10 - La encimera y una despedida

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ENERO 2025

—Vale, lo estuve pensando—dijo Martin con las manos en el volante. —Y creo que es un poco aterrador.

Juanjo levantó la cabeza de la bolsa de papel que contenía su desayuno, los tres panqueques empapados en sirope esperando con impaciencia a ser liberados de su cárcel. Entre ellos había una única tira de tocino que ya no tenía sabor y en su otra mano un café negro que solo era soportable gracias a la cantidad absurda de azúcar que había vaciado en él.

Martin había desayunado un cigarrillo, una salchicha y medio vaso de jugo de naranja. Su gorro estaba de vuelta, esta vez con guantes a juego, y llevaba media hora discutiendo mentalmente con el GPS de su móvil, por lo que el viaje había sido bastante silencioso hasta ese momento.

—¿El qué es aterrador?

—Que me observaras dormir por horas en lugar de despertarme—bromeó él. —Pudimos habernos evitado todo este malentendido hace años.

Juanjo se removió en el asiento, incómodo.

—Lo intenté, al principio—dijo en voz baja, sacando una tortita de la bolsa. Dio un mordisco y arrugó la cara ante el sabor a cartón. —Estabas muy borracho.

—¿Y decidiste solo quedarte ahí esperando?

Su tono era casual, demasiado casual para el estado en el que se encontraba su relación, o para la noche de la que estaban hablando, pero el día anterior habían alcanzado una especie de tregua gracias a la confesión de Juanjo y este era su mejor intento de quitarle hierro al asunto.

No parecía estar siendo buena idea.

—Solo te estoy picando, —intentó aclarar Martin al notar sus mejillas sonrojadas. Si se guiaba por el lenguaje corporal de su compañero, en cualquier momento iba a abrir la puerta del coche y saltar. —Aprecio que hayas venido, en cualquier caso.

—No, no, es que... —carraspeó él. —No estaba solo esperando.

El menor tuvo que hacer un esfuerzo por mantener los ojos en la carretera.

—Vale—murmuró suavemente—¿Y qué hacías?

Juanjo negó con la cabeza.

—Es que no...

—Puedes decirme.

—Es un poco...

—¡Dime! —insistió.

—Estaba llorando—confesó Juanjo de pronto, y Martin frenó tan drásticamente que la mitad del café se le derramó en los vaqueros. Maldijo en voz baja, sacando servilletas de la guantera para ayudarlo a secarse, y luego apartándose por completo cuando se dio cuenta de lo mucho que lo estaba toqueteando.

El coche se fundió en un silencio casi fúnebre.

—Soy un gilipollas.

Juanjo rio un poco.

—No pasa nada.

—Sí que pasa—lo miró a la cara. —Prometo no burlarme de ti nunca más.

La sonrisa del mayor se ensanchó un poco más.

—No hagas promesas que no vas a cumplir.

Martin soltó una risita y regresó su atención al frente, tomando aire antes de arrancar. Pensó en Juanjo, un par de años más joven y viviendo bajo el mismo techo que una persona a punto de destrozarse a sí misma también, esperando en el lujoso sillón de su madre. Lo imaginó llorar en silencio porque alguien a quien alguna vez llamó mejor amigo estaba despidiéndose de la única persona que le quedaba, porque no pudo estar ahí cuando Martin la encontró flotando en una piscina con el vestido aún puesto y una botella de vino tiñendo el agua lentamente de carmesí.

SILVER SPRINGS [M +J]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora