ENERO, 2025
Martin no quería escuchar la conversación.
Sabía que estaba mal, que accedió a dejarlo ir y que ahora la decisión más inteligente era irse a la cama e intentar bajar la borrachera con una siesta; permitirse soñar con él hasta que el escocés se separara de su sangre, como el agua del aceite, y pudiera volver a pensar con normalidad. Era estúpido, sentirse así de sexualmente frustrado cuando el orgasmo había sido suyo, pero su propio placer no podía parecerle más insignificante. Podrían haberlo enterrado vivo en ese momento y él habría encontrado una manera de revolcarse hasta alcanzarlo, solo para complacerlo también. Lo de ellos nunca había sido egoísta. No en la intimidad, al menos.
Así que no estaba saciado. De hecho, se sentía más intranquilo que nunca. Más intranquilo que esa mañana en que observó a Chiara bajarse del coche, sabiendo que volvería a verlo después de no haberlo tocado en años. Martin siempre fue un poco codicioso, tenía la mala costumbre de desear más y más hasta quebrarlo todo en pedazos. Más fama, más éxito, más alcohol, más de él. Joder, nunca sería suficiente de él.
—Perdóname, Rus—dijo Juanjo del otro lado de la puerta. —Lo he jodido todo.
No sabía cómo había acabado ahí. Un minuto estaba tumbado en el sofá, con los huesos helados a pesar de estar a un par de metros de la chimenea, y al siguiente se había levantado como un muerto en vida, tan anestesiado por los besos que tuvo que parpadear un par de veces para no tropezar con la guitarra olvidada en el suelo. Tenía las piernas hechas de gelatina, y sus pies se arrastraron por si solos escaleras arriba hacia la habitación en la que su compañero se había encerrado.
Antes de poder decidirlo estaba sentado con la espalda contra la madera, escuchando como le contaba a su prometida que se acostó con él.
—Joder, —el altavoz no le hacía justicia a la voz dulce de Ruslana, no en su opinión. —¿Estás bien?
Martin sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas ante la calidez con la que parecía tratarlo. Él nunca supo cuidar de Juanjo, no de esa manera. Martin había crecido con el egocentrismo de una vida difícil, siempre asumiendo que su mejor amigo estaría ahí para salvarlo como lo había hecho ese dios a Jonás a pesar de todas sus traiciones. Ese había sido su mayor delito; dar a Juanjo por sentado. Dejar que sufriera por años a solas porque no quería no quería ver que había algo molestándolo también, y al final tiró tanto de él que acabó por desgarrarlo.
—No quiero volver a hacerte pasar por esto—sollozó Juanjo en voz baja—Fue mi culpa que sufrieras en primer lugar, y soy tan jodidamente gilipollas que no he podido detenerme de...
"¿Qué?" pensó Martin cuando el chico paró abruptamente de hablar. "¿De besarme? ¿De enrollarte en este desastre que causamos? ¿De quererme?"
La última opción le pareció tan dolorosa que tuvo que apretar los dientes para no echarse a llorar.
Cinco años y, ¿para qué? Para seguir envenenados con lo que sea que habían sido juntos, para recaer como se hacía en los peores vicios, luego de convencerse de que estarían mejor sobrios solo porque no tenían que ver la droga a la cara, porque no recordaban lo acostumbrados que habían estado a la inconsciencia. Sus vidas habían estado llenas de adicciones; las de su madre, la de Ruslana, y la de hacerse daño una y otra vez. Y eran tan distintos que no tenía sentido que alguna vez hubiesen encajado, pero lo hicieron, porque habían nacido para enseñarse una lección.
—No fue tu culpa—dijo Ruslana firmemente. —Amor, la única culpable de lo que me pasó fui yo, y siempre he sido yo. Tú solo estuviste ahí, porque siempre estás ahí, y no te lo he agradecido lo suficiente. Pero necesito que pares de culparte y te concentres en lo que quieres.
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SILVER SPRINGS [M +J]
Fanfiction[Majos Fanfiction] Además del duo musical más icónico de su generación y dos estrellas de rock con fama de mujeriegos, Martin y Juanjo son mejores amigos. Bueno, al menos hasta que un beso lo arruina todo.