Ecos de una Desesperanza

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Pasadas unas semanas, Boruto regresó a su hogar, cargado de una tristeza palpable.

La casa, que había sido su refugio, ahora parecía un lugar extraño, envuelto en un silencio denso que contrastaba con la calidez que solía sentir.

En el umbral de la puerta, Boruto se detuvo un momento, conteniendo el aliento al enfrentar una realidad que había cambiado profundamente durante su ausencia.

Dentro de la casa, Naruto estaba sentado en una silla cerca de la ventana, la luz del sol entrando en haces tenues que iluminaban su rostro.

La energía vibrante que solía caracterizar a Naruto había sido reemplazada por una calma melancólica.

El golpe recibido por el intruso misterioso había dejado en él una huella más allá de lo físico: la amnesia había borrado los últimos años de su memoria, sumiendo a Naruto en una confusión que reflejaba el vacío en su mente.

—Hola, hijo, qué bueno verte —dijo Naruto, levantándose emocionado de la silla y corriendo a abrazar a Boruto, quien se quedó sin palabras ante el gesto.

—Estaba ansioso por verte. ¿Cómo estás? ¿Por qué razón no estabas en casa? —preguntó Naruto con una cálida sonrisa en el rostro.

Al ver a su padre ser nuevamente amoroso, Boruto no pudo contener las lágrimas, que comenzaron a deslizarse por sus mejillas.

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó Naruto, visiblemente confundido.

—Nada, papá, nada —dijo Boruto, con la voz temblando de emoción, y se lanzó a abrazar a Naruto, aferrándose al consuelo de aquel gesto familiar.

—Hola, Boruto —dijo Hinata desde la puerta de la sala—. Necesito hablar contigo a solas un momento.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Boruto, intentando mantener una sonrisa en su rostro.

—Bueno, tu abuelo estuvo muy grave estos días y no quise decirte nada para que no te preocuparas, pero esta mañana… él perdió la pelea, cariño —dijo Hinata, secándose las lágrimas mientras abrazaba a Boruto, quien permaneció en shock, el mundo a su alrededor desmoronándose nuevamente.

Sin decir una sola palabra, Boruto se fue corriendo a su habitación.

Naruto intentó llamarlo, pero no hubo respuesta.

La preocupación y la confusión llenaban el aire.

—¿Qué pasó? ¿Qué le dijiste? —preguntó Naruto, confundido y preocupado.

—Nada, amor, siéntate. Tú todavía no puedes saberlo —respondió Hinata, secándose unas pocas lágrimas que aún quedaban en sus mejillas.

Los días pasaban, y Boruto permanecía en un silencio sepulcral.

Su rostro solo reflejaba soledad y tristeza; se encerraba en su habitación el resto del día, ausente de la vida familiar y evitando incluso el contacto en la escuela.

La desolación se apoderaba de él, y su mundo parecía haberse reducido a un refugio sombrío, donde los recuerdos de su abuelo no le permitían disfrutar de la presencia de su ahora amoroso padre.

—¿Por qué siempre tengo que ser tan maldita mente infeliz? —pensaba Boruto, con lágrimas corriendo por su rostro mientras estaba acostado en su cama.

Su celular mostraba varias llamadas sin contestar a Mitsuki, quien no aparecía en la escuela y tampoco respondía sus mensajes.

Un día, Inojin y Shikadai decidieron visitar a Boruto, preocupados por su estado y su ausencia en la escuela.

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