Portada:
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La mañana en la cabaña del misterio era tranquila, pero había un aire de tensión que nadie podía ignorar. Desde que Stanley había vuelto, la familia había intentado volver a una normalidad que, en el fondo, sabían que no era posible. Su regreso, aunque maravilloso, no era lo que esperaban. El holograma azul que lo mantenía en el plano terrenal comenzaba a desvanecerse.Dorito estaba sentada en la mesa del comedor, jugando con una pequeña piedra que brillaba cuando la tocaba. Desde hace días, había notado cosas extrañas ocurriendo a su alrededor: objetos que se movían solos, luces que parpadeaban cuando estaba cerca. Su padre, Bill, le había explicado que era posible que tuviera habilidades especiales, herencia de su conexión con él, pero no habían tenido tiempo de explorarlas a fondo. No había sido hasta ese día que sintió algo más fuerte que nunca.
Stanley estaba en el sofá, hablando con Ford, cuando de repente se detuvo. Su imagen parpadeó y por un breve momento, casi desapareció. Los gemelos, Mabel y Dipper, que estaban jugando cerca, miraron con horror cómo su tío abuelo casi se desvanecía frente a sus ojos. Ford corrió a la mesa de trabajo, buscando desesperadamente una solución en sus notas. Bill, con una expresión de preocupación poco habitual, se acercó a Stanley.
—No puede seguir así, Ford —dijo Bill, con una seriedad poco común—. Si no hacemos algo, se va a desvanecer del todo.
Ford asintió, mirando las ecuaciones y los diagramas frente a él. Habían logrado traer a Stanley de vuelta, pero solo como un reflejo de lo que solía ser. Para mantenerlo en este mundo, necesitarían una fuente de energía mucho más poderosa, algo que pudiera estabilizar su esencia en el plano material.
—Hay un artefacto en otra dimensión —dijo Ford, levantando la vista de sus notas—. Se llama el Núcleo de Vida. Si lo encontramos, podríamos darle a Stanley un cuerpo físico, o al menos mantenerlo en este plano de manera estable.
Bill frunció el ceño.
—¿Estás hablando del Núcleo de Vida? Ford, eso está custodiado por seres que no nos dejarán ni acercarnos. Es un viaje muy peligroso.
—¿Y qué sugieres entonces? —preguntó Ford, levantando la voz—. ¿Dejarlo desvanecerse?
—No —respondió Bill—. Vamos a conseguirlo.
Dorito, que había estado escuchando en silencio, sintió un hormigueo recorrer su cuerpo. Algo en su interior le decía que ella también era parte de esto, que no podía quedarse al margen. Se levantó de la mesa y, con una mezcla de determinación y miedo, se acercó a su padre y su tío.
—Yo quiero ayudar —dijo, su voz más firme de lo que esperaba.
Bill la miró, sorprendido.
—¿Ayudar? Esto no es un juego, Dorito.