su propio peso. Los susurros empezaron a circular entre los sirvientes; todos habían visto esos síntomas antes. Algunos miraban a Alexai con pena, otros con una mezcla de resignación y miedo. Pero para Alexai, los murmullos solo añadían más confusión a su ya turbulento estado de ánimo.

—¿Qué... qué me pasa? -murmuró, abrazándose las rodillas mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos. En su mente, la idea de que algo estuviera mal con él era aterradora.—M-me duele todo

Había visto a otros enfermarse y morir; había escuchado historias de cómo la guerra había traído enfermedades desconocidas que se llevaban a la gente en silencio. Y aunque solo tenía quince años, entendía el concepto de la muerte demasiado bien. Pensaba que estaba enfermo, que su cuerpo finalmente se había dado por vencido después de todo el sufrimiento que había pasado.

Una de las omegas más viejas se acercó a él con cautela. No quería asustarlo más de lo que ya estaba, pero sabía que el joven necesitaba consuelo. Ella se arrodilló a su lado y colocó una mano suave en su hombro.

—Tranquilo, pequeño—le dijo con una voz suave, intentando ofrecerle un poco de consuelo—. Respira hondo, estás bien.

Alexai levantó la vista, su expresión llena de una vulnerabilidad que partía el alma. Sus ojos azules estaban enrojecidos por el llanto, y en su mirada había una súplica silenciosa por respuestas que nadie se atrevía a darle. Sabía que había algo diferente en él, algo que lo hacía sentirse como un extraño en su propio cuerpo, pero no podía entender qué era.

—Me duele... todo el tiempo me duele —dijo con un tono que era más un susurro ahogado que una queja real. Se aferraba al borde de su camisa como si el simple acto de sujetarse a algo pudiera mantenerlo anclado en una realidad que se volvía cada vez más incomprensible.

La omega mayor no respondió de inmediato, su mirada recorrió el frágil cuerpo de Alexai, observando los sutiles cambios que indicaban un embarazo. Ella sabía que era cuestión de tiempo antes de que todos en la mansión, especialmente Roderich, se dieran cuenta de lo que realmente estaba pasando. Pero, ¿cómo explicarle eso a un niño que apenas comprendía su propia existencia, que vivía todavía en un mundo de cuentos y creencias infantiles? ¿Cómo decirle que dentro de él crecía una vida fruto del abuso y no del amor puro que soñaba?

Mientras tanto, Alexai se debatía con sus propios pensamientos. En su mente, el dolor que sentía solo podía significar una cosa: estaba pagando el precio por sobrevivir. Había aprendido de su madre que la vida era un regalo de la Madre Luna, que cada respiración era una bendición, pero ahora sentía que cada aliento le costaba más de lo que podía soportar. Las historias de amor y protección que su madre le había contado parecían distantes y rotas, reemplazadas por una realidad que no podía encajar con su inocencia.

Esa noche, cuando finalmente pudo retirarse a su rincón, Alexai se acurrucó en su pequeña "cama", temblando y sintiéndose más solo que nunca. Se aferró a los recuerdos de su madre y de su hogar, tratando de encontrar consuelo en una infancia que le había sido robada demasiado pronto. Su mente regresó a aquellos días en los que se sentaba en el regazo de su madre, escuchando sus suaves canciones sobre la luna y los amores predestinados. "Un bebito solo nace si los dos lo desean, si rezan juntos a la Madre Luna para recibir su bendición", le había dicho su madre, no sabía porque recordaba eso, tal vez era por su pequeña hermana y Alexai aún se aferraba a esa creencia, incapaz de conectar su situación actual con las realidades de su cuerpo.

Mientras lloraba en silencio, Alexai se preguntaba si realmente estaba muriendo. Sus sollozos eran suaves, como si temiera molestar a alguien, y en su pecho latía una angustia que no sabía cómo expresar. Sus pensamientos eran un torbellino de temores irracionales y fragmentos de su educación infantil, mezclados con una creciente sensación de que algo no encajaba. En su corazón, aún creía que los bebés solo podían nacer de un amor verdadero y deseado, y no podía reconciliar esa idea con la vida que ahora crecía dentro de él. Para Alexai, la única explicación era que estaba enfermo, quizás con una enfermedad que lo consumiría lentamente, alejándolo aún más de los pocos fragmentos de felicidad que le quedaban.

Los otros sirvientes, especialmente las omegas, lo observaban con preocupación creciente. Había quienes susurraban entre ellos, sabiendo que no pasaría mucho tiempo antes de que Roderich se enterara y que las cosas, de alguna manera, empeoraran para Alexai. Pero a pesar de las miradas de compasión y los murmullos de comprensión, nadie se atrevía a intervenir. Alexai era, después de todo, el botín personal de Roderich, y eso lo hacía intocable para los demás.

En algún lugar del fondo de su mente, Alexai deseaba que alguien lo tomara en sus brazos y le dijera que todo iba a estar bien, que solo estaba pasando por un mal momento y que pronto se sentiría mejor. Pero sabía que esa clase de consuelo era un lujo que ya no podía permitirse. Apretó los ojos, dejando que las lágrimas fluyeran libremente, mientras en su mente seguía repitiendo las palabras de su madre, aferrándose a la esperanza de que, de alguna manera, podría superar este nuevo dolor.

Esa noche, Alexai se durmió con el amargo sabor de la soledad en su boca, sintiéndose más pequeño y vulnerable que nunca. Su cuerpo, aún en desarrollo y lleno de confusión, era un campo de batalla que no comprendía, y en su corazón, la idea de la muerte parecía una sombra constante que no podía ignorar. Pero lo que más lo asustaba no era la idea de morir, sino la de vivir en un cuerpo que ya no sentía como suyo, cargado de un peso que no sabía cómo manejar.
.

El Lirio Y La Espada (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora