heaven {Marcus Acacius}

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El amor es mi religión y él se convirtió en mi fe.

Caí de la gracia y arderé en el infierno por él pero no puede importarme en lo más mínimo porque tenerlo es estar en el mismo cielo.

Lo prohibido se vuelve más excitante ante la frecuente sensación de ser descubiertos y castigados. Cada beso, cada toque y cada gesto en su rostro al hacerme suya es como ser acobijada en las alas de un ángel.

Un ángel caído.

—Quítate la ropa.—Su voz enronquecida oculta en la oscuridad hace que mis piernas se vuelvan débiles pero obedezco sin dudarlo ni un solo momento.

Mis manos recorren con sutileza mis curvas y suben a mi cuello para encargarse de desatar el nudo que sostiene la tela de mi suave vestido. Su mirada parece oscurecer y el deseo parece ser tangible en el aire ante la vista que le brindo de mis pechos y la piel de mis muslos.

—Eres un ángel, mi reina.

Un suave gemido sale de mis labios al sentir su respiración chocar con la mía, sus labios recorren la piel de mi cuello y sus manos sujetan mis caderas con fuerza antes de guíarme al enorme lecho que será testigo de nuestros pecados.

Sus dedos, el santo grial, hacen maravillas en mi piel mientras buscan su camino hacia mi húmedo centro deseoso por su toque y sus labios atacan con gentileza la piel de mi pecho dejando a su paso pesadas marcas rojas que no desaparecerán en días. No le importa comportarse como una bestia porque sabemos que él daría su propia vida por cuidar la mía.

Escucho un suave gruñido desaprobatorio cuando mis piernas se separan a la par ofreciéndole una vista completa de mi húmeda piel palpitante, relame sus labios con deseo y continúa su camino bajando por la suave piel de mi vientre ansioso por llegar a su meta.

Él es éxtasis y heroína.

Marcus.

—Dime que quieres y lo tendrás, pequeño ángel. ¿Qué hago por ti?

—Tócame. 

Su pulgar gira en suaves círculos sobre mi clitoris y su cálido aliento choca en la sensible piel de mis piernas hasta llegar al punto exacto que me llevará al mismísimo cielo. La electricidad recorre mi cuerpo con brutalidad ante sus acciones, mis manos se enredan en sus suaves caireles tirando de él ante las miles de sensaciones explotando en mi cuerpo. Es suficiente, necesito sentir su piel en mi piel.

—Hazme tuya.—Ordeno con demanda enloquecida por su mirada y aquella sonrisa burlona completamente satisfecho por tenerme a sus pies.

¿Quién no lo estarías por este hombre? El solo pensarlo hace que los celos invadan mi ser y mi obsesión por él sea peligrosamente enferma.

—Debemos darnos prisa, se darán cuenta de nuestra ausencia.

—No me importa. Solo te quiero a ti.

Sostengo mi cuerpo en mis antebrazos manteniendo mi vista fija en la imponente figura de mi hombre al hacerse cargo de su propia vestimenta deshaciéndose de su túnica y exponiendo su trabajado cuerpo cubierto de marcas guerreras a mis ojos.

Es un ser sagrado.

Ahogo un sonoro jadeo en la piel de su hombro ante la sensación de su miembro deslizándose en la humedad de mi piel y se abre paso a mi interior haciendo que vea el cielo aunque sienta que las llamas del infierno me envuelven. La piel de sus caderas no tiene miedo de golpear con fuerza mi necesitada piel y ahoga mis gritos en su boca evitando un escándalo que solo podría ponernos en jacque.

Su imagen es gloriosa. Un dios desnudo, brillante y jadeante ante el calor que emanan nuestros cuerpos. El sonido de nuestras pieles parece una especie de sinfonía al mezclarse con nuestras voces incapaces de transmitir palabra alguna haciendo de esto una especie de rezo que solo nosotros entendemos.

—Dámelo, reina mía. Quiero escucharte.—Susurra en mi oído. Es celestial.

—Oh, Dios.

—No. Marcus.

El orgasmo es arrollador, tórrido y caótico. Temblando entre sus brazos incapaz de detener el enorme espiral lavanda de placer en el que estoy envuelta deseando que nunca termine.




Ser la próxima esposa del emperador ha puesto los ojos de todos en mí pero los únicos ojos que deseo me miren de por vida le pertenecen al ser que debe cuidar mi integridad aunque sea completamente capaz de destrozarla cuando estamos a solas.

Su poder sobre mí es impresionante pero no pude darme cuenta de ello hasta que la necesidad de tenerlo en mi cama todas las noches comenzó a jugar con mi cordura y poner en duda mis próximas nupcias.

No me importa sacrificarlo todo por él... pero Marcus no parece tener la misma visión dejándome sola, llena de dudas y con un deseo creciente de tener más de él.

Nuestra aventura terminó el mismo día en el que me he visto obligada a otorgar un sí eterno a un hombre que apenas conozco. Marcus Acacius dejó un jardín en mi interior, supongo que solo es un efecto secundario.

Y aunque sé que los chicos buenos te llevan al cielo. Los chicos malos traen el cielo hacia ti.

𝔻𝕀𝕃𝔽 𝕀𝕀 {Pedro Pascal One Shots} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora