La luz del atardecer se filtraba a través de las copas de los árboles, creando un mosaico de sombras y destellos dorados en el suelo del bosque. Elysia, con su cabello negro enmarañado y cubierto de hojas secas, corría con el corazón desbocado. Había estado huyendo por las guaridas, escapando de los guardias que vigilaban el reino. La mezcla de miedo y adrenalina la impulsaba, pero el bosque no podía ocultar su rastro.
De repente, un guardia emergió de entre los árboles, atrapándola con rapidez. Elysia sintió cómo la fuerza de su captor la derribaba, cayendo de espaldas al suelo cubierto de hojas.
—¡Ay! —chilló, el sonido agudo de su voz resonando en el aire fresco. Las lágrimas brotaron de sus ojos, no solo por el dolor físico, sino por la desesperación que la consumía.
El guardia, indiferente a su sufrimiento, la levantó con una mano firme y la llevó de vuelta al castillo. Elysia se debatía, intentando liberarse, pero la fuerza de su captor era inquebrantable.
Una vez en el castillo, el ambiente opresivo la envolvió. Las paredes estaban adornadas con tapices que contaban la historia de su familia, pero en ese momento solo la hacían sentir más atrapada. Su padre había muerto, y ahora Andy, su tío, era el nuevo rey. La presión de ser la hija de un rey caído y la incertidumbre de su futuro la llenaban de terror.
La llevaron a una habitación oscura y fría, donde sería encerrada. Andy entró, con el rostro cansado. Elysia lo miró con rabia y frustración. Sin pensar, le mordió la mano con todas sus fuerzas, sintiendo el sabor salado de la sangre en su boca.
—¡Ay! —se quejó Andy, retrocediendo, su expresión cambiando de sorpresa a enojo—. Elysia, eso no se hace.
Ella se cruzó de brazos, mirando con desafío. La sangre manaba de la herida en su mano, pero Andy no podía evitar sentir una punzada de dolor físico.
—¿Crees que esto es un juego? —le preguntó—. No puedes seguir huyendo. Hay reglas que debes seguir.
—¡No quiero seguir tus reglas! —gritó Elysia, su voz resonando con la frustración de una niña atrapada entre dos mundos—. ¡Quiero ser libre!
Andy se quedó en silencio, mirando a su sobrina con rabia.
—Tienes que permanecer encerrada aquí para siempre, Elysia —dijo con suavidad, intentando razonar con ella—. Pero si sigues así, solo te harás daño a ti misma.
Elysia, aún con el fuego de la rebelión en sus ojos, sintió un pequeño atisbo de duda en su corazón. Quizás había más en juego de lo que podía comprender. Pero por ahora, la ira y el deseo de escapar dominaban su mente.
—Nunca seré como ellos —respondió, su voz llena de desafío, antes de dar la espalda a Andy y dejar que el silencio llenara la habitación.
En la penumbra de su habitación, Elysia se abrazó a sí misma, sintiendo el frío del castillo calar en sus huesos. Extrañaba a su madre con cada fibra de su ser, la imagen de su rostro sonriendo en los días soleados en el bosque se desvanecía con cada minuto que pasaba. Su madre estaba prisionera en el calabozo del reino, y Elysia sabía que, en algún momento, podría estar compartiendo esa misma oscuridad. La idea de convertirse en prisionera a su vez, de ser condenada por ser quien era, la llenaba de un miedo abrumador.
Su hermano, un niño de apenas ocho años, estaba en la habitación contigua, mirando a través de la ventana. A veces parecía distraído, sumido en pensamientos que solo él comprendía, pero en otras ocasiones se quedaba dormido, atrapado en un mundo de sueños donde la libertad aún existía. Elysia podía escuchar sus suaves suspiros y sabía que, al igual que ella, también anhelaba escapar.
—¿Por qué son tan crueles? —murmuró para sí misma, apretando los puños. Los rostros de sus tíos, que se movían por el castillo con una autoridad que no merecían, llenaban su mente de resentimiento. Mientras ellos disfrutaban de su libertad, ella y su hermano se sentían como sombras, relegados a un destino que no habían elegido.
