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Víctor estaba parado en la barra del bar, habían llegado una hora antes para preparar todo. Sin duda era diferente a la sala en la que habían tocado hace un par de noches; sus luces eran amarillas, las mesas altas y las bebidas eran acompañadas por elegantes y pequeñas tapas coronadas con tres perlas de caviar. Miraba atento al escenario, aún no sabía qué sentir. Por un lado era agradable y alentador tener a alguien como Unai de su lado y más si hacía reír a su amigo al que había visto por años solo alargando su boca en un rictus lo más cercano a una sonrisa y por el otro, sintió un efímero sentimiento de soledad. Sintió por un momento el terrible miedo de quedarse solo, se sintió desplazado pero solo duró un segundo, una palmada en su espalda que le hizo ver todo lo contrario.

—Así que ahora estás solo en la mesa de los solteros... —se anunció Leandro detrás de él —, no es mal sitio —señalando con la cabeza a Tirso que venía detrás de él y de Xavi —, venga la primera va por mi cuenta.

Víctor aceptó la charla superficial mientras esperaban a que el bar se llenara. Aquel viaje había supuesto demasiadas experiencias para ambos amigos; siempre habían sido ellos dos y pensó que sería difícil abrirse con alguien más, pero aquello chicos no eran tan complejos en cuanto aceptar a nuevas personas; aceptó los besos de Navii y el apretón de manos de Sergio, toleró los toqueteos de Tirso cada vez que le veía, porque según él le fascinaba su peinado simple que cubría toda su frente, y siguieron charlando tanto que olvidó aquel sentimiento de precaución de no perder de vista a su amigo.

En un despiste y respiro para tomar un trago de su copa miró a su alrededor; ya había personas ocupando las mesas altas al frente del escenario, la barra y la parte del local donde había un espacio para quedar de pie mientras charlaban y entre todo ese barullo que se ahogaba por las paredes, miró a la pareja, seguro sería la envidia de alguien. Por lo menos lo era de Tirso, como había confesado hace poco, miró el amor que había en la mirada de ambos y en la intimidad que generaban los susurros al oído y las risas que le seguían. Parecía otro, se lo veía más calmado y ligero, como si todo el peso que cargaba en casa había desaparecido. Quiso mirar a todos lados para ubicar alguna mirada, decirle a alguien que ese era su amigo y que estaba de novio pero se topó con la mirada de Lope quien le indicó que estaban por comenzar.

—Tengo que irme —terminado su copa —, gracias chicos.

Todos le dieron una palmadita en la espalda mientras se alejaba.

—Ese corte de pelo es muy David Otero, de hace... cinco años —sentenció con tristeza Navii —, tan pasado de moda.

—Pero si se ve mono. Tiene personalidad —siguió Tirso.

—Es lo peor, que le funciona.

—Anda amor, déjale —sentenció Sergio tirando de su novio para ponerlo debajo de su brazo.

Víctor vio a Lope de espaldas y Unai le pilló cuando se acercó a ellos.

—Ánimo —mientras tiraba de él para acercarle y abrazarle —y controla esos celos —con un susurro en el oído —, seguirá siendo tu amigo.

Víctor fingió falsa indignación pero le preocupaba que su cuerpo ya lo había delatado. Caminó discreto al escenario donde Lope se despedía con un beso de Unai; este al verlo le dio una palmada en la espalda y le dio ánimos con dos pulgares levantados frente a él, Víctor no supo cómo aceptar aquello que solo sonrió alargado.

De nuevo estaban sobre un escenario y a pesar de que habían pasado la noche anterior repasando y cantando en el parque cerca de la casa de Xavi los nervios estaban en la sonrisa cómplice que se dedicaron. Eran solo ellos dos y sus guitarras; aquellos chicos que se conocieron de las peores formas pero que lograron encontrar en el otro un gran apoyo para recorrer aquella vida, vestidos con camisas de verano en lino azul claro y verde respectivamente; pantalones de algodón y de lino y mocasines, todo regalo de Navii. Lograron crear un ambiente íntimo. Con guitarras y voz solamente, un sitio donde los enamorados disfrutaban de su compañía y los solteros sentían que tenían posibilidades de salir de ahí y pillar al amor de su vida. Estaban contentos, sonreían cómplices y cantaban lo mejor que sabían, tras varias canciones los nervios desaparecieron.

Amor a contracorrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora