CAPÍTULO 16: La Conquista del Laberinto de Rosas

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Jareth, el Rey Goblin, había gobernado el laberinto y su reino durante décadas, pero su destino fue sellado mucho antes de nacer. Hijo ilegítimo de un noble, Jareth fue vendido por su propio padre al Rey Goblin original cuando era apenas un niño. A cambio, su padre obtuvo  riquezas, pero Jareth perdió todo: su familia, su identidad y su humanidad. Con el tiempo, Jareth tomó el trono del Rey Goblin, transformándose en un ser poderoso, pero marcado por la traición y el abandono.

Lo que Jareth nunca supo hasta el final fue que tenía un medio hermano, Andy, fruto de la misma sangre, pero criado en un entorno completamente diferente. Mientras Jareth luchaba por encontrar su lugar en un mundo de sombras, Andy creció con el conocimiento de su origen.

La caída de Jareth no fue por una falla moral ni por una traición, sino por las maquinaciones de un destino más cruel. Su magia, aunque poderosa, estaba atada al dolor de su pasado y a los lazos rotos de su familia. Su obsesión con Sarah, su soledad en el reino, y el aislamiento emocional que siempre había sentido lo dejaron vulnerable. Al descubrir la verdad sobre su origen, Jareth se enfrentó a un dolor más profundo que cualquier hechizo o batalla: la verdad de que fue traicionado por su propio padre, quien lo había vendido por conveniencia.

Andy, quien había crecido con la sombra de ese mismo padre, vio en Jareth no solo a un rey. Pero Andy también sabía que el reino necesitaba un cambio, y junto a Kahe, la Emperatriz que ahora caminaba a su lado, planificó la transición del poder. Ambos reconocían que Jareth no era un tirano, pero sí un rey estúpido, incapaz de liberar su reino.

Jareth entendió que, su reinado había llegado a su fin. Porque había fracasado, y ya lo tenia la fuerza emocional para seguir gobernando un reino que había sido construido.

En un acto final de redención, Jareth entregó el trono a Andy y Kahe, aceptando que su tiempo había pasado. 

En la sala del trono, las rosas rojas que florecían en los jardines del laberinto, tan hermosas como peligrosas, aún trepaban por las paredes, recordando que incluso en la belleza hay espinas. E

Kahe, con su porte real y su corona reluciente, caminaba por los corredores como una reina conquistadora, su cabello ondeando detrás de ella mientras los pétalos de las rosas caían a su paso. A su lado, Andy, ahora sentado en el trono de su hermano, lanzaba dardos distraídamente contra una pared cercana. El sonido seco de los impactos era un eco de la caída inminente del rey goblin.

En el centro de la sala, Jareth yacía en la cama del trono, agonizante. Sus días de gloria y poder ya eran recuerdos distantes. Su cuerpo, antes fuerte, ahora estaba delgado y deshecho, sus ojos, uno azul y otro verde, parpadeaban en la penumbra con la última chispa de vida. Nadie más en el reino había venido a verlo. Solo el viento entraba por las ventanas, como si hasta el propio reino lo hubiera abandonado en sus últimos momentos.

Y entonces, Sarah entró en la sala.

Sarah, con lágrimas que luchaban por salir, se acercó a la cama del trono. Sus manos temblaban mientras se inclinaba sobre el cuerpo moribundo de Jareth, y finalmente, lo abrazó. Un gesto de compasión.

Jareth, apenas consciente, abrió los ojos y, por un momento, pareció olvidar todo el dolor. El rey goblin, a pesar de todo, encontró algo de paz al sentir los brazos de Sarah rodeándolo en sus últimos momentos. Sus labios temblaron, como si quisiera decir algo, pero las palabras nunca salieron.

Desde el trono, Andy observaba la escena, sus ojos ardiendo de resentimiento. Se levantó de su asiento y caminó hacia Sarah, su voz dura y cargada de desprecio.

—Eres una hipócrita, Sarah —le espetó Andy, con una mezcla de ira y lástima en su mirada—.No vengas ahora a llorar por él. ¿Para qué? ¿Para redimirte?.

Sarah no respondió de inmediato. Solo continuó abrazando a Jareth mientras las lágrimas finalmente caían por su rostro, lo único que podía hacer era ofrecer el consuelo que Jareth siempre había deseado. El silencio se volvió más pesado.

Andy se volvió hacia Kahe, quien permanecía observando desde la distancia, silenciosa y regia.

—Ya no eres su prisionera, Sarah —continuó Andy, su voz ahora más fría, sin la pasión del reproche anterior—. Ya no tienes que ser la esposa de este feo goblin.

Andy la miró con dureza. Para él, Jareth había sido un tirano, un símbolo de lo que él mismo había sufrido, y ver a Sarah en ese momento, actuando como si lamentara lo que había sucedido, solo le provocaba más amargura.

Jareth exhaló su último aliento en los brazos de Sarah, su cuerpo finalmente cediendo a la muerte. El aire alrededor del trono se volvió más denso, casi sofocante, como si el reino mismo sintiera la pérdida de su rey.

Andy observó el cuerpo sin vida de su medio hermano por un largo momento. Parte de él sabía que había obtenido lo que quería: el trono, el reino, la libertad. 

Kahe se acercó finalmente a Andy, colocando una mano en su hombro. Su mirada era suave, pero también resoluta.

—Es hora de que miremos hacia el futuro —le dijo Kahe en voz baja—. Este reino necesita sanar, y nosotros debemos ser quienes lo guíen.

Andy asintió, aunque su expresión seguía siendo dura. Sabía que tenía razón, pero el peso de lo que había sucedido no se disiparía fácilmente.

Con Jareth muerto, el laberinto y el reino goblin quedarían bajo el control de Andy y Kahe. 

—Parece que el Rey Goblin no estaba tan preparado para perder su reino —comentó Andy con una sonrisa irónica, mientras un dardo más golpeaba justo entre los ojos del retrato.

Kahe se detuvo a su lado, observando su destreza con los dardos por un momento antes de dirigir su mirada al castillo que ahora les pertenecía. El laberinto había sido suyo desde que pusieron un pie en él, y ahora, el corazón de Jareth también caía bajo su control.

—El castillo es nuestro —murmuró Kahe, con una voz suave pero cargada de satisfacción.

Andy se levantó del trono, dejando el último dardo suspendido en el aire, y se dirigió hacia Kahe. Ambos compartían un entendimiento tácito. 

Mientras hablaban, el eco de unos pasos resonó en los oscuros pasillos del castillo. Sarah era arrastrada a los calabozos bajo la estricta mirada de los guardias del reino ahora en manos de Kahe y Andy. 

Kahe, imponente y decidida, observaba cómo los guardias llevaban a Sarah a su prisión. Andy, a su lado, no mostraba emoción alguna. El poder estaba de su lado ahora, y no había lugar para el perdón.

—¿Qué haremos con ella? —preguntó Andy, mirando a Kahe.

—Que pague por sus decisiones —respondió Kahe con una frialdad que nunca antes había mostrado—. El amor no es excusa.

El castillo, antaño un símbolo de la tiranía de Jareth, ahora florecía bajo el mando de los nuevos gobernantes. Pero, en lo más profundo de las mazmorras, Sarah, atrapada entre su amor por Jareth y su lealtad a su propio mundo, miraba las sombras de las celdas preguntándose si alguna vez seria libre.

La Sombra del Laberinto: La Historia del Cristal Negro EncantadoWhere stories live. Discover now