La injusticia le golpeaba como una tormenta. Los hijos de sus tíos podían caminar por el reino como si fueran parte de este castillo, sin tener que temer por sus vidas o su futuro. Disfrutaban de los jardines, las fiestas y los juegos, mientras Elysia y su hermano eran prisioneros en una prisión construida por las decisiones de otros.
—Cuando sea mayor de edad, ¿también estaré encerrada? —se preguntó, la idea retumbando en su cabeza como un eco doloroso. La angustia la consumía, preguntándose si alguna vez tendría la oportunidad de ser libre, de reír y jugar como los otros niños, o si su vida estaba destinada a ser un ciclo interminable de sufrimiento.
Se acercó a la puerta, apoyando su frente contra la fría madera, intentando escuchar los murmullos de su madre en el calabozo. Un susurro de esperanza la mantenía viva, pero la realidad de su situación la empujaba hacia la desesperación.
—Tengo que encontrar una manera de salir de aquí, —se prometió, la determinación empezando a florecer en su interior. No podía permitir que el miedo dictara su vida. Debía encontrar la forma de liberarse a sí misma y a su madre, de romper las cadenas que la mantenían prisionera, incluso si eso significaba desafiar a sus tíos y el orden establecido.
Kahe entró en la habitación con una energía intensa, sus ojos centelleando con preocupación al ver a Andy. El dolor aún brillaba en su mano, la mordida de Elysia claramente visible. Un rayo de furia cruzó su rostro, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Quién te ha mordido así? —preguntó, su voz temblando entre la ira y la inquietud.
Andy intentó restarle importancia al asunto, moviendo la mano para mostrar que no era más que una herida superficial.
—Es solo una niña traviesa, Kahe. No es nada serio. —dijo con un intento de sonrisa, pero la mirada de su esposa lo atravesó como un cuchillo.
—No es solo eso, Andy. —replicó ella, acercándose con paso firme—. Elysia está loca, y eso no es un comportamiento normal.
—No puedo seguir cediendo cada vez que actúa de esa manera. Necesita disciplina. —respondió, intentando mantener su voz firme, pero el tono de Kahe lo desarmó.
—Disciplina no es lo mismo que dolor, Andy —dijo, su voz ahora suave pero firme—. Ella está atrapada. Necesita ser castigada. Y tú no puedes permitirte olvidar que también eres su familia; eres su tío, el adulto.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y lleno de emociones no expresadas. Kahe tomó un paso hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de amor y preocupación.
—No quiero verte herido físicamente . Elysia está en un lugar oscuro, como su padre y madre.
—Tienes razón. —dijo finalmente, bajando la mirada—. Prometo ser mas duro con ella.
Kahe sonrió, el fuego de su enojo apagándose lentamente. Se acercó y tomó la mano de Andy, acariciando suavemente la herida.
—Juntos, podemos castigarla —dijo, su tono ahora decidido—. Pero debemos encontrar la forma de hacerlo sin que sea cruel. Ella necesita entender que sus acciones tienen consecuencias.
Andy asintió.
—Quizás podamos intentar hablar con ella primero —sugirió Andy, su voz más suave—. Hacerle entender por qué necesita obedecer.
Kahe lo miró, su expresión un tanto escéptica.
—¿Y si no escucha? No podemos permitir que crezca sintiéndose libre de consecuencias.
—Lo sé —respondió él, sintiendo el peso de la responsabilidad—. Pero tal vez haya un camino intermedio. Un equilibrio entre la autoridad y la compasión.
—Está bien —dijo finalmente—. Intentemos tu forma primero. Pero si Elysia sigue desobedeciendo, tendré que intervenir de manera más drástica.
Andy asintió, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación. Sabía que la lucha apenas comenzaba, pero al menos ahora tenían un enfoque compartido.
—Haremos lo que sea necesario —prometió, sintiendo que, aunque la oscuridad del pasado los acechaba, juntos podrían enfrentarse a ella.
YOU ARE READING
La Sombra del Laberinto: La Historia del Cristal Negro Encantado
FantasyEn el reino de Fantasía, la Nada avanzaba rápidamente, devorando todo a su paso. La Emperatriz Kahe, la joven y hermosa gobernante, había caído enferma. Su salud dependía de un cristal roto, cuyas piezas estaban dispersas. Andy, un joven guerrero de...