𝑪𝑨𝑺𝑰 𝑬𝑵 𝑪𝑨𝑺𝑨

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La verdadera guerra siempre se libra antes de la batalla, ese momento en el que los corazones de los hombres se cubren de metal para volverse soldados, la verdadera guerra destroza la moral y la decencia, para que así no haya remordimiento alguno ...

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La verdadera guerra siempre se libra antes de la batalla, ese momento en el que los corazones de los hombres se cubren de metal para volverse soldados, la verdadera guerra destroza la moral y la decencia, para que así no haya remordimiento alguno después de destrozar carne y vidas. Esa guerra fue rápida, tanto como un suspiro.

Mi furia se extendió por todo el campamento, contagiando a cada hombre que portaba mi bandera tal cual había pasado en la primera batalla, todos tomamos nuestros cascos y cuando salimos de las tiendas ya no éramos hombres, éramos soldados. Seiscientos soldados veteranos que habían sido ofendidos con la injuria de quien se había hecho llamar su anfitrión. La sangre corrió cuando la lluvia llegó, y ninguna de las dos se detuvo antes de llegar al mar, manchando la arena y la espuma, hasta volverla negra.

De aquella batalla no recuerdo más que imágenes borrosas, las sombras de pescadores y granjeros huyendo de mi espada, el murmullo lejano que quedó de los gritos que me pedían piedad. Pero en la guerra no hay clemencia. En la guerra hay sangre y llanto, y ellos habían decidido atacar primero.

Alguno de esos bastardos había sido tan atrevido como para poner una mano sobre la salud de mi hijo, atacar a dos de mis hombres y pensar en que no sería atrapado. Estaba más que equivocado, ese fue el error más estúpido que pudo cometer, el pensar que yo no buscaría justicia por mi hijo y que mis hombres dejarían pasar agresiones hacia sus hermanos.

Se derribaron puertas y muros, recuerdo el calor esparcirse en su aldea en forma de flamas, el diluvio no detuvo el incendio porque mis hombres derramaron en los suelos de las casas todas las vasijas de aceite que encontraron. Había tapices y bordados troyanos en todas ellas, algunas banderas escondidas debajo de bancos y en cofres. Espadas, arcos y lanzas con tallados enemigos. Creyeron que éramos estúpidos, y lo fuimos al principio, pero nuestras espadas fueron las últimas en actuar y nos llevamos la victoria.

Algunos incautos se creyeron capaces de pelear contra nosotros, levantaron hachas y espadas viejas, no duraron mucho. Euríloco reunió a todos los sobrevivientes en la plaza, recuerdo ver de rodillas a mujeres y niños asustados por los gritos de padres y hermanos. No lo impedí, dejé que los ejecutaran, que los golpearan y usaran a sus mujeres; no podía permitirme prestar atención a esos detalles, era un asedio, siempre pasaba lo mismo, pero había tres cabezas que mis manos temblaban por cortar, levantar la espada y razgar sus cuellos.

-¡¡Tráiganme a Cícreo!!-No reconocía mi voz, pero poco me importaba-Lo quiero a él y a sus hijos de rodillas ante mí.

Euríloco los arrastró y los postró a mis pies con tanta facilidad que se me figuró tener a un enorme oso por sirviente, él estaba tan enojado como yo.

-Les voy a dar la oportunidad de que delaten al maldito que hizo ésto-Aunque en realidad tenía ganas de hacer cenizas la isla entera-Si hablan ahora, nadie más morirá.

Pero no lo hicieron. No señalaron a nadie, no dijeron nombres, "nadie lo hizo, nadie lo hizo" juraron en vano. Me harté de mentiras y llantos, puse una espada en sus manos y les concedí la muerte de un guerrero, les dí honra a pesar de todo lo que me habían hecho, dejé en manos de los dioses el destino de sus almas, yo no tenía perdón para ellos.

𝐉𝐔𝐒𝐓 𝐀 𝐌𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora