Mientras el abrazo se llenaba de amor, Kahe sintió cómo las emociones la invadían. El peso de sus decisiones, la rabia y la culpa comenzaron a asfixiarla. En un instante, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
—Lo siento... —murmuró, su voz quebrada—. Lo siento tanto por lo que pasó con la yegua. Sobre lo que paso contigo y los niños.
Sarah, sorprendida, se separó un poco para mirar a Kahe, su expresión cambiando de alegría a preocupación.
—Kahe, no... —dijo, intentando calmarla—. Fue una situación difícil. Todos hemos cometido errores.
Pero Kahe no podía contenerse. Se dejó caer de rodillas, sintiendo que el peso de su rabia y frustración se desbordaba en forma de lágrimas.
—No puedo creer que permití que llegara a esto —sollozó—. Esa yegua solo estaba tratando de proteger lo que amaba. Y yo... yo solo pensé en mi orgullo.
Andy se agachó a su lado, envolviéndola en sus brazos.
—Kahe, todos estamos aprendiendo a lidiar con esto —dijo suavemente—. Lo importante es que estamos juntos y podemos seguir adelante.
La niña, con ojos grandes y compasivos, se acercó a Kahe y le tocó suavemente la mano.
—No está muerta, la revivimos. Podemos cuidarla mejor esta vez —dijo con inocencia, buscando consolar a la reina.
Kahe levantó la mirada hacia la pequeña, su corazón lleno de gratitud por esa chispa de esperanza. Las lágrimas seguían fluyendo, pero la presión en su pecho empezaba a aliviarse.
—Tienes razón. Juntas, podemos hacerlo mejor. —dijo Kahe, intentando sonreír entre sus sollozos.
Sarah, viendo la escena, se agachó junto a ellas y abrazó a Kahe.
—Estamos aquí para apoyarnos mutuamente. No estás sola en esto —le dijo, su voz suave y solidaria.
Las tres, unidas en un abrazo, encontraron consuelo en la conexión que compartían. La tormenta de emociones comenzaba a calmarse, y en ese momento, el amor se convirtió en el lazo que las unía.
—Gracias, de verdad —susurró Kahe, mirando a ambas—. Prometo que haré lo posible para ser mejor.
Mientras se secaba las lágrimas, sentía que un nuevo capítulo estaba comenzando para todas ellas. Con determinación renovada, Kahe se levantó, sintiendo la fuerza de sus seres queridos a su lado.
—Vamos a cuidar de la yegua y de todos los que amamos —declaró con firmeza—. Esta vez, seremos más fuertes juntas.
Al finalizar la conmovedora reunión en el establo, Sarah se despidió de Kahe, sintiendo que el ambiente había cambiado a mejor. Sin embargo, a medida que regresaba a su habitación, una sensación de nostalgia la envolvió. La ausencia de Jareth pesaba en su corazón como una sombra constante.
Al entrar en su habitación, el suave resplandor de la luna se filtraba a través de la ventana, iluminando la estancia con un brillo plateado. Sus ojos se posaron en un pequeño cuadro que estaba sobre la mesita de noche. Era una imagen de Jareth, capturada en un momento de pura felicidad, su sonrisa brillando con una luz que parecía irreal en su ausencia.
Sarah se acercó y tomó el cuadro entre sus manos, acariciando el marco con ternura. Su corazón se llenó de amor y tristeza al mismo tiempo.
—Oh, Jareth... —susurró, abrazando el cuadro contra su pecho—. Cuánto te extraño. Aún puedo sentir tu risa y la calidez de tus abrazos.
Con cada palabra, las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, pero había una paz en su tristeza. La conexión con Jareth seguía viva en su memoria, y al recordarlo, sentía que de alguna manera él aún estaba con ella.
—Siempre serás mi rey, mi amor eterno —murmuró, mirando el cuadro nuevamente—. Aunque ya no estés aquí, siempre llevaré tu luz en mi corazón.
Sarah se sentó en la cama, con el cuadro aún abrazado, y cerró los ojos. Imaginó la suave brisa que a menudo acariciaba su rostro cuando él estaba cerca, y cómo sus manos se entrelazaban en un momento de quietud y amor.
—Te prometo que cuidaré de nuestro hogar y de nuestros hijos —continuó, su voz apenas un susurro—. Lucharé por ellos como tú lo hiciste por mí. Siempre serás parte de nosotros.
