9 - Guernica, Pablo Picasso

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FEBRERO, 2019.

Alex siempre supo lo que ocurría entre ellos.

Podía señalar momentos en su vida en los que se dio cuenta. Había tenido muchos amigos en su adolescencia, muchas novias, muchos líos y amores platónicos, pero nada se asemejaba a esa constante obsesión; esa adicción por buscarse el uno al otro. Ellos y el mundo entero solían decir que la banda había sido la causa de todo esto, pero él los había observado el tiempo suficiente para saber que estaban equivocados. La música no era más que una consecuencia. Otra manera de perseguirse.

Cuando tenía veintitrés años y su hermano dieciséis, acudió a él por primera vez desde que conoció a Martin. Era el verano de 2014, y acababan de discutir por lo que con los años Alex apodaría "el incidente de la guitarrista". Estaba sentado sobre las tejas del techo, fumando, cuando Juanjo salió por la ventana de la habitación y se sentó a su lado en silencio. El mayor terminó un cigarrillo entero antes de que él se atreviera a hablar.

—Tengo preguntas—dijo, diplomáticamente. —Sobre sexo.

Alex tosió un poco, envolviéndolos en una nube de humo. Se dio un par de palmaditas en el pecho y asintió.

—Vale.

Juanjo no estaba seguro de qué día exactamente se dio cuenta de que estaba enamorado de Martin, pero tenía la sospecha de que esa conversación con su hermano tuvo algo que ver. Mientras más hablaba más irracional y posesivo sonaba, más absurdos eran sus argumentos. Después de todo, ¿por qué estaba tan enfadado? ¿Porque Martin quería follar con alguien más? ¿Porque el resto del mundo parecía glorificar el sexo cuando a él le era tan jodidamente indiferente? Nunca lo había entendido, esta desesperación por la intimidad física cuando la intimidad emocional se escondía en tantas pequeñas cosas. ¿Por qué Martin no podía parar de desear más y más todo el puto tiempo? ¿Es que Juanjo no era suficiente? Lo que tenían era mejor que un noviazgo; más duradero, más importante. ¿Por qué involucrar a otras personas?

—Y la verdad es que yo también he perdido la virginidad, pero no me ves actuar como un puto cavernícola por ello— bufó exasperadamente. — ¡Ni siquiera ha sido para tanto! Es aparatoso, e incómodo, y la mitad del tiempo estás tan ocupado intentando complacer a la otra persona que no consigues complacerte a ti mismo y se convierte en una transacción aburrida sin ningún tipo de sentido.

Alex soltó una risita.

—Yo no lo llamaría aburrido—dijo, dando una calada. No sabía cómo abordar este tema sin espantarlo; le agradaba que su hermano menor confiara en él. —Cuando lo haces con alguien que realmente te gusta, tiende a complacerte incluso el placer que no es tuyo. Es un arte.

Un arte. ¿Cómo podría el sexo ser un arte? Cuando volvió a su habitación, se sentó frente a su ordenador y empezó a investigar sobre la cultura sexual. En la antigua Grecia los dioses y la mitología representaban una percepción del sexo idealizada y liberal. En el Renacimiento, el arte con temas sexuales se veía como una celebración del cuerpo humano. En el siglo XIX, como una imagen de rebeldía. Fuera como fuera, Alex tenía razón: el arte, la pintura, la música sí que parecían girar alrededor de la intimidad. Y si él se sentía conectado con el arte, ¿por qué no se sentía conectado con el sexo también? Las canciones que escuchaba, los libros que leía, los cuadros que admiraba, todos tenían relación con ello cuando realmente lo pensaba.

Regresó a la habitación de Alex pasada la medianoche.

—¿Por qué no puedo disfrutarlo? —preguntó, abriendo la puerta de golpe. Su hermano se llevó la mano al corazón, sobresaltado. —¿Qué estoy haciendo mal?

El mayor bajó el volumen de la televisión y se movió a un lado para hacerle espacio en la cama.

—Voy a preguntarte esto, y no tienes que contestar si no estás cómodo—dijo gentilmente, recostando la cabeza en el espaldar. —¿No crees que quizás no te gusten las chicas?

SILVER SPRINGS [M +J]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora