CAPÍTULO 10: Reflejos del Pasado

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Andy se encontró en un momento de contemplación. Observando a Jareth, notó cómo los rasgos Jareth resonaban con la imagen de su padre. "Es curioso", pensó, "Jareth es como un eco de lo que podría haber sido mi padre en su juventud".

Los ojos azules de Jareth, con su cabello rubio despeinado y su cuerpo delgado, traían recuerdos de un hombre robusto que había conocido en cuentos, fotos de su infancia. "Mi padre solía ser así, lleno de energía y vida", murmuró Andy, sin darse cuenta de que había compartido sus pensamientos en voz alta.

—¿Qué dijiste? —preguntó Jareth, levantando la vista y sonriendo, mientras se sacudía algunas hojas y flores de su cabello desordenado.

Andy se encogió de hombros. —Nada importante. Solo pensé en cómo tú... —hizo una pausa, buscando las palabras—, cómo tú y mi padre son diferentes, pero a la vez tan parecidos.

—¿Parezco un viejo? —bromeó Jareth, riéndose de sí mismo.

Andy rió, pero también sintió una punzada de nostalgia. Se acordó de su madre, con su cabello negro y radiante, su risa suave llenando la casa con una calidez que ahora parecía tan lejana. "No, no es eso. Solo que... a veces es extraño ver cómo el pasado puede reflejarse en el presente".

En ese momento, Jareth dejó de reír y lo miró con seriedad. —La familia es algo poderoso, ¿verdad? A veces, te encuentras buscando en los demás las piezas que faltan en ti mismo.

Andy asintió, sintiendo un nudo en el estómago. "Sí... y a veces, esas piezas son más confusas de lo que pensamos".

Justo entonces, el bebé goblin comenzó a reír, rompiendo la tensión en el aire. Jareth se acercó rápidamente, olvidando la reflexión, y levantó al pequeño entre sus brazos. "¡Mira! Nunca había visto a alguien tan decidido a explorar", exclamó, con una mezcla de ternura y alegría, mientras el bebé hacía gestos hacia las flores brillantes.

Andy observó a Jareth y al bebé, sintiendo que ese momento de felicidad contrastaba con las sombras de su propio pasado. Se dio cuenta de que, aunque la vida les había separado, estaban unidos por un hilo invisible que los mantenía cerca.

—Vamos, Andy, parece que tenemos un aventurero en nuestras manos. —dijo Jareth, guiñándole un ojo mientras comenzaba a caminar hacia el grupo de flores, la risa de ambos resonando en el aire.

En lo profundo del bosque de Fantasía, un ave de plumas iridiscentes conocida como Esmeralda volaba con gracia, sus trinos resonaban como campanillas en el aire. Kahe la observó con fascinación mientras la cotorra, de belleza deslumbrante, se posaba sobre una rama cercana.

—Kahe, querida —dijo Esmeralda con una voz suave y melodiosa—, hay algo terrible sucediendo en Fantasía. Un oscuro peligro se cierne sobre nosotros.

Kahe frunció el ceño, su corazón se aceleró. —¿Qué está pasando?

—La malvada bruja Aradia Malina ha despertado —susurró Esmeralda—. Su ambición por el poder ha comenzado a desatar un caos que destruye nuestras tierras.

Mientras tanto, a unos kilómetros de allí, Andy y Jareth estaban en medio de un campo abierto, contemplando la vasta extensión de Fantasía.

—Mira, Jareth, allá —señaló Andy—. Esos gigantes están arrasando todo a su paso.

Los dos se acercaron con cautela. Allí, un gigante llamado Come Rocas estaba sentándose con las manos en la cabeza, desolado. Sus grandes dedos se hundían en la tierra, y las lágrimas de piedra caían de sus ojos.

—Mis manos son torpes —murmuró Come Rocas con tristeza—. No puedo hacer nada bien. No quiero dañar esta tierra, pero no puedo detenerme.

—¿Por qué lo haces? —preguntó Jareth, acercándose con curiosidad.

—No lo sé... —susurró el gigante—. La bruja Aradia Malina me prometió poder, pero solo he encontrado destrucción. Mis manos son fuertes, pero no puedo controlar lo que hago.

Andy intercambió miradas con Jareth. —Debemos detener a Aradia Malina. Si ella es la culpable de todo esto, tenemos que actuar.

Con la determinación brillando en sus ojos, Jareth asintió. —Vamos a buscarla.

Los dos partieron, su objetivo claro en sus corazones. Con la idea de que la bruja se escondía en la Torre de Marfil, comenzaron su viaje. Pero pronto, Jareth sintió que una sombra lo seguía, y en su mente resonó la advertencia de Lucero, su fiel caballo.

—Debo llegar al Pantano de la Tristeza —murmuró Jareth—. Tal vez allí encuentre alguna pista sobre Aradia Malina.

El camino hacia el pantano fue largo y difícil. Jareth se sintió abrumado por la tristeza que emanaba del lugar. Cuando finalmente llegó, Lucero, su viejo amigo, lo esperaba, pero el ambiente era denso y pesado.

—Lucero —dijo Jareth, acariciando el hocico del caballo—. ¿Qué te pasa?

—No lo sé, señor —respondió Lucero con voz apagada—. Creo que deberíamos volver. No tiene sentido correr tras algo que solo has soñado.

—¡No podemos rendirnos ahora! —exclamó Jareth, su espíritu combativo brillando a pesar de la tristeza que lo rodeaba.

—A cada paso que damos, la tristeza de mi corazón aumenta. Ya no tengo esperanzas, señor. Estoy cansado... Creo que no puedo más.

Jareth, alarmado, se acercó más a Lucero. —¡No puedes dejarme así! —gritó, pero el caballo se hundía más en el pantano.

—¡Déjame! No puedo soportar más esta tristeza. Voy a morir —se lamentó Lucero.

Desesperado, Jareth tiró de las riendas, pero el caballo continuaba hundiéndose. La desesperación lo invadió. En ese momento, recordó el collar que le habían dado, un amuleto de protección que había guardado cerca de su corazón.

—Te lo colgaré, Lucero. Tal vez te ayude. —Intentó ponerle el collar alrededor del cuello, pero el caballo se resistió.

—No, señor. Ese collar es tuyo. No tengo derecho a llevarlo. Tienes que seguir buscando sin mí.

Con lágrimas en los ojos, Jareth apretó su rostro contra el hocico de Lucero. —¡No! ¡Te necesito! Siempre has sido fiel a mí.

—¿Quieres hacer algo por mí todavía? —preguntó el caballo, su voz débil.

Jareth asintió. —Sí, por supuesto.

—Entonces, por favor, márchate. No quiero que me veas cuando llegue el último momento.

Jareth, abrumado por la tristeza, se puso en pie lentamente. —¡Adiós, Lucero! —dijo, con la voz entrecortada. Se dio media vuelta y comenzó a caminar, sintiendo su corazón romperse mientras se alejaba.

Mientras tanto, Andy, sintiendo que llevaban tiempo dando vueltas sin rumbo, se preocupó. —¿Jareth? ¿Estara bien?

Las lágrimas de Jareth cayeron silenciosas, pero su determinación lo mantenía en pie. Mientras se alejaba, el collar se deslizó de su mano y cayó al barro, desapareciendo en las sombras del pantano.

Aunque había perdido a su fiel compañero, Jareth sabía que tenía que seguir adelante. La búsqueda de Aradia Malina era más importante que nunca, y, en su corazón, prometió que no dejaría que el sacrificio de Lucero fuera en vano.

La Sombra del Laberinto: La Historia del Cristal Negro EncantadoWhere stories live. Discover now