Giyū no notó en que momento pasó una hora completa, se encontraba sentado en la oficina de Shinobū, su expresión había sido la misma todo el tiempo: mostraba preocupación y enfado a la vez.
Los pasos delicados de la mariposa mayor resonaron por el pasillo, llegando a los oídos de Giyū y sacándolo del trance.
—Tomioka-san. —dijo mientras abría la puerta—.
—¿Si, Kochō? —se levantó del asiento en cuanto escuchó la manilla de la puerta girarse.— ¿Pasó algo?
—No te preocupes, el joven Tanjirou se encuentra bien. —Asintió y avanzó en la habitación, sentándose en la silla de su escritorio y quitándose los guantes.— Pero necesito preguntarte un par de cosas. —agarró una hoja de papel y una pluma con tinta.— ¿Cómo dijiste que había ocurrido?
—Solo… recibió un puñetazo en la mandíbula. —habló en voz intranquila. Se volvió a sentar y su mirada permaneció en los ojos de la chica—.
—¿Seguro? Porque un golpe a mano limpia no puede causar tanto daño.
—¿De cuánto daño estamos hablando…? —preguntó preocupado—.
—Una pequeña fisura en el hueso de la mandíbula, dos dientes caídos, y la mejilla interna está totalmente rota. Lo que quiere decir que el golpe fue equivalente a que le hubieran tirado una roca del tamaño de su cabeza.
—Es broma, ¿no? Solo lo golpearon con el puño, es todo.
—Ya quisiera que fuera broma, Tomioka-san. Cómo te digo, el golpe no alcanzó a dejar inconsciente a Tanjirou por poco, ya que me comentó que si está mareado. —soltó un suspiro y escribió algo en el papel.— Para que eso hubiera sido un puñetazo, tuvo que haberlo golpeado alguien fuerte, ¿me puedes decir quien fue?
El azabache se quedó en silencio un momento, apretó la mandíbula con enojo y miró a Shinobū.— Shinazugawa.
—¡¿Shinazugawa?! ¡Ahora comprendo por qué lo dejó tan mal! —abrió los ojos sorprendida.— ¿Y que hizo Tanjirou para hacerlo enfadar de esa manera?
—Nada muy importante. Solo hizo un comentario que él se tomó a mal, y a los pocos minutos lo golpeó.
—¿Estás seguro? Shinazugawa-san ya ha sido penalizado por golpear a múltiples Kakushis y cazadores. Por lo que golpear a Tanjirou sería su décima penalización, tiene que tener un buen motivo para haberse arriesgado al regaño del patrón.
—¿Décima? ¿Desde cuándo comenzaron a penalizarlo por eso?
—Hace unos meses, tres, para ser exactos. Las penalizaciones consisten en encargos de dos o más días en el santuario de una señora de mayor edad en una aldea no muy lejana.
—¿Y que tiene de malo hacer eso?
—La señora lo obliga a hacer los quehaceres del santuario, y lo pone de cajero en la tienda del santuario, por lo que tiene que actuar amablemente con los clientes si no quiere quedarse otro día más.
—Oh… —agachó ligeramente la mirada.— Bien, eso es todo, Kochō. Si necesitas algo o Tanjirou despierta, avísame. —se levantó del asiento y se dirigió a la puerta—.
—Tomioka-san, antes de que te vayas. —lo detuvo, levantándose detrás de él y agarrándolo del haori.— ¿Irás a la pijamada de esta noche?
—No lo sé, quizá me quede aquí con Tanjirou. ¿Por qué?
—Deberias ir, vamos todos los pilares. Te vendría bien un poco de descanso, tu informe dice que en esta semana has tenido siete misiones en cinco días.
