Portada:
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El silencio reinaba en Gravity Falls, un lugar que había visto más caos y misterios de los que uno podría contar. Desde que Dorito se fue a entrenar con Axolot, el tiempo había pasado de manera tranquila, pero también pesada para aquellos que la habían visto crecer. Bill y Ford habían continuado con sus vidas, pero no sin sentir el vacío que dejó su partida.
Diez años después...
Una tarde tranquila en la cabaña de los Misterios. Ford, ahora un hombre de avanzada edad, sentado en su sillón favorito, observaba por la ventana. Su cabello, casi completamente gris, reflejaba los años de experiencia, y su cuerpo ya no era el mismo. Cada movimiento le recordaba la carga de los años, pero su mente seguía siendo tan aguda como siempre.
Bill, en su forma más humana, estaba en la cocina. Aunque su apariencia no había cambiado demasiado, en sus ojos brillaba la preocupación. Con Dorito ausente, había dedicado más tiempo a cuidar de Ford, sabiendo que, aunque el tiempo era algo que él podía resistir, su amigo no corría con la misma suerte.
De repente, el cielo se tornó de un color extraño, una mezcla de morado y azul profundo. Bill lo notó inmediatamente y salió de la cabaña para ver qué ocurría. En el horizonte, una figura brillante volaba a gran velocidad, surcando los cielos como una estrella fugaz. Bill sonrió levemente, sabiendo exactamente quién era.
La figura aterrizó suavemente frente a la cabaña, su energía vibrante irradiaba por todo el bosque. Dorito había vuelto.
Ahora, ya no era la pequeña niña que se fue. Era una adolescente, alta y segura, con el cabello largo y una mirada decidida. Sus poderes parecían casi desbordarse a su alrededor, pero a la vez se notaba un control absoluto sobre ellos. Su entrenamiento con Axolot había sido más duro de lo que cualquiera hubiera imaginado, pero había valido la pena.
-¿Dorito? -preguntó Bill, sin poder ocultar su asombro. Aunque sabía que ella volvería algún día, el cambio lo tomó por sorpresa.
-He vuelto, papá -respondió Dorito con una sonrisa. Su voz era más madura, pero aún conservaba ese tono familiar que hacía que Bill la reconociera como la misma niña de antes.
Ford salió de la cabaña, apoyándose en su bastón. Al verla, una lágrima de orgullo y nostalgia cruzó su mejilla.
-Dorito... -dijo con voz entrecortada-. Estás increíblemente cambiada. Crecí contigo, y ahora... mírate.
Dorito corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, pero con cuidado, sabiendo que su delicado cuerpo no podría resistir tanto como antes. Ford la miró con admiración, su nieta espiritual había regresado más fuerte de lo que jamás imaginó.
-He aprendido muchas cosas, -dijo Dorito, dando un paso atrás y observando a Ford-. Pero también supe que debía volver, antes de que fuera demasiado tarde.