8 - Vampiros, condes y la culpa.

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ENERO, 2025

Había un pasaje en "Drácula" que le recordaba a Martin.

Era el primer párrafo del tercer capitulo, en el diario de Jonathan Harker. Tras darse cuenta de que es un prisionero dentro del castillo, el hombre empieza a correr por las escaleras intentando abrir las puertas y ventanas, hasta que se da cuenta de que es inútil. Entonces decide sentarse en silencio, y pensar. Juanjo se atrapaba constantemente a sí mismo reflexionando sobre su compañero de banda, y en los últimos años había creado la idea de que ambos representaban una de las dos reacciones.

Verán, aunque siempre le había gustado leer, nunca había desarrollado aprecio por los clásicos hasta que leyó ese estúpido libro de condes y vampiros que solo cogió de la librería porque, una vez se convirtió en escritor, su propia ignorancia le pareció ofensiva para la profesión. Cuando leyó ese párrafo un par de años después del escándalo, pensó que Martin era esa persona congelada en el centro de una habitación, simplemente ideando cómo escapar. Se había quedado estático en compañía de su propia soledad, varado en el mismo punto en que todo había acabado. Juanjo, sin embargo, era como una rata en una trampa, buscando desesperadamente una salida, rascando las paredes y forzando las puertas para intentar olvidarse de él.

Pero ahora su opinión había cambiado.

Despertó ese primer día del año con las huellas de Martin por todo su cuerpo, con rastros de una voz que no le pertenecía muy al fondo de la garganta, y supo que todo ese tiempo había estado equivocado. Él era el que se había estancado, el que había hecho todo lo posible para fingir que nada había sucedido, aceptando su propia muerte como un imbécil al fondo de un calabozo. Martin había luchado, contra sí mismo y todo lo demás, por mantener la ira encendida y la desesperación intacta para el momento en que se vieran de nuevo. Y de alguna forma había funcionado, porque ahora parecía ser el más cuerdo de los dos. No había tenido cinco años de contención; se había permitido resentir y odiar y perder la cabeza. Así que mientras Juanjo se sentía constantemente al borde de un abismo, propenso a hacer cosas como follar con él después de un simple beso, Martin tenía el control de la situación. Y eso le parecía muy jodidamente peligroso.

Intentó refregarse bajo la ducha, lavándose los rastros de sus manos de la piel, pero solo acabó jadeando su nombre de nuevo. Esta vez patéticamente solo.

—Piensa en tu lugar feliz.

El plan nunca fue regresar a Seattle, no antes de completar el álbum, pero había entrado en pánico después de lo que había pasado en el hotel. No sabía cómo iba a soportar vivir dos meses con Martin si tenerlo en el mismo edificio lo alteraba de esa manera. Tendría que tomar distancias, no bajar la guardia, no hacer algo estúpido como ponerse cómodo con él.

—Juanjo, ¿me estás escuchando? —la voz cálida de su masajista lo llamó una vez más, sus dedos desanudando los músculos adoloridos de su espalda. Él asintió con la sien apoyada en la camilla. —Venga, piensa en tu lugar feliz.

Tomando aire, Juanjo se transportó a un viejo piso en el centro de San Diego que usaban para componer los últimos dos años antes de que todo acabara. Pensó en sus paredes color crema y la ventana del salón, que daba directamente a los reflectores amarillos de la calle. Pensó en la cocina desordenada, el horno que nunca conseguían encender, el suelo frío del pasillo cada vez que encendían el aire acondicionado y lo difícil que era manejar el termostato. Pensó en la cantidad de agua que malgastaban esperando a que la ducha se pusiera caliente, en las dos camas individuales que había dentro de la habitación, en el sonido que hacía la cafetera al colar y las noches que pasaron fumando en las escaleras de emergencia, observando los coches pasar justo debajo.

Por último, pensó en Martin. Recordó sus lunares bajo la tenue luz del refrigerador, cuando se levantaba a por otra cerveza, y sus dientes mordisqueando el extremo de un lápiz mientras intentaban construir un verso. Pensó en sus dedos sobre las teclas de un piano, sus piernas balanceándose cuando se sentaba en la encimera de la cocina para charlar con él, su olor al salir de la ducha. Cinco años más tarde, seguía siendo capaz de revivirlo todo.

SILVER SPRINGS [M +J]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora