Mientras ellos dos estaban abrazados, un fuerte grito resonó por el lugar. Victoria miro hacia el lugar. Sebastián observó con preocupación cómo Victoria corría hacia el origen del grito, ignorando sus advertencias. Él sabía que ese lugar no era seguro, pero también entendía la determinación en sus ojos: Victoria no iba a quedarse de brazos cruzados mientras alguien sufría.
Cuando alcanzó la zona, la escena que encontró fue estremecedora. Una niña, de unos nueve años, temblaba de miedo mientras una figura grotesca, vestida como un payaso de pesadilla, la acosaba. La mujer tenía una sonrisa torcida, casi inhumana, con el maquillaje corrido por su rostro, y un traje de payaso desgastado y sucio que solo acentuaba lo aterrador de su presencia.
La mujer payaso dirigió su mirada a Victoria y ladeó la cabeza, su sonrisa alargándose en una mueca aún más escalofriante.
—Oh, tenemos acompañantes —dijo con una risa aguda y burlona, dando pequeños saltos de felicidad—. Ahora puedo ampliar mi gran show. ¿Están listos para el espectáculo?
Victoria se colocó firmemente delante de la niña, su rostro endurecido y su cuerpo adoptando una postura protectora. No iba a permitir que esa criatura lastimara a la pequeña.
—¿Quién eres? —preguntó Victoria con una voz que, aunque temblorosa, reflejaba su valentía.
La mujer payaso se llevó una mano al pecho en un gesto dramático y, con una risa maliciosa, respondió:
—Soy el demonio humorista. Hasta en el infierno faltan risas.
Sebastián, quien había llegado detrás de Victoria, frunció el ceño. Había oído rumores sobre ese demonio, un ser de bajo rango en la jerarquía infernal, pero cuya crueldad y sentido del humor macabro eran conocidos. Para el demonio humorista, el sufrimiento ajeno era una forma de entretenimiento.
—No te atrevas a tocarlas —le advirtió Sebastián, sus ojos encendidos con una furia que apenas podía contener—. Ninguna de las dos es parte de tu "espectáculo".
El demonio humorista soltó una carcajada espeluznante y miró a Sebastián con diversión.
—¿Así que tú eres el noble protector ahora, Sebastián? —dijo burlonamente—. Qué gracioso. ¿Desde cuándo los demonios como tú protegen a los mortales?
Victoria, aún sin apartarse de la niña, miró de reojo a Sebastián. Ella se giró levemente hacia la niña y susurró:
—Corre, escóndete donde puedas y no mires atrás. Te encontraré después.
La niña, aún temblando, asintió y salió corriendo, desapareciendo entre las sombras. El demonio humorista soltó otra risa y se encogió de hombros.
—Supongo que el show tendrá que ser solo con ustedes dos —murmuró con falsa decepción—. Pero puedo asegurarles que no se aburrirán. ¿Listos para reír?
Victoria y Sebastián intercambiaron una mirada, y por primera vez, se entendieron sin palabras. Sabían que debían enfrentar juntos a esa criatura. Fue Sebastián quien dio el primer paso hacia adelante. La mujer payaso, con una sonrisa retorcida, comenzó a distorsionar su cuerpo hasta transformarse en un gigantesco martillo con múltiples caras. Con furia, balanceó el arma hacia ellos. Ambos lograron esquivar el golpe por poco, aunque Victoria sintió el miedo crecer en su interior, amenazando con paralizarla. Sin embargo, el recuerdo de la niña que debía encontrar la mantuvo firme.
Mientras Sebastián distrajo a la mujer payaso, provocándola con gestos burlones, Victoria buscó algo a su alrededor. Sus ojos se posaron en una rama caída y unos fragmentos de vidrio. Sin perder tiempo, tomó un pedazo de cristal y talló una cruz rudimentaria en la rama. Al levantar la vista, notó que Sebastián parecía estar disfrutando del combate, casi como si hubiera olvidado la gravedad de la situación.
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CAMINOS DE SANGRE
Viễn tưởngEn un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio pro...