OCTAVA NOCHE: LA NOCHE DEL DEMONIO

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Victoria asintió lentamente, tratando de procesar todo lo que estaba pasando. Su corazón latía con fuerza, y sentía un nudo en la garganta que hacía difícil respirar. La magnitud de su situación la abrumaba, y la idea de que Sebastián pudiera ser un aliado en lugar de un adversario era casi inconcebible.

—Pero... ¿por qué ahora? —preguntó, su voz quebrándose ligeramente—. ¿Por qué decides ayudarme ahora, cuando todo parece perdido?

Sebastián dio un paso hacia ella, su mirada fija en la de Victoria.

—Porque ahora es cuando más necesitas ayuda, cuando todo parece perdido es cuando se revelan los verdaderos aliados. He observado a tu familia durante siglos, y aunque mis motivos puedan parecer oscuros, siempre ha habido un propósito mayor detrás de mis acciones. Tu padre lo entendió, y ahora es tu turno de comprenderlo.

Las palabras de Sebastián resonaban en su mente, y aunque todavía tenía muchas preguntas y dudas, una chispa de esperanza comenzó a encenderse en su interior.

—Está bien... —dijo finalmente, respirando hondo—. Acepto tu ayuda, Sebastián. No sé qué me espera, pero sé que no puedo hacerlo sola. Gracias... por estar aquí.

Sebastián asintió, su expresión mostrando una leve sonrisa de satisfacción. Se hizo a un lado, revelando detrás de la puerta una habitación. En su interior, un gran armario viejo y desgastado ocupaba un rincón, mientras un mueble al costado albergaba una colección de libros antiguos y polvorientos. Este era el lugar donde Sebastián pasaba la mayor parte de su tiempo; se podría decir que era su habitación.

Victoria entró, seguida de Sebastián, quien aseguró la puerta detrás de ellos. Su mirada recorrió la habitación. No le sorprendió ver cuadros un tanto excéntricos colgados cerca de una ventana que no ofrecía vista alguna al exterior, ya que una pared se interponía al otro lado. La habitación tenía un aire de antigüedad y misterio, como si estuviera congelada en el tiempo. De hecho, era la más antigua de toda la mansión Lith, el lugar donde la mansión comenzó a surgir.

Sebastián se colocó detrás de Victoria. En sus manos, tenía un velo que había hecho aparecer de la nada. El rostro de Victoria se veía hermoso a la luz tenue de la habitación, pero Sebastián sabía que ella no se sentía cómoda dejando su rostro al descubierto. Sus tradiciones eran importantes, aunque en ese momento estaba pasando por un momento donde no sabía cómo sentirse al respeto. Sebastian se acercó cuidadosamente a ella, levantando sus manos con delicadeza para colocarle el velo. Victoria, sin voltearse, quedó sorprendida al sentir la tela rozar su piel. Llevó sus manos al velo, tocándolo con una mezcla de alivio y nostalgia. Sebastián se inclinó hacia adelante, susurrando suavemente en su oído:

—Déjame cubrir tu belleza, Victoria. No para ocultarla, sino para protegerla. Para que solo yo pueda verla, para que tu identidad siga intacta—Su aliento cálido envolvió su piel, enviando escalofríos por su columna vertebral. Victoria se estremeció, su corazón latiendo con fuerza, mientras Sebastian terminaba de poner aquel velo.

—Gracias, Sebastián —susurró, su voz quebrada por la emoción—. Nunca pensé que... encontraría consuelo en alguien como tú... pensé que tu no eras tan... amable.

—A veces las apariencias engañan.

—Lo siento.

— No importa, Lith. Creo que deberías descansar un rato.

Al otro extremo, se encontraban los hermanos Lith junto a Thaddeus. Aunque no estaba preparado para estar en ese lugar, sabía que no podía dejar que el miedo lo dominara. Porque sí, tenía mucho miedo de estar allí, de enfrentar a esas entidades que siempre habían sido relatadas en las historias como malvadas y con las cuales ya había tenido interacción; especialmente cuando secuestraron a su familia, no hacía mucho tiempo.

CAMINOS DE SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora