TERCER SOL: LA DANZA DE LOS DEMONIOS

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La desolación lo abarcaba todo. No había rincón en el mundo que estuviera libre de la infestación demoníaca; cada ciudad, cada pueblo y cada hogar estaban cubiertos por una oscuridad que parecía no tener fin. Los humanos caían a montones, y aquellos que aún resistían buscaban refugio en lugares que consideraban sagrados, lugares donde, según los rumores, los demonios no podían poner un pie.

Victoria caminaba en silencio junto a Sebastian, Thaddeus y Celine. Sus primos, cegados por el odio y la tristeza, habían decidido quedarse atrás, convencidos de que podrían sobrevivir de alguna manera. La decisión de separarse había dejado a Victoria con una tristeza profunda, una que sentía como un dolor latente en el pecho. Su corazón parecía tambalearse entre latidos rápidos y otros tan lentos que la hacían dudar si aún deseaba vivir. En su rostro había una serenidad dolorosa, un intento de mantener la compostura, aunque las lágrimas no dejaban de caer.

Nadie decía nada; el silencio entre ellos era casi más pesado que el ambiente que los rodeaba. Solo avanzaban, paso a paso, hacia la biblioteca, el único refugio que quedaba cercano. Veinte minutos habían pasado desde que emprendieron la marcha, y aunque no habían encontrado ningún demonio, sabían que era solo cuestión de suerte.

De pronto, un coro de risas malignas resonó alrededor de ellos, un eco que llenaba cada rincón y parecía venir de todas partes a la vez. Sebastián tomó firmemente el brazo de Victoria, y ambos comenzaron a correr, con Thaddeus y Celine siguiéndolos de cerca. Thaddeus estaba pálido, el miedo se reflejaba en sus ojos, y Celine, aunque era casi experta en cazar demonios, no podía disimular el temblor en sus manos.

La mente de Sebastián era un torbellino. En el fondo, se sentía un traidor, un intruso entre ellos, luchando contra los mismos seres a los que él pertenecía. Porque, aunque había elegido ayudar a Victoria, seguía siendo un súcubo, un demonio. Su esencia era oscura, y el caos siempre había sido su propósito. En su existencia, había disfrutado sembrando terror entre las criaturas de Dios, complaciéndose en el sufrimiento de al menos dos almas cada año, dejando tras de sí un rastro de desolación.

Pero ahora... ahora estaba aquí, junto a una simple humana, abandonando el legado de miedo y destrucción que siempre lo había definido. Sentía que estaba traicionando su naturaleza y, sin embargo, no podía evitarlo. Algo en Victoria había despertado en él una chispa de humanidad que jamás creyó posible.

La biblioteca no estaba lejos; ya podían ver su silueta imponente destacándose contra el horizonte. El edificio era una fortaleza de piedra desgastada y con sombras persistentes que parecía un gigante dormido, con puertas de metal que prometían un refugio seguro. Victoria sentía cómo cada músculo de su cuerpo protestaba; sus piernas pesaban y su pecho se contraía, buscando oxígeno que ya no llegaba. Pero rendirse no era una opción. Aunque su vista comenzaba a nublarse y los sonidos a su alrededor se volvían ecos distantes, continuó, luchando contra cada paso, hasta que llegaron a la puerta.

La biblioteca se alzaba ante ellos, aún más imponente de cerca. Las puertas de metal estaban cerradas, y una sensación de alivio empezaba a surgir cuando un escalofrío recorrió la columna de Victoria. De la penumbra emergió una figura, deteniéndolos en seco. Frente a ellos, un demonio los esperaba, con una sonrisa torcida y unos ojos carentes de toda humanidad. Su cuerpo parecía una aberración de huesos alargados y grotescos, como si el simple hecho de existir le causara dolor. Sus alas se desplegaban, inmensas, y cubrían el cielo como un manto oscuro.

Sebastián no tuvo tiempo de reaccionar antes de que el demonio, con una velocidad inhumana, lo golpeara con fuerza, lanzándolo contra el muro de la biblioteca. Su cuerpo chocó con un estruendo seco, y cayó al suelo, aturdido. Victoria, que había alcanzado a ver el ataque, sintió sus piernas fallar, y cayó al suelo, la vista aún más borrosa, luchando por mantenerse consciente. Celine miró a Thaddeus, quien se encontraba asustado. Ella se lanzó hacia el demonio sin pensarlo, arrojándose con todo su cuerpo, mientras este soltaba un chillido espantoso que perforó el aire y que resonó en todas direcciones.

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