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Mi novio Pete y yo estábamos pasando el rato con sus amigos. Era una noche de películas, lo que significaba que nos reuníamos todos en casa de Michael. Pasamos la tarde viendo películas de terror antiguas. Nos lo pasamos muy bien.
Al final de la noche, todos, excepto Pete y yo, estábamos dormidos y nos quedamos en la sala de estar.
Me agarró de la mano y me llevó al dormitorio de Michael. Luego cerró la puerta detrás de nosotros y le puso llave.
Se giró hacia mí y yo estaba un poco preocupada: "¿Qué tengo que hacer para mantener tu atención?"
Me quedé desconcertado: "¿Qué quieres decir?"
Dio un paso hacia mí y me empujó sobre la cama. "Pasaste toda la maldita noche coqueteando con Michael".
Vale, he coqueteado un poco, pero "toda la noche" es una exageración.
—Entonces, ¿qué tengo que hacer? —preguntó Pete mientras se subía encima de mí—. ¿Tengo que recordarte que me perteneces?
—Pete... —No estaba segura de qué decir, de todos modos no creo que hubiera importado, estaba bajando mis bragas hasta mis tobillos.
Luego se los quitó y los arrojó sobre la cama.
Me subió la falda y luego se mordió el labio mientras comenzaba a desabrocharse los pantalones y a abrir la cremallera. Los bajó hasta los muslos y, cuando su pene se levantó, quise babear. Pete era tan gordo y estaba tan mojado por el líquido preseminal que siempre me encantaba mirarlo.
—Soy todo lo que necesitas —se inclinó y besó la comisura de mi boca mientras ella frotaba la cabeza de su pene sobre mi raja—. Ya deberías saberlo.
Empujó dentro de mí y casi me quedé sin aliento. Agarré la manta debajo de mí mientras él comenzaba a moverse con embestidas largas y profundas.
Frotó el punto dulce dentro de mí con cada embestida provocando una melodía de gemidos que no podía controlar.
Una sonrisa satisfecha se deslizó por su rostro mientras me observaba retorcerme y escuchaba los sonidos con los que llenaba la habitación.
Su mano cayó entre nosotros y sus dedos rozaron mi clítoris. "Dime que me amas".
Empezó a frotar mi clítoris en círculos cerrados y yo estaba en el cielo.
—Te amo, Pete. —Arqueé la espalda y mis músculos se tensaron—. Realmente te amo.
Empezó a frotar más rápido y a empujar con más fuerza y grité cuando todo el placer que me había estado infundiendo invadió por completo mi cuerpo. Los dedos de mis pies se curvaron cuando las suaves y cálidas paredes de mi interior se cerraron a su alrededor y lo sujetaron con fuerza.
Los ojos de Pete se pusieron en blanco y sus caderas saltaron hacia mí. Un fuerte y tembloroso gemido salió de él mientras se mantenía profundamente dentro de mí. Su pene latía violentamente mientras me llenaba con chorros calientes y húmedos.
Jadeó sobre mí y me besó con fuerza. Nuestras lenguas se deslizaron una sobre la otra y pude sentir cómo se disolvía toda la tensión de sus músculos.
Suspiré con satisfacción: "Eres todo lo que necesito. Lo prometo".
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