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—Por favor dime que no estás hablando enserio—Eury fue quien habló, a mí se me cayó la voz.
Los pocos que escucharon su comentario se acercaron a pasos tímidos, seguramente dudando de que hubieran oído bien.
—Sé que conocen la leyenda de la isla en el cielo—Y tomó nuestros brazos como si nos estuviera invitando a tomar una cerveza—¡Estamos en el hogar del dios del viento! —No estamos seguros de eso. —Eury ¿Cuántas islas flotantes has visto antes? ¿Eh?—Eso era tan ridículo como cierto—¡Estamos en el hogar del Gran Eolo!
Euríloco y yo nos miramos, no hicieron falta palabras ni gestos para compartir entre nosotros lo preocupados que estábamos por la salud mental de nuestro amigo.
—¿Y tú gran idea es…? —¡Subamos por los arpones y preguntemos si nos da una mano!
Me obligué a ignorar el estupor para apartar a ambos de los ojos que nos miraban atentos, los llevé a la parte más alta de la proa para que pareciera una discusión un poco menos delirante, después podríamos decir que solo había sido uno de los chistes locos de Poli.
—¿Piensas solo subir y ya?—Lo interrogué, más no lo dejé responder—Podríamos ser tomados por sorpresa y perder la vida, o enojar al Dios y darnos más problemas de los que ya tenemos. —Eso suponiendo que puedas llegar hasta allá arriba—Añadió Euríloco a mi lado—¿No te das cuenta de lo alto que está?
Creí que eso sería más que suficiente para abrirle los ojos a la lógica y hacerlo desistir de su ridícula idea, estaba a punto de hacerlos volver con el resto cuando él tomó de nuevo la palabra.
—¿Y ustedes de verdad creen que podremos llegar a casa sin ayuda?—Nos detuvo a ambos del brazo—La amabilidad nos abrirá muchas puertas, y si temen que la gente muera por ser bondadosos, confíen en el ingenio. —¿De qué hablas Polities? —Envíame como tú mensajero, si lo haces, juro por el río Estigia que no diré nada más que lo que tú me ordenes.
Ni siquiera se esperó a que le diera permiso, hizo ese juramento completamente confiado y sin titubear. Me sentí más observado que nunca.
—¡Tú, tonto…! —¡Es el Dios del viento! Justo lo que necesitamos para llegar pronto a casa, ¿No es lo que todos queremos? —... Me caes muy mal—Me sentía al borde de una migraña—... Está bien, iremos.
Euríloco de inmediato comenzó a alegar todos los “peros” que se le pudieron haber ocurrido, no dijo nada que no hubiera pasado ya por mi cabeza, pero eso no quitaba que pudiéramos tener razón.
—¡Ustedes no van a ningún lado!—Sentenció Eury. —Tienes razón—Le respondió Poli, dejándonos callados a ambos—Odiseo se queda, subiré yo. ¡Y antes de que digan algo! Mira su pierna, él no puede escalar así, y los arpones no soportarán a un mastodonte como tú.
La tormenta que hasta entonces parecía haberse calmado volvió a rugir a nuestras espaldas, las nubes avanzaban y la marea subía a cada segundo. El tiempo era lo más importante en el momento, pero buscar atajos ya no parecía la mejor opción.