En la penumbra, el cuadro parecía brillar con una luz propia, reflejando el amor que nunca se desvanecería. Sarah sintió una ola de calidez en su pecho, como si Jareth estuviera ahí, escuchándola y sonriendo.
—Te amo, Jareth. Siempre lo haré —finalizó, dejando un beso suave sobre el cuadro, como si pudiera transferirle todo su amor a través de ese pequeño objeto.
Con el corazón más ligero, se recostó en la cama, el cuadro aún aferrado a ella. Las palabras de amor flotaron en el aire, y mientras cerraba los ojos, se sintió envuelta en una sensación de paz, segura de que, a pesar de la distancia, su amor continuaría guiándola.
En el balcón, Kahe y Andy se encontraban a solas, el aire fresco de la noche acariciando sus rostros mientras la luna les sonreía desde arriba.
Kahe, todavía sintiendo la adrenalina de la reciente liberación de Sarah, miró a Andy con intensidad. Su corazón latía desbocado; la cercanía entre ellos era palpable, como si la tensión que habían vivido se transformara en un poderoso imán.
Andy, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía, se acercó un paso más, sus miradas entrelazándose en una danza de deseo y complicidad.
—Tú y yo hemos superado tanto... —Andy dice con su voz suave y profunda—. Nunca debí dudar de lo que podemos lograr juntos.
Sin más palabras, el impulso de sus corazones los llevó a unirse en un beso apasionado. Fue un encuentro de labios que ardían con el fuego de la pasión, una mezcla de amor y anhelo que se desbordaba entre ellos. Kahe se entregó a la intensidad del momento, sintiendo cómo su cuerpo se presionaba contra el de Andy, cada caricia convirtiéndose en una declaración de amor.
El viento soplaba suavemente, haciendo que el cabello de Kahe danzara alrededor de ellos, añadiendo una atmósfera mágica a su encuentro. Andy deslizó sus manos por la cintura de Kahe, atrayéndola más cerca, mientras sus labios se movían en perfecta sincronía, como si hubieran estado esperando este momento toda su vida.
—Eres todo lo que he deseado —susurró Kahe entre besos, sus ojos cerrados mientras se dejaba llevar por la emoción.
—Y tú eres mi razón de ser —respondió Andy, su voz cargada de devoción mientras se separaban solo un momento para mirarse a los ojos.
El tiempo parecía detenerse a su alrededor. Kahe sintió que el peso del mundo se desvanecía, dejándolos a solas en su propio universo. Con una risa suave, se besaron nuevamente, más intensamente, como si quisieran atrapar cada instante de ese mágico momento.
Kahe, en un arrebato de locura, se separó ligeramente y, con una sonrisa traviesa, lo desafió: —¿Quién dice que necesitamos reglas?
Sin pensarlo dos veces, se inclinó y lo besó con más fervor, dejando que su pasión se desatara. Andy, sorprendido pero encantado, respondió con igual intensidad, sus manos explorando su espalda, llevándola aún más cerca.
La conexión entre ellos creció, y el balcón se llenó de risas y susurros, mientras la luna se alzaba en el cielo, como testigo silencioso de su amor. En ese instante, con el mundo a sus pies y la tormenta de emociones en sus corazones, supieron que estaban listos para enfrentar cualquier desafío juntos.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, se separaron, sus frentes apoyadas una contra la otra, ambos respirando con dificultad, pero sonriendo como si acabaran de descubrir un nuevo mundo.
—Nunca dejaré que nada ni nadie nos separe —dijo Andy, sus ojos brillando con determinación.
Kahe asintió, sintiendo que la confianza y el amor que compartían eran más poderosos que cualquier obstáculo que pudieran enfrentar. Con un último susurro de amor, se besaron una vez más, sellando su destino entre las estrellas.
FIN
YOU ARE READING
La Sombra del Laberinto: La Historia del Cristal Negro Encantado
FantasyEn el reino de Fantasía, la Nada avanzaba rápidamente, devorando todo a su paso. La Emperatriz Kahe, la joven y hermosa gobernante, había caído enferma. Su salud dependía de un cristal roto, cuyas piezas estaban dispersas. Andy, un joven guerrero de...