PRIMER SUSURRO: LAS PUERTAS DEL INFRAMUNDO

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—¿Cuánto falta para llegar? Siento que mi trasero se hará parte del asiento.

—¿Te han dicho que eres muy fastidiosa?

Era la noche de Halloween, y como siempre, las calles estaban llenas de jóvenes disfrazados que pedían dulces o se dirigían a fiestas. Entre ellos, un grupo de amigos especialmente curiosos se abría paso hacia el bosque del pequeño pueblo. Una de las chicas, Valeria, llevaba una cámara y un disfraz de novia maldita; su rostro y su vestido estaban salpicados de sangre falsa, dándole un aspecto macabro. Las risas llenaban el auto mientras avanzaban por el camino oscuro, anticipando la visita a una casa del terror preparada solo para esa noche.

Cuando llegaron, el conductor, disfrazado de zombi, fue el primero en bajar. Caminó hacia la puerta de la casa, que lucía como una escena salida de una película de horror: fachada desvencijada, telarañas colgantes y luces parpadeantes. La emoción y el temor se mezclaban en cada uno de ellos, especialmente en Valeria, quien se acercó a uno de los espeluznantes muñecos en el jardín y, entre risas, le plantó un beso, mientras Samara, otra chica del grupo, grababa cada momento.

—Eso es asqueroso, Valeria —dijo Daewin, uno de los chicos, con un disfraz de payaso de aspecto siniestro—. ¿Con quién se supone que tenemos que hablar para entrar aquí?

Carmen, quien iba vestida de una sexy conejita, subió con paso decidido las escaleras que crujían bajo sus pies, hasta llegar a la puerta. Era una estructura vieja y oxidada, con bisagras retorcidas y cubierta de polvo. Las tablas de madera estaban podridas y astilladas, y un letrero colgaba sobre el umbral con una advertencia escalofriante: "No entren." La puerta estaba entreabierta, como si alguien la hubiera empujado hace poco. A través de la rendija, las sombras parecían moverse y retorcerse, como si tuvieran vida propia.

—Ya tenemos las entradas, chicos —dijo Carmen con una sonrisa desafiante—. Vamos, entremos. Si alguien nos dice algo, les mostramos los boletos y listo.

Carmen empujó la puerta, que se abrió con un crujido que resonó en el oscuro silencio. Con una mezcla de emoción y nervios, el grupo cruzó el umbral, envolviéndose en una penumbra que parecía apretar como una sombra viva. Delante de ellos se extendía un largo pasillo que llevaba a otra puerta, esta vez de metal.

Guiados por Carmen, avanzaron hacia la puerta y la abrieron, sólo para encontrarse con una escena que les heló la sangre. Frente a ellos, un payaso sostenía una sierra, y justo en ese momento, cortaba la cabeza de una mujer disfrazada. El payaso levantó el cuerpo y comenzó a arrastrarlo por el suelo hacia otro pasillo, dejando un rastro de sangre que los amigos asumieron era parte del espectáculo. Carmen dejó escapar una risa nerviosa, tratando de recuperar el aliento mientras se sujetaba el pecho.

—Vaya, vaya, eso sí que fue una bienvenida intensa —bromeó Gabriel, sin poder ocultar su emoción—. Esta noche será increíble.

Continuaron explorando las habitaciones, cada una con su propio terror. Gritos, figuras fantasmales y efectos que parecían demasiado reales los hacían saltar una y otra vez. En uno de esos cuartos, el susto fue tan fuerte que Samanta salió corriendo y gritando, perdiendo de vista a sus amigos. Tras unos minutos de búsqueda infructuosa, Samanta decidió caminar despacio por el pasillo oscuro, escuchando el crujir de la madera vieja bajo sus pies. De pronto, un grito desgarrador se oyó detrás de ella, un grito que no pertenecía a ninguno de sus amigos. Se giró de golpe y vio a una mujer vestida de payaso, cubierta de sangre, con un enorme martillo en las manos. La figura permanecía inmóvil, mirándola sin expresión.

—Gran disfraz —tartamudeó Samanta, tratando de sonar calmada—. Estoy aquí con unos amigos, ¿los has visto?

La mujer payaso se quedó en silencio, sus ojos fijos en ella sin un solo parpadeo. Finalmente, asintió lentamente y señaló un cuarto al final del pasillo. Samanta tragó saliva y avanzó hacia la puerta señalada, sintiendo la mirada penetrante de la mujer en su espalda mientras se alejaba.

CAMINOS DE SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora