Prologó: La entrada del gato

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Los vidrios de las ventanas vibraban ante el estridente sonido de la música, algo de la pintura del techo parecía querer desprenderse, no olvídenlo, si se desprendió

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Los vidrios de las ventanas vibraban ante el estridente sonido de la música, algo de la pintura del techo parecía querer desprenderse, no olvídenlo, si se desprendió. Sus vecinos de arriba estaban de fiesta, como todos los días y peor aún, un miércoles.

Trataba de cubrir con su almohada sus oídos, pero no ayudaba en nada. Reviso la hora en su teléfono. Tres y media de la mañana.

Estaba bien que tuvieran fiestas, eso no le molestaba, pero que lo hicieran todos los días y entre semana, era una tortura. Fueron unos muchos minutos los que pasaron para que la música se apagará.

—¡Por fin! —grito hastiado, se dio vuelta en su cama un poco incómodo, pero eso ya no le importaba, buscaba la posición perfecta para dormir, dio varias vueltas hasta que la encontró, sintió que no tardó tanto en quedarse dormido.

La puerta era tocada con ferocidad. Parecía como si quisieran tirarla a puros golpes y con lo vieja que estaba, por seguro que lo haría.

—No estoy —dijo aun adormilado sin querer salir de su preciosa, deliciosa, calientita y amada cama, pero los golpes en la puerta no paraban.

—¡Maldita sea! —se quejó Jimin con un gruñido. Estiró su mano a donde se encontraba su teléfono, una vez que lo tuvo en la mano, revisó la hora.

—¿Cinco de la mañana? —soltó un quejido y se separó de su cama con mucho pesar.

Llegó a la puerta a paso lento, el cansancio no abandonaba su hermoso cuerpo.

—Señora Kang, su departamento está enfrente —hablo en cuanto observo a la viejecilla que siempre terminaba tocando su puerta.

—Muchacho ¿no es este mi departamento? —preguntó con voz lenta la ya muy mayor señora.

—No, señora Kang —respondió cansado de la misma situación—, su departamento es el de enfrente —lo señaló.

La señora Kang miró hacia donde señalaba y regresó su vista a Jimin.

—Tienes razón, joven Jimin —sonrió y comenzó a caminar hacia su puerta—, ten lindo día.

—Ojalá pudiera —respondió cerrando la puerta. Soltó un suspiro cansado.

Aquella horrible rutina iba a acabar con él. Miro el reloj una vez más, cinco quince, para ir a su trabajo debía levantarse a las seis, por lo que podía dormir unos minutos más. Hasta que recordó que el día anterior había sido despedido de su trabajo por "recorte de personal", debía buscar un nuevo trabajo.

Un poco más desanimado se dirigió a su cama, se recostó en ella sintiendo satisfacción en cada parte de su ser sonriendo un poco. Cerró sus ojos, listo para dormir un poco más. Pero su sonrisa se borró cuando del otro lado de la habitación gemidos y golpes contra la pared comenzaron a sonar con fuerza.

—Voy a llorar —se dijo mientras se mentalizaba que ese día, tampoco podría descansar.

Sin poder evitarlo, sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración, estaba harto de aquello. Odiaba su situación, sus vecinos eran horribles, su edificio estaba a punto de caerse.

Sintió un pequeño cuerpo acercarse a su rostro.

—Hola, Doro —le hablo a su pequeño gato negro. El minino le respondió con un maullido comenzando a restregarse contra él, llevándose las lágrimas que había dejado escapar.

—¿Ya no quieres que llore? —preguntó con una pequeña sonrisa, el gato respondió con un pequeño maullido—, está bien, ya no llorare.

El gato se acurrucó a su lado, comenzando a ronronear. Jimin sonrió con un poco de frustración. Ojalá pudiera mejorar su vida, porque parecía que cada vez se ponía peor. Qué bueno sería que saliera a la calle y encontrará un millón de dólares. Eso le facilitaría la vida en muchos sentidos.

—Ojala encontrara algo muy valioso —deseo cerrando los ojos, dejándose llevar por el cansancio.

El gato solo salió.


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El libro del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora