30. Dionisio

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La luz del Sol en mis ojos me despierta. Tardo unos segundos en recordar que hago recostada en la hierba en medio de un bosque junto a un estanque, consigo hacerlo en cuanto veo al ángel dorado recostado junto a mi, dormido y abrazándome con un brazo sobre mi torso. Se ve tan perfecto aquí dormido con su cuerpo pegado al mío y con la luz del Sol sobre su rostro que debo hacer mi mayor esfuerzo para despertarlo. Me incorporo sobre mi antebrazo y le acaricio su cabello plateado y su mejilla con mi mano, pero sigue profundamente dormido. Bajo mi mirada a su espalda desnuda y frunzo el ceño cuando al fin veo esas dos cicatrices que sentí anoche al acariciarlo, son dos cicatrices verticales y paralelas entre sí que están justo en sus dos omoplatos.

– ¿Lilith?– pregunta entre bostezos el ángel dorado cuando logra despertarse, mi mirada sigue fija en sus dos cicatrices– ¿que?...ah.

– ¿Que te paso?

Se queda paralizado y rápidamente se da la vuelta para que no pueda ver sus dos cicatrices.

– Es complicado...

– ¿Más que el hecho de que hoy te vas a casar?– susurro lamentándome.

Brandon toma mi mano y la posa sobre su pecho, justo encima de su corazón.

– Eso no va a pasar, hoy mismo buscaremos a Aurora para acabar con esto de una vez.

Una chispa de esperanza y adrenalina me recorren los ojos, asiento.


Volvemos a los jardines del palacio luego de un hechizo de teletransportación que he efectuado sobre ambos. Caminamos de la mano hacia el palacio y todos a nuestro alrededor miran más a Brandon que a nuestras vestimentas todas rasgadas a causa de nuestra noche de mucho sexo en aquel bosque mágico.

– ¿Todavía no pueden verte?– le susurro al oído. Brandon niega.

– Pueden verme, pero al parecer no deben entender porque el día de mi boda llego de la mano de otra mujer, de mi verdadera mujer...– dice antes de levantar nuestras manos unidas hacia sus labios y besar el dorso de la mía sin quitar su mirada de mi.

Este hombre va a matarme.

Luego de cambiarnos de ropa, me decido por mi traje de guerra negro y bordo que vendrá bien para lo que deberé hacer hoy, ambos nos dirigimos a arreglar dos asuntos: Brandon a hablar con su padre y contarle nuestro plan para que no haya boda que celebrarse, y yo hacia el portal del dragón para al fin liberarlo y mandarlo a su hogar. Dobby me sigue de cerca volando detrás de mi, no ha dejado de quejarse de que me ha echado de menos toda la noche.

Pero de camino a mi misión no tengo en cuenta que me encontrarían Ana y Ric.

– Al fin te encontramos, ¿donde estuviste toda la noche, eh?– me reprende mi amigo.

– ¿Te fugaste con ese extraño recién llegado con el que has bailado anoche?– me pregunta Ana empujándome en gesto de diversión– debería haber estado preocupada porque se supone que debo protegerte, pero se te veía muy a gusto.

No era exactamente un extraño, pero si tiene razón en la parte de que estaba a gusto con él.

– Imagino que era el ángel dorado– dice Dobby junto a mi, ahogo una risa.

– Luego les cuento, tengo cosas que hacer– respondo intentando esquivarlos, pero vuelven a interponerse.

– Creía que éramos los tres mosqueteros, iremos contigo.

– Ric...

– Él tiene razón, los tres mosqueteros– alienta Ana– iremos contigo.

Ruedo mis ojos pero asiento sabiendo muy bien que es imposible que me dejen en paz.

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