CAPÍTULO 2: El Destino del Cristal

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La luz del amanecer apenas comenzaba a teñir el horizonte cuando Andy y Kahe llegaron a las puertas del castillo de los Skeksis. La atmósfera era opresiva, y el eco de sus pasos resonaba en el silencio de un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. Los tres soles se alineaban en el cielo, señalando el inminente final de la profecía. Si no conseguían restaurar el cristal roto antes de que los soles se unieran completamente, la Nada consumiría el mundo de Fantasía, llevándose consigo no solo a la Emperatriz, sino a todo lo que alguna vez fue hermoso y lleno de vida.

—No podemos fallar ahora —dijo Andy, tomando la mano de Kahe mientras ambos se preparaban para entrar en el corazón de la fortaleza.

Kahe, aunque débil por su enfermedad, lo miró con determinación.

—No lo haremos. Juntos, encontraremos una forma de restaurar el cristal —respondió ella, su voz suave pero firme.

Se abrieron paso por los oscuros pasillos del castillo, donde sombras danzaban en las paredes y los ojos brillantes de las criaturas Skeksis los observaban desde la distancia. En lo profundo de la fortaleza, el cristal roto yacía en el centro de una cámara rodeada de arcos de piedra, su luz débil y quebrada reflejándose en las paredes como fragmentos de una esperanza perdida.

—Allí está —susurró Kahe, sus ojos fijos en el cristal.

Andy se adelantó, sacando de su bolsa el fragmento que había recuperado. Pero mientras se acercaban al cristal, el Chambelán de los Skeksis apareció de las sombras, con una sonrisa siniestra en su rostro.

—Pensaban que podrían venir aquí y restaurar lo que fue destruido hace milenios —dijo el Chambelán, su voz goteando con veneno—. Pero el destino no está de su lado.

Con un rápido movimiento, el Chambelán levantó su mano y una ráfaga de energía oscura lanzó a Andy al suelo. Kahe, debilitada, cayó a sus rodillas, jadeando por el esfuerzo de mantenerse en pie.

—¡No te atrevas! —gritó Andy, levantándose de nuevo con el fragmento en su mano, pero el Chambelán se burlaba de él.

—¿Acaso crees que el amor puede salvar este mundo? ¿Que puedes reparar lo que está roto solo porque tienes el fragmento? —se mofó el Skeksis, acercándose con lentitud.

Kahe, con el rostro empalidecido, alzó la mirada. Con cada paso que daba el Chambelán, la vida parecía escurrirse más rápidamente de su cuerpo, pero ella sabía que no podía rendirse. El destino de Fantasía dependía de ellos.

—Andy... el cristal solo puede ser restaurado si se completa un acto de verdadero sacrificio... —murmuró ella con dificultad.

Andy la miró, comprendiendo el peso de esas palabras.

—No te dejaré morir, Kahe —susurró él, apretando su mano.

—Y yo no puedo permitir que la Nada te consuma —respondió ella, con lágrimas en sus ojos. Sabía lo que debía hacerse.

Kahe se incorporó con dificultad, sosteniendo su pecho donde el dolor palpitaba, pero con una fuerza interna que no había mostrado antes. Caminó hacia el cristal, extendiendo sus manos hacia él mientras el Chambelán avanzaba para detenerla.

Pero antes de que pudiera tocarla, Andy se interpuso entre ellos, clavando el fragmento en el pecho del Chambelán. El Skeksis gritó de dolor y se desintegró en una nube de sombras, permitiendo que Kahe avanzara.

—Kahe, no lo hagas... —rogó Andy, con los ojos llenos de miedo.

Kahe lo miró con ternura, pero también con una tristeza que rompía el alma.

—Debo hacerlo, Andy. Solo el sacrificio de un verdadero corazón puro puede restaurar el cristal. Y el mío siempre ha sido tuyo.

Con una sonrisa temblorosa, Kahe levantó el fragmento que Andy le había dado y, con un último suspiro, lo hundió en el cristal roto. El mundo pareció detenerse en ese instante. La luz del cristal se intensificó, cegando todo a su alrededor. La Nada, que había comenzado a consumir las paredes del castillo, se detuvo, como si no pudiera avanzar más.

La Sombra del Laberinto: La Historia del Cristal Negro EncantadoWhere stories live. Discover now