Portada:
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Dorito se sentía abrumada. Durante días había estado lidiando con una sensación creciente, algo oscuro y poderoso en su interior que no podía controlar. Sabía que no podía seguir ignorándolo, así que tomó una decisión. Caminó hasta donde Bill se encontraba, respirando hondo antes de hablar.—Bill... necesito hablar contigo —dijo, su voz quebrándose levemente—. Todo lo que me está pasando... lo que siento... no puedo con esto sola.
Bill la observó por un instante, en silencio. Luego, sin decir una palabra, colocó una mano firme sobre su hombro y, con un chasquido de sus dedos, la transportó a una dimensión distinta. A su alrededor, todo era blanco, interminable, sin horizonte ni sombras.
—Este lugar —comenzó Bill, su voz resonando como un eco—, es el vacío, la nada. Aquí no hay distracciones, solo tú y lo que llevas dentro.
Dorito miró a su alrededor, sintiendo un vacío tan grande que casi era palpable. No sabía qué esperar, pero confiaba en Bill, aunque sus métodos siempre fueran inusuales. De repente, con un solo aplauso, sintió su cuerpo cambiar. Se miró las manos y vio que ya estaba en su forma de bestia, esa que tanto temía.
—Te haré volver en sí de una forma distinta a cualquier método tradicional —dijo Bill, observando cómo Dorito empezaba a perder el control—. Piensa que esto es por tu bien.
De un momento a otro, el dolor mental comenzó. Dorito se llevó las manos a la cabeza, sintiendo cómo su cuerpo se transformaba por completo. Su mente se nublaba, y todo lo que podía sentir era una creciente sensación de pérdida y desesperación. Antes de que pudiera reaccionar, Bill desapareció y apareció justo frente a su torso. Con un movimiento rápido, le dio un golpe. No fue un golpe que causara dolor físico, pero el malestar mental era insoportable, como si un zumbido molesto resonara en su mente.
Dorito sintió que el tiempo se desvanecía. Lo que para Bill era un simple instante, para ella se sentía como semanas. Cada golpe que recibía la tiraba al suelo, pero cada vez que volvía a levantarse, recuperaba un poco más de control sobre sí misma. Sin embargo, el malestar seguía allí, persistente, como una pequeña espina que no podía ignorar.
—Vas bien, pero aún no es suficiente —le dijo Bill, sonriendo ligeramente mientras veía cómo ella intentaba volver en sí una y otra vez.
Con el pasar de lo que parecieron meses en esa dimensión, Dorito comenzó a aprender. Cada vez, lograba regresar más rápido a su forma humana, aunque el proceso seguía siendo doloroso. Pero Bill no se detenía. A medida que ella mejoraba, él intensificaba el entrenamiento, haciendo que cada golpe fuera más rápido y más difícil de predecir. El malestar mental no desaparecía, pero Dorito aprendió a no ignorarlo, sino a aceptarlo, a hacer que su cuerpo se acostumbrara hasta que ya no lo sintiera.
Finalmente, después de mucho tiempo, Dorito pudo volver en sí en menos de 10 minutos. Bill sonrió, pero su expresión era de desafío.
—Bien, otra vez —chasqueó los dedos, y todo empezó de nuevo.