Han y Minho

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La luna llena se alzaba en el cielo, bañando el Bosque Encantado con su luz plateada. El príncipe Han caminaba por el sendero serpenteante, buscando un momento de paz lejos de las formalidades del castillo. Sus padres lo habían presionado nuevamente para que eligiera un esposo entre los nobles de la corte, pero ninguno lograba capturar su interés. La idea de casarse por deber le pesaba en el alma, y la única forma de liberar su mente era a través de sus paseos solitarios por el bosque.

Caminando entre los árboles, se detuvo a acariciar a un pequeño zorro que se había acercado, confiado en la habilidad de Han para hablar con los animales, un don que Félix le había concedido como regalo de cumpleaños. Han sonrió, susurrando suavemente al zorro antes de soltarlo para que regresara a su hogar. En esos momentos de tranquilidad con los animales, se sentía más él mismo.

Pero esa noche, algo diferente estaba por suceder. Mientras avanzaba por un sendero cubierto de musgo, un susurro frío y misterioso lo hizo detenerse. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que había cruzado la línea invisible que separaba la parte encantada del bosque de la parte embrujada. Sintió un escalofrío recorrer su espalda.

De repente, un grupo de pequeños seres apareció entre las sombras. Duendes malvados, con ojos brillantes y risas macabras, rodearon al príncipe, sus intenciones claras. Han intentó retroceder, pero los duendes eran rápidos y lo inmovilizaron, riendo entre dientes mientras lo miraban con malicia.

"¿Qué tenemos aquí?", chilló uno de los duendes, alzando su mano hacia Han. "Un príncipe perdido en nuestro territorio."

Han intentó liberarse, pero los duendes lo mantenían prisionero con sorprendente fuerza. Justo cuando creía que no podría escapar, una figura oscura emergió de entre los árboles. La silueta de un hombre montado a caballo, con una presencia imponente, se perfiló contra la luz de la luna.

"¡Suéltalo!" ordenó una voz firme, que resonó con autoridad en el claro.

Los duendes se dispersaron rápidamente, temiendo al recién llegado. Han, respirando con dificultad, levantó la vista para encontrarse con los ojos intensos del príncipe Lee Minho, el heredero del reino rival. Minho desmontó de su caballo, caminando con calma hacia donde Han estaba, su capa negra ondeando suavemente con el viento.

"¿Qué haces aquí?", preguntó Minho, su tono más curioso que hostil. "Este lugar no es seguro para alguien como tú."

Han, aún agitado, se incorporó como pudo, su mirada chocando con la de Minho. Había escuchado historias del príncipe rival: frío, implacable, alguien que no mostraba compasión en batalla. Pero al verlo tan cerca, la imagen que tenía de él empezó a desvanecerse.

"Estaba... paseando", respondió Han, recuperando el aliento. "No sabía que había cruzado al bosque embrujado."

Minho lo observó en silencio por un momento, antes de extenderle la mano. "Ven, es peligroso que estés aquí solo. Te llevaré de vuelta a un lugar seguro."

Han dudó, pero al ver la sinceridad en los ojos de Minho, aceptó la mano del príncipe. Cuando sus manos se tocaron, una extraña sensación recorrió a ambos, como si una corriente eléctrica los conectara por un breve instante. Minho lo ayudó a montar su caballo, sentándose detrás de él, y juntos emprendieron el camino de regreso.

El silencio entre ellos era pesado pero no incómodo, como si ambos intentaran procesar lo que había ocurrido. Al cabo de un rato, Minho fue el primero en hablar.

"¿Sabes que nuestros reinos están en constante tensión?", preguntó con tono neutral, sus brazos rodeando con firmeza pero sin agresividad el cuerpo de Han, mientras sujetaba las riendas.

"Lo sé", respondió Han suavemente, sintiendo la calidez del cuerpo de Minho detrás de él. "Pero no esperaba encontrar ayuda en ti."

Minho sonrió apenas, su mirada fija en el camino frente a ellos. "No soy tan cruel como dicen. Al menos, no siempre."

Han inclinó ligeramente la cabeza para mirarlo de reojo. Había algo en Minho que lo intrigaba, algo más allá de las historias que había oído. Mientras cabalgaban de regreso, una inesperada conexión comenzaba a formarse entre ellos, algo que iba más allá de la política o la rivalidad de sus reinos.

"Gracias", murmuró Han, susurrando casi para sí mismo.

Minho lo escuchó, pero no respondió. En cambio, dejó que el silencio hablara por ellos mientras el viento nocturno acariciaba sus rostros y el bosque quedaba atrás. Esa noche, el destino de ambos cambió, aunque ninguno de los dos lo supiera aún.

La Magia De Los 4 Reinos One-Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora