CAPITULO 46

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AITANA

Mis ojos se abren lentamente, los párpados me pesan, al igual que todo mi cuerpo. Por mi posición puedo decir que estoy acostada sobre algo duro y riguroso, me llega un feo olor a humedad y a sucio.

De primera veo todo borroso, mi cabeza es un caos de lo mareada que estoy. Lo primero que veo es el techo, muevo la cabeza y veo material de construcción, basura, herramientas, muebles viejos llenos de polvo, telarañas y entre otras cosas, recuerdo haber estado con León en el evento de Michele, no aquí, en este lugar. En el que jamás había estado.

Me muevo y me doy cuenta de que estoy sobre un colchón bastante viejo, sucio y con hoyos. Mi pulso se dispara al divisar a varios hombres a lo lejos con pasamontañas, uno de ellos le entrega a otro una carpeta, hablan, pero no logro escuchar sobre que.

Rápido me llega a la mente lo que ví antes de perder el conocimiento en el baño, ese hombre no era León, no lo era. Quiero levantarme, pero no puedo.

Observo como mis manos están atadas de las muñecas con un trozo de tela y una cuerda, al igual que mis pies. Paso saliva, aunque me cuesta estando mi boca seca.

Un miedo se apodera de mi con lo que esto significa, siento el pánico invadirme, de que esto sea obra del mismo hombre que planeo el atentado contra León hace meses y como no pudo matarlo, quiera cobrarse conmigo.

Trato de poder reincorporarme y logro sentarme, recargando mi espalda en la pared, sintiendo mi corazón taladrar mi pecho y mi cuerpo aún pesado.

-Auxilio - grito con todas mis fuerzas, teniendo la esperanza de que alguien me escuche.

Siento las miradas pesadas sobre mi, todos los tipos se marchan, luego de que uno de ellos se los ordenará y ese mismo fue el único que se quedó.

Me remuevo tratando de desatarme las manos, es imposible. Tiemblo, sé que el tipo me mira aunque yo no lo esté viendo, es como si mi cuerpo supiera que esa mirada le aterra y que siempre se ha sentido incómodo. No le gusta.

-Despertaste - se escucha un deje de emoción en su voz que me desconcierta y a la misma vez me provoca escalofríos.

Esa voz me suena familiar, sin embargo no soy capaz de analizarla para saber a quien le pertenece, lo único que quiero es salir de aquí.

-Déjeme ir, por favor, se lo suplico. No sé quién es - las lágrimas comienzan a llenarme los ojos - ni que pude haberle hecho, para que me haga esto a mí, pero por favor... no me merezco algo así, se lo suplico - no quiero llorar, pero me aterra la idea de lo que pueda llegar a hacerme y nunca más volver a ver a mi familia.

Se acerca más a paso lento sin inmutarse de como estoy, solo una emoción de pesar en sus ojos que rápido desapareció.

Vuelvo a gritar pidiendo ayuda.

-No hay nadie más que tú y yo, puedes gritar todo lo que quieras y nadie vendrá a rescatarte - un ardor me invade el pecho al escucharlo y en su tono saber que eso le alegra.

-¿Quién es usted?, ¿Por qué me hace esto?

Se posa finalmente frente a mi, no he visto sus ojos, que es lo único que se le ve por lo que trae puesto, hasta que subo mi mirada y veo unos ojos negros.

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